Aun sabiendo que hasta el momento han fracasado en alcanzar las metas que se fijaron –peor todavía, quizás sean incumplibles en los términos en que están planteadas–, los gobernantes de Rusia y Ucrania, Vladimir Putin y Volodymir Zelensky, respectivamente, siguen obstinados en continuar una guerra inútil que lleva semanas estancada y confían en que los próximos meses –a más tardar antes de que termine 2024– podrán conseguir una sonada victoria militar que haga deponer las armas al otro bajo sus condiciones.
Putin apuesta a triplicar el presupuesto bélico del año siguiente, sacrificando el del gasto social, salud y educación. Zelensky espera que el conflicto de Medio Oriente no merme las posibilidades de Estados Unidos y sus aliados para seguir prestando la ayuda militar y financiera que requiere. Ambos son conscientes de que la guerra no acabaría si el ejército ruso logra, por fin, liberar
la totalidad de las cuatro regiones (Donietsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia) que Rusia se anexionó o si las tropas ucranias, que ya están del otro lado del río Dniéper, consiguen llegar hasta el mar de Azov, cerrando el corredor terrestre que une la península de Crimea con la región rusa de Krasnodar.
Porque incluso estos que parecen ser los objetivos del gran éxito bélico que ambos necesitan para sentar a negociar al rival no garantizan que Moscú y Kiev acepten cumplir las condiciones que esgrimen para poner fin a la guerra. Por eso, Putin no se detendrá hasta conseguir lo que proclamó como razón principal para ordenar que las tropas invadieran el vecino país el 24 de febrero de 2022: desmilitarizar
y desnazificar
Ucrania. Zelensky también exige lo que es un imposible: para negociar la paz todos los soldados rusos deben abandonar el territorio de Ucrania conforme a las fronteras que tenía hasta 1991, cuando se desintegró la Unión Soviética.
Es más: quien presuma un triunfo militar incompleto y con ello intente propiciar un alto el fuego, quedaría muy mal ante su población, después de haber justificado durante tanto tiempo todas las penalidades causadas por la guerra en aras de alcanzar objetivos que, proclamados como más relevantes y al margen de la retórica, ni Putin ni Zelensky, hoy por hoy, tienen posibilidades reales de cumplir. Al menos, en el corto y mediano plazos.