Tashkent. Hay boxeadores que fascinan. Ídolos que son amados hasta la locura por sus seguidores. Los hay también los que son odiados, ya sea por fanfarrones o vanidosos. Pero sólo unos cuantos son realmente temidos, como si en ellos encarnara alguna forma genuina del mal o un don destructivo, una mezcla de seducción y espanto. El último de esta estirpe tal vez sea Mike Tyson, a quien alguna vez llamaron el hombre más malvado del mundo.
“Trato de darle a mi adversario en la punta de la nariz porque intento hundirle el hueso en el cerebro”, dijo alguna vez Tyson en una declaración que seguro provocó sudor frío en quienes la escucharon en vivo.
Ese terror que provocaba en su mejor época, en los años ochenta y noventa, parece una maldición de la que trata de desprenderse como si fuera un santo que renuncia a la vida mundana. La llegada a la ciudad de Tashkent en Uzbekistán resulta un suceso. En esta ex república socialista ubicada en Asia Central gran parte de la cultura global parece ajena. Excepto cuando mencionan a un puñado de estrellas deportivas como Tyson los habitantes de esta región arquean las cejas y sonríen ante lo conocido.
El conductor de un taxi mira una foto y sin saber pronunciar una sola palabra en otro idioma distinto al suyo, dice claramente Tyson mientras señala una foto promocional del ex peleador de Brooklyn. Y cuando llega al Hotel Hilton para la convención del Consejo Mundial de Boxeo, los uzbekos, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, alargan sus cuellos para ver al menos de lejos a esta súper estrella que suele moverse rodeado de una comitiva como si estuviera a punto de subir al cuadrilátero.
Ahora parece más un abuelo bonachón que un carnicero con guantes de boxeo. Luce una barriga firme y se nota cansado, tal vez del largo vuelo para llegar hasta Asia Central o de la agitada vida que tuvo antes de convertirse en esta versión de un hombre sereno.
“Nadie está programado sólo para la gloria”, dice Tyson a los jóvenes de Uzbekistán; “la vida no sólo se trata de ganar. Todos, a lo que sea que se dediquen, conocerán un poco de éxito, pero tienen que estar preparados para los desafíos y las derrotas. Nadie viene a la vida sólo a ganar, sea cualquiera el camino que elijan, tendrán de manera inevitable algunos fracasos”.
Tyson dejó atrás el personaje temible, pero no ha perdido el orgullo por una filosofía del boxeo que ya no ve hoy día.
Tyson asegura que hoy no tolera que un boxeador sólo tenga uno o máximo dos combates al año, porque están faltando el respeto a los aficionados de este oficio.
“En mi época solía pelear a menudo. En la actualidad hay peleadores que sólo lo hacen una o máximo dos veces al año. Eso no lo entiendo, porque los boxeadores se deben al público, estamos para entretenerlos. Yo siempre pensé que mi oficio más que pelear era hacer feliz a la gente”, dice molesto.
No deja de estar interesado en el boxeo, sin embargo, para la próxima pelea entre el británico y tocayo Tyson Fury contra el ucranio Oleksandr Usyk, asegurá que prefiere al primero.
“Creo que Fury es mejor boxeador. Lo veo más interesante, más emocionante, creo que tiene todo para vencer a Usyk. Tal vez me equivoco, pero eso es lo que pienso”, añade.