La cúspide de poder y riqueza del capitalismo, integrada por alrededor de 70 a 80 millones de personas, ha perdido hace ya mucho tiempo cualquier escrúpulo, tirando por la borda la menor tentación humanitaria. Están dispuestos a masacrar a media humanidad para seguir bien arriba.
Las guerras de las últimas décadas han sido todas contra los pueblos. Desde la “guerra contra las drogas” en América Latina, hasta las guerras en Yemen, Libia, Siria, Afganistán y las diversas registradas en África, con escasa cobertura y menor interés mediático.
Algunos analistas sostienen que en estos momentos se registran “cinco genocidios simultáneos en el mundo”: en la región de Darfur, en Sudán, desde 2003; en Tigray, Etiopía; en el noroeste de la República Democrática del Congo; y el perpetrado por Azerbaiyán contra el pueblo armenio en Nagorno-Karabaj (https://goo.su/VNUsz1).
La agresión a la población de la franja de Gaza es el último episodio de una serie casi ininterrumpida de violencias contra los pueblos, con el descarado propósito de desplazar por la fuerza a millones de personas. La acumulación por despojo/cuarta guerra mundial contra los pueblos, comenzó ocupando territorios y expulsando a la población que los habitaba para convertir la vida en mercancía. Esto ha sido analizado y denunciado en múltiples ocasiones.
Lo que se hace evidente ahora, es que vienen incluso por las poblaciones. Ya no se conforman con desplazarlas. Ahora se trata de eliminar a los pueblos molestos, a los que no se dejan, los que se aferran a sus tierras y territorios, los que quieren seguir viviendo como siempre lo hicieron: con la tierra y sus cultivos, en la sencillez de la vida campesina.
De hecho, los pueblos habitan territorios que el capital busca capturar, ya sea por la biodiversidad que contienen, por la existencia de riquezas minerales o hidrocarburos en el subsuelo, por la simple abundancia de agua o por cualquier circunstancia que haga de esos espacios posibles fuentes de ganancias.
Aquella vieja frase que solía ponerse en boca de los asaltantes de carruajes en parajes remotos, “la bolsa o la vida”, ya no tiene validez. Vienen por ambas. No tanto porque la vida les importe más o menos que la bolsa, sino porque la simple existencia de vida humana le está creando problemas a los más poderosos, a ese uno por ciento más rico.
Alberto Morlachetti fue el creador del colectivo Pelota de Trapo, en la zona sur del conurbano de Buenos Aires. En 2009, bajo un gobierno progresista, escribió un artículo titulado “Madre, cuida a tu niño: vienen por él” (https:// goo.su/ozj8yC). “Esos pibes que luchan por su vida amenazada por los días que terminan y no alimentan, saben a resistencia”, escribió indignado por la violencia sistemática que sufren niños, la indiferencia de la sociedad y de las autoridades. Hoy las cosas han empeorado exponencialmente.
Vivimos una guerra civil contra niños pobres y del color de la tierra. Porque son los resistentes del mañana, los que pueden colocar en dificultades al sistema. Las niñeces no sólo son el futuro, sino que su existencia nos alienta la esperanza. Sin niños, el futuro está cancelado. Por eso el Banco Mundial se ha empeñado en combatir (y hasta criminalizar) los mal llamados “embarazos adolescentes” y en hacer caer las tasas de natalidad de los sectores populares. Los lenguajes empiezan a develar las intenciones profundas.
Con pocos días de diferencia, el ex presidente argentino Mauricio Macri, hombre fuerte del futuro gobierno de Javier Milei, se refirió a los piqueteros como “orcos”, mientras un ministro israelí considera a los palestinos como “animales humanos”. Para poder eliminar a un sector de la sociedad, primero debe despojárselo de su humanidad, entonces se lo puede asesinar sin cometer delito, como señaló Giorgio Agamben.
Delineada a grandes zancadas, la historia del capitalismo ha sido, desde el cercamiento de los campos en Inglaterra a partir de 1600 aproximadamente, la de la destrucción de las praderas, bosques y tierras comunales para crear parcelas individuales, expropiando a los campesinos para forzarlos a trabajar en las fábricas. El desplazamiento de las poblaciones se aceleró con la Conquista de América y más recientemente con el extractivismo.
El sistema aprendió de sus dificultades y de nuestras resistencias. Su apuesta es que dentro de algunas décadas ya no existan los pueblos originarios y los campesinos que tantos obstáculos interponen a su acumulación. Saben que después de cinco siglos, los pueblos siguen ahí. Y ese “problema” no lo pueden extirpar matando en masa, solamente.
Por eso el ataque a los niños en todas partes. ¿No son acaso la inmensa mayoría de los pobres del mundo? Eso no es ninguna casualidad. Si el objetivo son los pueblos y sectores enteros de la sociedad, la mejor forma de aplastarlos es haciendo desaparecer la niñez de diversos modos, como viene sucediendo en Gaza. Debemos defenderlos como un modo de sobrevivencia.