Morena, como cualquier partido en un sistema democrático, corre el riesgo de perder una elección; a ese riesgo no me referiré hoy, creo que tiene lo suficiente para triunfar en 2024 y, según estamos viendo, con alta diferencia. Son mujeres las que buscarán los cargos políticos más relevantes, Presidencia de la República y Gobierno de la capital. Se conserva y acrecienta el liderazgo del fundador y el pueblo está de su lado cada vez con más ánimo participativo e información de primera mano.
El pueblo manda, como dice AMLO, y tal parece que mandará que la transformación iniciada en 2018 continúe adelante. Los riesgos de Morena a los que me refiero son otros, no son externos, ya han sido detectados y pueden detenerse o evitarse si se actúa a tiempo y con buena fe; ¿cuáles son esos riesgos? Me respondo: son dos que se comentan frecuentemente en los grupos de los morenistas conocidos como “históricos”; a veces con preocupación y otras con verdadero enojo. Uno de esos riesgos se refiere al proceso que ya está en plena marcha y culminará con las elecciones de julio de 2024; es interno y simultáneamente externo, otro es totalmente nuestro, el que consiste en la conversión del partido en un aparato burocrático, distante de las bases, preocupado tan sólo en ganar posiciones para el aparato y en hacer lo posible por incorporar nuevos adeptos y aliados sin tomar en consideración principios y sustento ético.
El primer riesgo, dicho en pocas palabras, consiste en que la contienda electoral no sea más que una competencia entre especialistas en mercadotecnia, empeñados en “vender” su producto; esto es, los candidatos, como si fuera una competencia en el mercado, hay que conseguir compradores y formar clientela. Y hemos visto en México campañas de esa naturaleza, las que reciben una fuerte influencia de las campañas de nuestros vecinos del norte, que son expertos en ese tipo de competencias; no se trata de convencer intelectos, sino de impactar, impresionar, deslumbrar. Los jefes de campaña son profesionistas que buscarán que su “producto”, cada candidato, sea visto y oído no como un ciudadano que aspira a representar a otros ciudadanos, sino como una mercancía para que el público la compre.
No importa en este tipo de campañas si las propuestas se fundan en la doctrina del partido y si sus candidatos las representan adecuadamente; se basan en estrategias para vender y deslumbrar, importa más un maquillaje correcto, una frase trillada hasta el cansancio, mensajes subliminales, que una propuesta seria y sólida, basada en conceptos claros de la persona y del Estado. La comunidad es vista así más como objeto que como sujeto. Una campaña con trasfondo ético y responsabilidad social busca mover la inteligencia de los ciudadanos, obtener convicciones, mover las conciencias, conseguir adhesiones y simpatías para una propuesta ideológica.
Un político con formación ética propone formas de servir a la población; su campaña se dirige a la inteligencia y no a los ojos de los votantes; quiere convencer y no inducir. El otro riesgo es interno; lo han señalado con ejemplos históricos, tanto Maurice Duverger como Robert Michels; los partidos enferman con el virus de las burocracias que excluyen a las bases de las decisiones, que se reservan todos los puestos y los cargos; en mi opinión, ese es el riesgo mayor y tanto dirigentes de buena fe, como militantes deben salir al frente de este peligro, como repito, el pueblo manda, no los de arriba.
Un ejemplo de lo anterior: nuestra legislación electoral establece que para equilibrar el número de votos con el número de asientos en el Congreso, debe funcionar el sistema de diputados de partido, si este mecanismo se suprimiera de la legislación, un partido que ganara (es un ejemplo extremo) los 300 distritos por un voto en cada uno de ellos, tendría 51 por ciento de los sufragios a su favor y 100 por ciento de los lugares en el Congreso; habiendo diputados de partido, las fórmulas matemáticas que hay en la ley, previenen este riesgo.
En un inicio los partidos no elaboraban una lista de diputados pluris; los perdedores que habían obtenido un porcentaje más alto entre sus compañeros de partido eran los que integraban la lista de plurinominales; esto se cambió en algún momento sin mucha explicación, nadie objetó, pero eso conviene a las cúpulas partidistas y no a quienes se la jugaron en una campaña, aportaron muchos votos para su partido, pero no ganaron su distrito; que ellos sean los incluidos en la representación proporcional es más equitativo y sano que el sistema vigente.