Cuando el futbol no le alcanza, Tigres dispone de cualidades que todos temen: una pegada incomparable y una fe ciega en su manera de jugar. Tiene interiorizado su papel como ningún otro campeón defensor en la Liga Mx. Se puede hablar de dominios y viejas tradiciones, pero el equipo de la UANL reclama su lugar en las fases finales al margen de los proyectos de moda. Contra Pumas, en una semifinal de vuelta que comenzó cuesta arriba con el gol de Gabriel Fernández, fue capaz de reinventarse en tiempo récord y ganar la batalla con la mágica fórmula de su ataque (1-1, 2-1 global).
Los felinos están tan acostumbrados a ganar, que transmiten invariablemente una sensación de extrañeza si el marcador no les favorece.
La ventaja en el global invitaba a un optimismo feroz en el estadio Universitario, pero un penal en contra y otras desatenciones defensivas inquietaron a sus miles de aficionados en menos de 15 minutos. El árbitro Fernando Guerrero señaló con ayuda del VAR una mano de Javier Aquino dentro del área, donde no hubo demasiada discusión. Sólo un grito ensordecedor de ¡Olééé, olé, olé, olé, Nahueeel, Nahueeel!
que motivó al portero argentino sobre la línea de meta.
Los Pumas, más optimistas, imaginaban que algo grande estaba por ocurrir en los pies de César Huerta, el flamante jugador de moda; hasta que el Chino, otra vez víctima de su mala ejecución, estrelló su remate en las manos de Guzmán. Tal vez fue el desbordante festejo lo que distrajo a Tigres de la pelota, porque, en la siguiente jugada, El Toro Fernández conectó de cabeza un centro de Pablo Bennevendo (minuto 16) y dejó que la explosión del Volcán se prolongara más de lo debido.
A partir de entonces, y sin el francés André-Pierre Gignac, los felinos siguieron su propio instinto de supervivencia, pero ni eso hizo más amable la vida a los del Pedregal. El técnico Robert Dante Siboldi encontró una vía de solución en Juan Pablo Vigón, una bomba de energía en cada contrataque. De una escapada a toda velocidad, en la que Sebastián Córdova buscó con un servicio a Nicolás Ibáñez, el ex puma controló la pelota y mandó un derechazo al costado más lejano de Julio González para marcar el empate (minuto 23).
Vigón fue en una sola imagen el jugador total de la noche, un noqueador a la altura de los grandes boxeadores.
Los auriazules suelen recompensar a los elementos que demuestran grandeza y derroche físico en partidos de este calibre, por eso el júbilo en su festejo como robot, dando pasos coordinados con brazos y piernas, impregnó hasta los huesos de una mística similar al resto de sus compañeros. Si en un principio tuvieron problemas, los exprimieron rápidamente sin disimulo.
La noticia más preocupante para Pumas fue que su obligación seguía siendo la misma: ganar por dos goles y jugar a un nivel superior al que mostraron durante toda la campaña. Su destino empezó a cambiar a raíz de la lesión del mediocampista Jesús Molina, quien no pudo mantenerse de pie y pidió su salida del partido luego de un fuerte choque con Diego Lainez. Ante un rival cada vez más sofocado, Tigres empezó a mostrar la variedad de recursos que tiene su plantilla: experiencia, convicción y una sed insaciable de alcanzar la gloria como el torneo pasado.
Tras una temporada sembrada de dificultades, el conjunto de la UNAM terminó por trasladar su frustración al terreno de los excesos. Una entrada tardía de Bennevendo derivó en la tarjeta roja a 12 minutos del final. De alguna manera, fue como entregar anticipadamente la derrota ante un rival que no perdona. Lejos de considerar que cada problema era un obstáculo, el campeón defensor del futbol mexicano revalidó sus opciones de mantener el trofeo que todos quieren.
Su siguiente y último rival será el América, en una serie que comenzará el jueves en casa y finalizará el domingo en el estadio Azteca.