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El economista Javier Milei tomó posesión ayer como presidente de Argentina, durante una ceremonia en el Congreso, en Buenos Aires.Foto Afp
11 de diciembre de 2023 07:49
Para aquellos que por él votaron y en sus propuestas de campaña fincaron sus expectativas de mejoría, la primera oferta de Javier Milei, ya como presidente de Argentina, no puede ser más alentadora: recesión, ajuste de shock, más pobreza e indigencia, desempleo, inflación mensual de entre 20 y 40 por ciento, devaluación, liberación de precios (sin techo), tarifazos al por mayor, fuera subsidios, represión de la protesta social (“el que la hace la paga; el que corta –la calle– no cobra”), desaparición del Estado, cero obra pública, privatización a ultranza, fuera educación y salud públicas, recorte no menor a 5 por ciento del PIB (la situación a corto plazo va a emporar; no hay gradualismo) e incalculable factura social, porque todo esto no lo pagará el sector privado.

Se trata de la versión argenta del hay que apretarse el cinturón para tener un futuro me-jor y de las medidas dolorosas, pero necesarias del régimen neoliberal mexicano, quien todo prometió y todo incumplió: ni progreso, ni bienestar, ni nada de nada. Entonces, frente a tan desagradable panorama, vale preguntar: ¿cuánto durará la luna de miel entre el ahora mandatario argentino y los desesperados votantes que lo eligieron y creyeron en el canto de las sirenas?

En su campaña electoral prometió que el ajuste (“mucho más fuerte del ‘recomendado’ por el FMI”) una vez instalado en la Presidencia, lo pagará la casta política (de la que se rodeó para armar su gabinete), y los votantes se lo tragaron, aunque en los hechos la gruesa factura tiene un solo destinatario: el pueblo argentino.

Ejemplo de esa casta es uno de los poderes tras bambalinas, el nefasto ex presidente Mauricio Macri, cuyo mandato fue otro desastre para Argentina, pero muy lucrativo para él. Impuso a su ex ministro de Finanzas Luis Toto Caputo, que endeudó a más no poder a la nación, incluso con un bono de débito del Estado a cien años, con brutales tasas de interés. Hoy, con Milei, despacha como ministro de Economía, y a su lado otra impresentable: Patricia Bullrich, ex secretaria de Seguridad con el primero, que ahora repite en el puesto.

No puede dejarse de lado a la tenebrosa vicepresidenta Victoria Villarruel, ultraderechista, hija y sobrina de golpistas, asesinos y torturadores durante la más reciente dictadura militar (1976-1983), a la que reivindica –comenzando con Jorge Rafael Videla–, y negadora del terror, de la sistemática violación de los derechos humanos y de los 30 mil desaparecidos.

Con Milei se repite la película no sólo vista, sino sufrida por los propios argentinos y otros pueblos latinoamericanos (Chile, México, Brasil, Colombia y más). Escuchar su discurso de toma de posesión fue volver a la perorata de Carlos Menem, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari (y otros cuatro inquilinos de Los Pinos), Augusto Pinochet y tantos otros depredadores y represores instalados en el gobierno, que en nombre de la libertad y el progreso destrozaron a sus respectivos países, pauperizaron a sus habitantes y entronizaron a la oligarquía, única beneficiaria de sus políticas.

En su campaña electoral, el papá de cuatro perros clonados –los presume como sus hijos– dejó correr la falsa versión, y muchos cayeron en el garlito, que al retomar la dolarización los salarios se incrementarían mágicamente: si alguien ganaba 30 mil pesos argentinos, automáticamente obtendría la misma cantidad, pero en billetes verdes y sin inflación. En los hechos, al aplicar esa medida, el de por sí devastado ingreso real se convertirá en aire, pero, desesperados, no pocos echaron cuentas alegres y vieron resuelta su circunstancia.

Milei tiene razón cuando presume que es la primera vez en la historia de su país que la mayoría eligió a un esperpéntico personaje que en campaña prometió arrasar con todo, ajustes draconianos, destrozar el tejido social, desaparecer al Estado y entronizar a la oligarquía, aún más de lo que ya está. Y, con la cara más dura que el concreto, en su discurso inaugural (ambientado con el grito de la multitud, la primera víctima: motosierra, motosierra; los que van a morir te saludan) se animó a dar por terminada una larga y triste historia de declive y decadencia, y comenzamos el camino de la reconstrucción de nuestro país; será duro, pero luego veremos los frutos de nuestro esfuerzo; hoy enterramos décadas de fracasos e inicia una nueva era de paz y prosperidad (léase: sálvese quien pueda).

Las rebanadas del pastel

En pocas palabras, es la oferta salinista, pero a ritmo de tango.

 

Twitter: @cafevega

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