Hace unas semanas, la Cámara de Diputados rindió un homenaje a la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) con motivo del nonagésimo aniversario de la institución.
Desde Petrópolis (enero de 1933), Alfonso Reyes, que cumplía funciones como embajador de México en Brasil, formuló en una suerte de ensayo su Voto por la Universidad del Norte, donde expresaba el propósito de aportar a la creación de la que sería la universidad pública de Nuevo León.
“Nada debió ser más familiar al pensamiento de todos los mexicanos que el programa de crear, por allá en el regazo de las que llamaba Manuel José Othon ‘Montañas Épicas’, una sólida y coherente organización de la cultura nacional, para que ella responda ante la historia de los compromisos de salvaguardia y frontera.”
Reconocía Reyes la existencia de instituciones educativas: “Pero no penséis que tales instituciones bastan; no penséis que basta añadir una escuela de ingenieros, una de bellas artes, a la de médicos y a la de abogados, y envolverlas en cierto tejido conjuntivo, para crear una universidad. Entiendo más bien que la creación de nuestra universidad significa un cambio de acento en la atención pública: la cultura, que antes crecía como al lado, pasará a constituir el núcleo, el meollo. La organización escolar dará el armazón, y en ella se trabarán como derivaciones indispensables todas las demás actividades técnicas, la circulación del comercio y aun los entreactos de la vida mundana”.
Señalaba el pulido escritor regiomontano la importancia de crear universidades regionales como contraparte válida de las fuerzas centrípetas “que juntaban a los hombres en la capital como en una roca de náufragos”.
Y concluía: “la universidad del norte llega a su tiempo”. Era sin duda consciente de lo que significa o debe significar la identidad de los individuos con su cultura nacional. Pero concedía que esta identidad se alimentaba según las particularidades de cada pueblo, y del espíritu que lo anima: “Somos una raza metafísica y poética; y no se revelen contra esta declaración los amontonadores de energía física y de materia que también eran así los egipcios y también dejaron pirámides”.
Presagiando lo que se gestaba en México afirmaba, en lo que llamaba “urgencias actuales”, la necesidad de no tener suficiente con el positivismo derivado de una cultura científica, y llamaba a dar “sitio en la nueva universidad a una forma de cultura política”, pues suponía que en su cultivo sería desterrada la “politiquería interior”. Añadía: “la impreparación política, junto con la impreparación sexual será el mayor escollo con que haya tropezado la humanidad contemporánea”.
Reyes percibía con claridad ciertas tendencias sociales muy propias de las crisis en Nuevo León: la de 1914 (confiscación de la Cervecería Cuauhtémoc por las fuerzas revolucionarias), y la más reciente de 1929 (el crac económico). “Yo sé bien que hay, entre nosotros, hombres representativos de intereses comunes que, al menor desconcierto de la cosa pública (¡y a tantos estamos expuestos!), echarían a andar su motor y, en pocas horas, se trasladarían a Laredo-Texas con armas y bagaje.” Era preciso –decía– que los moradores de estas latitudes estuviesen preparados “para afrontar tempestades con los recursos que les proporcionen su ética y su conciencia”.
Inédita era la perspectiva de Reyes; decía: “Sólo la cultura política puede precavernos. Pero abogar, hoy en día, por una cultura política, tanto vale como proponer un voto por la izquierda. Querer abarcar a todos en la obligación y el disfrute de la cosa pública –privilegio hasta ayer de grupos limitados– es tirar la manta hacia la izquierda. ¡Que ella pueda cubrir a todos y no desamparar a nadie! Los espíritus conservadores han de convencerse de que no les queda más salida que el ir cediendo a las novedades de que el tiempo viene cargado. La cultura quiere alumbrar por igual a todos los hombres –y este todos-los-hombres lleva en sí el postulado político. Oigan los que saben oír, hagan los que saben hacer: la cultura debe ser popular, y nadie tuerza mis palabras ni piense que he dicho populista”.
En cierta edición reaccionaria y vil, los últimos párrafos del texto de Reyes fueron censurados. Precisamente por lo que demandó hace 90 años desde una cofa de izquierda: el predominio en la universidad de la cultura sobre sus manifestaciones parciales; el binomio indisociable de la cultura nacional y la cultura local; la calidad de las profesiones; la postulación de la cultura política como la mejor forma de preservar y fomentar el saber y la conciencia social, y esta conciencia a partir de una convicción angular: “lo que sabemos lo sabemos entre todos”.
En su intervención en la Cámara de Diputados, el doctor Santos Guzmán López, rector de la UANL, mencionó la apertura al cambio de esta institución educativa como una de sus características. Debiera ser el cambio visionario que se lee en el Voto por la Universidad del Norte.