Cada 25 de noviembre, miles de mujeres y niñas se manifiestan en las calles en el mundo para denunciar la violencia que viven día a día por el hecho de ser mujeres en sus diversos espacios, razón por la cual la Organización de Naciones Unidas (ONU) estableció esta fecha como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. No obstante, es necesario reflexionar sobre la protección de los derechos humanos de las mujeres y niñas dentro de sus esferas de desarrollo, pues si esos derechos estuvieran garantizados, no tendríamos tantas acciones enfocadas a asegurar una vida libre de violencia.
Con base en el Índice Global de Brecha de Género del World Economic Forum, México descendió dos lugares a nivel internacional, implicando un retroceso en la búsqueda por la igualdad de género. Asimismo, en el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública se denunciaron 82 mil 715 delitos sexuales a nivel nacional en 2022 y, aproximadamente 5 por ciento de las mujeres que señalaron violencia de género solicitaron apoyo a alguno de los Centros de Justicia para las Mujeres en operación. Sin embargo, ¿por qué la violencia de género contra las mujeres continúa siendo una prioridad e interés internacional, aunque haya leyes e iniciativas creadas para combatir esta problemática? ¿Hasta cuándo tendremos que pedir órdenes de protección para resguardar nuestra vida ante quienes atentan contra nuestra dignidad? ¿Hasta cuándo se tomarán en cuenta las recomendaciones internacionales y de los organismos nacionales en materia de derechos humanos y de violencia de género para que podamos vivir libres de violencia?
Si bien, los índices de violencia de género simbolizan una parte de la realidad, las estadísticas no representan las historias de las mujeres y niñas que han sido revictimizadas por personas, instituciones y comunidades que utilizan sus prejuicios para cooptar su libertad e integridad. Aunque las obligaciones del Estado en torno a la protección de la vida de las niñas y mujeres se encuentran establecidos en los estándares internacionales en materia de derechos humanos, así como en la jurisprudencia nacional correspondiente, la transformación de la violencia de género a condiciones libres de violencia compete a todas las personas. Lo anterior implica que cada una de primer contacto, es decir, la que atiende a cada una de las víctimas que sufren violencia de género en las instituciones, deben estar sensibilizadas donde su criterio moral no afecte la vida ni la seguridad al denunciar la violencia que ejercieron hacia ellas. También es fundamental que la implementación de la perspectiva de género se aplique con base en los protocolos y normatividad creados para atender estas cuestiones. No obstante, la problemática de la violencia de género contra las mujeres va más allá de sólo tener personal adecuado para las víctimas en las dependencias gubernamentales o que las denuncias estén bien redactadas; es comprender que atañe a un tema cultural, social y económico, en el que cada persona es parte de esas dinámicas.
Desde que somos niñas, los desafíos de género están presentes en cada uno de nuestros espacios, donde no importa lo mucho que deseemos explorar otras áreas y actividades, pues por nuestra condición de género no está socialmente aceptado ser parte de esas esferas. Mientras somos jóvenes, se espera que podamos incidir y ser las próximas referentes en la ciencia, la política, la medicina, entre otras materias, pero ¿cómo hacerlo posible si continúan los techos de cristal, los pisos pegajosos y la utilización de la equidad de género para cubrir una cuota paritaria en lugar de una acción sustantiva? Las niñas y mujeres de este país y del mundo necesitamos que todas, todes y todos combatamos la violencia de género, no sólo previniendo los feminicidios, la trata de niñas y mujeres, así como el abuso y hostigamiento sexual, sino generando las condiciones necesarias para tener las mismas oportunidades que aquellas personas que históricamente han tenido el poder y control de dichos espacios.
Asimismo, confiar en que las niñas, las mujeres jóvenes y adultas tenemos la capacidad, la inteligencia y la agencia necesaria para participar en los espacios de toma de decisiones, incidencia política, academia, etcétera, sin que nuestra condición de género sea limitante. Por ende, no necesitamos una regla paritaria para que “nos den espacios”, sino que la sociedad transforme sus estereotipos y prejuicios de género y que nos reconozca como personas con derechos humanos y capacidad de agencia para formar parte de cada espacio en los que hemos sido invisibilizadas, revictimizadas, excluidas y discriminadas por el hecho de ser mujeres.
Necesitamos desmontar los sistemas de opresión, desde el patriarcado hasta el capitalismo, para que las niñas y mujeres logremos vivir en condiciones dignas y justas, pero sobre todo, libres de violencia de género.