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Propaganda en una parada de autobús en la ciudad de Buenos Aires. Una foto de la fallecida leyenda del futbol argentino Diego Armando Maradona vistiendo una camiseta con la imagen de Juan Domingo Perón junto a otra que llama a no votar por Javier Milei. Foto Afp
18 de noviembre de 2023 08:50

La tasa oficial de desocupación en el país registra el menor nivel histórico y sólo en lo que va del presente año el número de empleos registrados, hasta octubre pasado, en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) suma cerca de 923 mil plazas, 74 por ciento de las cuales son permanentes. A su vez, los más recientes indicadores sobre ocupación y empleo del Inegi, correspondientes al citado mes, revelan que el 2.7 por ciento de la población económicamente activa está desocupada, la menor tasa en muchísimos años y muy lejos ya de la elevada cota que en este renglón se alcanzó en la pandemia.

Más de 22 millones de trabajadores están incorporados al mercado formal laboral y esa es la noticia buena; la mala, que 65 por ciento de los mexicanos con ocupación remunerada obtiene entre uno y dos salarios mínimos, mientras a duras penas 1.3 por ciento percibe más de cinco salarios mínimos. En la presente administración el miningreso se ha incrementado alrededor de 135 por ciento en términos nominales (y ya viene el aumento para 2024), lo que sin duda es una excelente noticia, pero falta mucho camino por recorrer para que el nivel de ingreso de la mayoría alcance una proporción suficiente.

Otra arista de este problema es la tasa de informalidad laboral, la cual, si bien se redujo 1.3 puntos porcentuales en el último año, se mantiene en un nivel elevadísimo: 54.3 por ciento (al cierre de septiembre pasado, de acuerdo con el Inegi).

El empleo, no sólo en México, sino en el mundo, fue la primera factura de la pandemia y millones quedaron sin fuente de trabajo y, por tanto, su respectivo emolumento. En este contexto, al Organización Internacional del Trabajo (OIT) refiere que 80 por ciento del ingreso de los hogares en América Latina y el Caribe proviene del mercado laboral. Es por ello crucial estar al tanto de la evolución de los mercados laborales por sus efectos inmediatos en el bienestar de las personas. La institución ha venido revisando esta evolución desde hace 30 años, observando cómo la región ha experimentado crisis de deuda externa, desastres naturales, hiperinflaciones, inestabilidad política, el cese de conflictos armados, olas de migración interna y, recientemente, estallidos sociales.

Durante ese periodo, señala la OIT, en la región vivimos una primera década marcada por crisis recurrentes (1994-2003), seguida de otra década con alto crecimiento económico, interrumpida brevemente por el impacto de la crisis financiera internacional de 2008-2009. Esta última etapa de crecimiento económico propició mejoras tanto en la cantidad como en la calidad de los empleos y en los ingresos laborales (2004-2014). Esto, a su vez, ofreció una oportunidad para impulsar mejoras en los ámbitos de la productividad, el empleo y la protección social. Aumentó la participación de las mujeres en el mercado laboral, creció el nivel educativo de las personas trabajadoras y el acceso al empleo asalariado formal, surgieron oportunidades para los y las jóvenes de la región y se registró un mínimo histórico de la tasa de desocupación.

Sin embargo, detalla, en América Latina las oportunidades de ese periodo no fueron plenamente aprovechadas para generar un cambio de paradigma productivo. Los años más recientes (2015-2023) vienen marcados por tasas de crecimiento económico insuficientes para la creación de empleo formal, por el impacto de la crisis de covid 19, por los efectos negativos de las crisis medioambientales, la incertidumbre que generan los cambios tecnológicos sobre el futuro del trabajo y el menor espacio fiscal para poner en marcha reformas y programas. Continúa siendo una región con la productividad estancada y con una informalidad que afecta a la mitad de las personas trabajadoras. Se trata de un área mayoritariamente joven y las perspectivas de la juventud sobre su futuro son menos optimistas que la que tenía la juventud de hace 10 años.

Además, la región enfrenta el doble desafío de formular políticas que permitan aprovechar los rápidos cambios tecnológicos y transitar a sociedades y economías medioambientalmente sostenibles. Estos cambios, si se dan acompañados de un paquete coherente de políticas, pueden beneficiar a las empresas sin dejar de proteger a las y los trabajadores. El camino, pues, aún es largo.

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