Ha ganado Javier Milei la presidencia de Argentina a pesar de sus evidentes insuficiencias como político y economista (en debate, el peronista
Sergio Massa lo exhibió penosamente) y de sus extravagancias e indicios de inestabilidad mental (escuchar voces, mantener comunicación empática
con su adorado perro muerto al que clonó en cuatro ejemplares, proponer una motosierra para reducir ministerios de gobierno y presupuestos).
Podría decirse que triunfó la estridencia, la extravagancia, el aventurerismo programático, el histrionismo para fines mediáticos, el ruido insustancial. Pero nada de ello habría funcionado a tal nivel de ganar la presidencia si no hubiera el caldo de cultivo largamente preparado por un kirchnerismo que desgastó el capital político de la esperanza de cambio entre corrupción, peleas internas (la vicepresidenta Cristina Kirchner y el presidente Alberto Fernández, confrontados), políticas fallidas (la economía argentina, devastada; inflación, paridad cambiaria ante el dólar) y, en busca de un nuevo periodo presidencial, la postulación de un personaje del ala derecha de ese movimiento de origen peronista, Sergio Massa, el ministro de Economía que fue corresponsable ejecutivo de la muy difícil situación económica del país.
En segunda vuelta y con un notable proceso de crecimiento en el ánimo electoral desde la primera, Milei aventajó a Massa por casi 12 puntos porcentuales (55.73 por ciento de votos contra 44.26 de su contrincante, según el escrutinio preliminar a la hora de cerrar esta columna), contra las previsiones demoscópicas y los análisis de especialistas que auguraban una final cerrada, acaso con un punto o dos de diferencia entre los participantes en el balotaje.
Aun cuando hay diferentes corrientes del pensamiento libertario, al que pertenece Milei, y que es altamente probable que sus propuestas más polémicas vayan a ser atenuadas o francamente incumplidas ante la realidad institucional que no se derrumba con discursos ni intenciones, las corrientes de derecha, ultraderecha o ultraconservadoras del continente americano y de otras partes del mundo se sentirán inicialmente alentadas por esta victoria, aunque habrá de verse el costo que a mediano plazo tendrán si el programa de gobierno de Milei naufraga.
El impacto en México del triunfo del libertario argentino es menor, pues la versión electoral que más se le puede acercar es la representada por Eduardo Verástegui, quien busca ser candidato presidencial independiente, con pocas probabilidades de competir con viabilidad. En todo caso, habrá opositores en México que, sin entrar al fondo del asunto ideológico y programático, reivindiquen la victoria de Milei como un ejemplo de derrota del oficialismo y las opciones de izquierda o progresistas.
En la Ciudad de México, mientras tanto, el trayecto de Claudia Sheinbaum rumbo a la Presidencia parece tener pocos obstáculos. Ayer se registró como precandidata única de Morena y sus aliados y hoy inicia su precampaña. Hay expectativas positivas en algunas de las entidades federativas donde se elegirán gobernantes en 2014, con signos de interrogación en Guanajuato y Jalisco (acaso Yucatán, si el gobernador panista no cede a la tentación diplomática).
En todo caso, el cotilleo se centra en las ausencias, en el regateo de apoyo a Sheinbaum y sus planes. No estuvo ayer Marcelo Ebrard en el acto del World Trade Center, aunque expresamente en el presídium hubo asientos con rótulos a su nombre, pero el ex canciller no se apareció, como sí lo hizo Adán Augusto López Hernández, pero tampoco asumió su asiento en las alturas estelares.
Por lo demás, Sheinbaum hizo un discurso de reiteración identitaria con el obradorismo. Subrayó que se mantendrá en la plena responsabilidad de continuar el rumbo trazado por el pueblo, sin zigzagueos
y postuló un plan de continuidad de 17 puntos. ¡Hasta mañana!
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