Uno. ¿Qué causa más indignación? ¿Quien niega el derecho de Palestina a resistir el genocidio en curso perpetrado por el enclave terrorista llamado Israel? ¿Quien se alza de hombros porque “ambos bandos” (sic) matan-civiles? ¿Quien guarda silencio porque la prima segunda de la tía abuela judía del cónyuge cristiano, murió en Auschwitz? Dos.
Hitler llegó democráticamente al poder, y poco después instauró la dictadura nazi que fue derrotada por la Unión Soviética, en 1943. Una victoria militar que dos años después permitió que el “mundo libre” lograse la rendición formal de Alemania.
En cambio, el genocidio judeo-sionista en Palestina empezó cuando llegué al mundo, hace 76 años. Tres. Con todo, ni eso es lo peor. Lo peor es que hemos naturalizando lo dicho a tal punto, que al genocidio llamamos “conflicto”.
Así, mientras el fuego bíblico de Tel Aviv cae sobre los palestinos, sentimos algo de alivio cuando el mentado “mundo libre” recomienda, por enésima vez, “evitar excesos” a la potencia de ocupación. Cuatro.
Desde el 7 de octubre, día tras día, hemos visto a millares de mamás y papás gazatíes aferrándose al cadáver de sus seres queridos. Y hasta la náusea, los medios hegemónicos repiten: Hamás-decapitó-bebés. ¿A quién creer? Porque la Casa Blanca enmendó al presidente Biden diciendo que no había prueba de tal horror. En fin.
Seguir con esto me causa asco, junto con el cínismo intelectual del albañal judeo-sionista, hablando del “odio” que ellos propagan. Cinco. En abril de 2015, participé en un encuentro celebrado en Caracas para tratar el asunto de los refugiados palestinos. Bien.
Llego al hotel y, mientras me registro, advierto que el gerente discute con tres rabinos ortodoxos que solicitaban, cuanto mucho, hospedarse en el segundo piso. Farfullando en venezolan-english, el gerente decía: “Sólo hay habitaciones disponibles en el octavo piso”. Entonces, pregunté a uno de los rabinos: “¿cuál es el problema? ¿No hay elevadores?” Respuesta: “Yes, yes… but today is friday!”
Seis. Sobra aclarar que fui hospedado en el octavo, en una habitación contigua a la de los rabinos. Pero al día siguiente, esperando el elevador, veo a los tres subiendo por las escaleras, y haciendo equilibrio con sus bandejas de alimentos.
Good morning! Good morning! Y ya en el vestíbulo, me presentan al chileno Nicola Hadwa, ex director técnico de la selección palestina de futbol (2002-04). Siete. Pregunté a Nicola acerca de la presencia de los rabinos en el encuentro: “¡Ah!”, respondió. “Son de Naturei Karta (en armaeo, Guardianes de la Ciudad), agrupación de judíos ortodoxos de Nueva York.
Sería interesante que platiques con Yisrael Weiss, de Judíos contra el Sionismo.” Ocho. De paso, le conté lo del octavo piso y las escaleras. Nicola explicó: “Lógico. Hoy es sábado, día sagrado en que los judíos ortodoxos observan 39 prohibiciones. Entre ellas, usar elevadores. ¿Lo sabías o eres goyim [judío a medias]? No te preocupes.
Hay cosas peores”. Nueve. Aproveché los recesos del encuentro para entrevistar a Ysrael Weiss. Pero la tiranía del espacio me obliga a transcribir, apenas, las partes sustantivas de su pensamiento: La igualación de judaísmo y sionismo es la gran mentira que ha capturado a la opinión pública occidental.
El sufrimiento del pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial creó una simpatía extraordinaria entre los pueblos del mundo entero, y esta simpatía sincera y recomendable es lo que viene explotando la máquina de propaganda sionista desde 1945. El sionismo no valora para nada la vida humana y no tolera la crítica pública.
Pero le falta el arma más poderosa en cualquier arsenal ideológico, pues no tiene la verdad de su parte. El judaísmo es la fe del pueblo judío, y sólo a finales del siglo XIX, entre judíos muy alejados de su fe, apareció Teodoro Herzl y un puñado de gente, todos ignorantes y no observadores de la Torah, y empezaron a implementar el proceso que en el siglo siguiente iba a producir sufrimientos jamás vistos tanto para judíos cuanto para palestinos.
El sionismo es totalmente indiferente hacia los no judíos en general, y hacia el pueblo palestino que ya vivía allí. En el horizonte de la Torah, la noción de soberanía judía de cualquier tipo sobre la Tierra Santa está prohibida. La conquista sionista mediante la inmigración se volvió una conquista armada con terrorismo a diario contra palestinos, británicos y otros judíos.
El Estado de Israel existe en violación de los principios fundamentales de la Torah. Pretende representar al pueblo judío, pero es vil y corrupto. No habrá paz en Medio Oriente mientras haya un Estado de Israel. La verdadera solución, la clave de la paz, es la inmediata devolución de Palestina a los palestinos en su totalidad, incluyendo el Monte del Templo y Jerusalén, incluyendo el derecho pleno al retorno para todos los refugiados palestinos.
Atacar y matar a niños palestinos no forma parte de ningún mandamiento. Claro que hoy residen millones de judíos en Palestina. Decidir si algunos, todos o ninguno deben seguir viviendo allí bajo un gobierno palestino, es cuestión que atañe a los palestinos, legítimos soberanos de la tierra. Esta coalición de judíos antisionistas y palestinos que ven la inhumanidad del sionismo, bien puede convertirse en una fuerza moral para el bien del mundo.