Esta semana acabó en Dubai, respetando tradiciones como una prórroga en las negociaciones y un acuerdo insuficiente a última hora, la 28 Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28). Tras un año en el que millones de personas están viendo a las puertas de casa cómo se materializa una crisis climática que no era más que una amenaza futura hasta hace poco, la cita estaba llamada a ser crucial.
Es difícil, sin embargo, que su resultado vaya a pasar a los anales de la historia, por mucho que se insista en situarla como el principio del fin de los combustibles fósiles. Claro que toda valoración depende siempre de las expectativas creadas. La estrategia emiratí en este sentido fue tan infantil como efectiva: presentar un primer borrador a todas luces inadmisible, para convertirlo en la base sobre la que negociar a la baja.
Evidentemente, un documento final que incluye una vaga y algo barroca referencia a la necesidad de “transitar para dejar atrás los combustibles fósiles”, es mejor que un acuerdo que ni siquiera mencionaba los fósiles, pero ello no lo convierte en un buen acuerdo. La necesidad de reducir el consumo de estos combustibles es algo que la ciencia viene reclamando a viva voz desde hace tiempo.
Lo ha hecho el propio Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), sin ir más lejos, en un informe que, conviene recordar, cuenta con el aval de los 195 países que forman esta agrupación, quizás el mayor esfuerzo científico colectivo de la historia. Es decir, todos estos integrantes ya han dado su aprobación a documentos que instan a reducir el consumo de fósiles como vía para aminorar la emisión de gases de efecto invernadero. El acuerdo de la COP28 tiene parte de escenificación, por tanto, y poco de compromiso vinculante.
Las decisiones se toman por consenso, lo cual suena bien, pero da poder de veto a cualquier país. Además, no hay ningún órgano con capacidad sancionadora que vele por su cumplimiento. Ocho años después del Acuerdo de París, el primer balance sobre su desarrollo realizado este año mostró de forma clara que la acción climática de los estados está muy lejos de acercarse a lo necesario para limitar el calentamiento global a los 1.5 grados pactados en la capital francesa en 2015.
Quizá sea hora de cambiar el enfoque, porque también el acuerdo resultante de Dubai es a todas luces insuficiente. Lo que han expresado con rotundidad voces autorizadas y de vocación optimista, como la de Johan Rockström, codirector del Instituto Potsdam para la investigación del impacto climático, que pese a considerar que el resultado de la cumbre es “un hito fundamental”, advierte que “el acuerdo de la COP28 no permitirá al mundo mantener el límite de 1.5º C”. D
e hecho, el mismo día en que se cerró el acuerdo, como oportunamente se señaló en estas páginas, la OPEP auguró un aumento de la demanda de petróleo para el año que viene. Seguimos procrastinando, cerrando los ojos ante la evidencia de lo que viene, de lo que ya está aquí, pensando que cambiar en el último momento será posible, que estamos a tiempo. Estamos corriendo un esprint a ritmo de maratón –siendo generosos–, cuando lo que tenemos delante es un maratón que hay que correr a la velocidad a la que Usain Bolt cabalga los 100 metros.
No es fácil acertar en la fórmula, y cabe preguntarse si cumbres como la COP, aún siendo necesarias, serán la solución. Es muy difícil aunar los intereses de un país como Vanuatu, que desaparecerá de la faz de la Tierra engullido por el océano, con los de un productor de petróleo al que los ingresos generados por el oro negro le permiten prepararse mucho mejor para lo que venga.
En este sentido, en esta cumbre se ha criticado mucho el papel obstructor de Arabia Saudita, así como el hecho de que se celebrase en uno de los grandes productores de petróleo o que estuviese presidida por el jefe de la petrolera estatal. Evidentemente, no eran grandes augurios. Recuerdan en cierta manera, si se permite, a los partidos contra la droga que tenían a Maradona como estrella. La comparación no es casual, espero no dañar sensibilidades.
El mundo, y en especial los países más ricos, principales consumidores de combustibles fósiles, son adictos al petróleo y al gas natural. De ellos depende su elevado bienestar material, así como el a menudo superfluo nivel de consumo que presentan; también la buena marcha de sectores industriales de alto valor añadido, cruciales para la economía de estos países.
Es la historia de una adicción, pero como ocurre con la droga, el foco se dirige siempre a los países productores, y no al origen de la demanda. El caso de Europa es paradigmático: en 2022 produjo 3.1 millones de barriles de crudo al día (3.3 por ciento del total) y consumió 14 millones (14.5 por ciento del total). Sin embargo, es un escándalo que la COP28 se celebre en Dubai, pero es lo más natural del mundo que se organice en París, Glasgow, Madrid o Copenhage. Sin cambiar este foco, las COP apenas seguirán siendo un triste adelanto de los compromisos que tanto productores como grandes consumidores se disponen a incumplir