más conservador de la historia de Israel, y lo instó a virar su política para conseguir la paz duradera basada en la solución de dos estados, reiteró que lo seguirá apoyando de manera inquebrantable. Lo anterior, a pesar de que un día antes el portavoz del Consejo de Seguridad de la Casa Blanca, John Kirby, reconoció que el régimen ultraderechista usó fósforo blanco (un arma química) provisto por Estados Unidos contra la población civil de Líbano, lo cual constituye un crimen de guerra.
Desde el comienzo del actual asalto israelí a la franja de Gaza, Washington ha enviado, sin parar, sus equipos bélicos más modernos, incluso en detrimento de los compromisos contraídos en su guerra contra Rusia peleada por soldados ucranios.
El sábado anterior, el mandatario demócrata fue tan lejos en su complicidad con la masacre que invocó una declaración de emergencia para enviar 14 mil proyectiles de tanque a Israel sin permiso del Congreso estadunidense. Es imposible sustraerse al horror cuando se vende esa cantidad de municiones de alto poder a un ejército que pelea contra un grupo insurgente que carece de cualquier tipo de vehículo blindado y lucha por la libertad con armamento del siglo pasado, misiles de manufactura casera e incluso piedras. La prolongada opresión de Israel sobre Palestina ha dejado innumerables imágenes desoladoras, pero pocas son tan elocuentes como las de muchachos tan desesperados por sacudirse el yugo de los ocupantes que arrojan escombros contra tanques de 60 toneladas.
Esta asimetría entre las fuerzas en conflicto y el sadismo con que Tel Aviv emplea su poderío bélico han hecho que Naciones Unidas y otras organizaciones que prestan ayuda humanitaria describan la situación como catastrófica. El lunes, un integrante de la misión de la ONU expresó que las condiciones de los civiles palestinos son peores de lo que las palabras podrían describir.
Ante la incontestable evidencia de que las operaciones israelíes han rebasado en todo punto los límites de la autodefensa, la comunidad internacional comienza a abrir los ojos, y ayer 153 de los 193 miembros de la ONU (más de tres cuartas partes) votaron a favor de un cese el fuego en Gaza; 10 países votaron en contra y 23 se mancharon con la ignominia de pretender neutralidad cuando una nación entera está al borde de ser aniquilada, entre ellas la Argentina del posfascista Javier Milei, y otras que se jactan de proteger los derechos humanos, como Gran Bretaña y Alemania. En Israel también prevalece un doble discurso cada día más insostenible: hacia afuera, se asegura que el propósito de devastar Gaza es la destrucción de Hamas, tanto para proteger a la población israelí de nuevos ataques como para librar
a los palestinos del gobierno que ellos mismos se dieron democráticamente.
Sin embargo, las realidades sobre el terreno exhiben de manera incontrovertible que la embestida tiene por único objetivo forzar el éxodo de los palestinos y exterminar a quienes se resistan a dejar sus tierras. Es imposible negarlo cuando altos funcionarios israelíes se han manifestado a favor de completar la expulsión de los palestinos iniciada en 1948, y hasta de algo tan inefable como el lanzamiento de bombas atómicas. También el primer ministro lo ha dejado claro, al negarse a que la Autoridad Nacional Palestina, gobernante en Cisjordania, tome el control de Gaza, y el ejército israelí lo hace patente a cada minuto al apuntar contra mujeres, niños (quienes componen 70 por ciento de sus víctimas) y periodistas que documentan el genocidio.
Estados Unidos, Israel, Palestina y el conjunto de la comunidad internacional son conscientes de que Biden tiene en sus manos la llave para poner fin al exterminio: únicamente debe parar el envío de armamento a Tel Aviv y levantar su veto a todas las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que instan a un alto al fuego. Mientras no se tomen estas medidas elementales, las críticas lanzadas por la Casa Blanca por la actuación criminal de su aliado sólo pueden interpretarse como esquizofrenia política o como un monumental acto de hipocresía.