En las últimas semanas hemos presenciado, con horror e indignación, el genocidio que está cometiendo el Estado de Israel contra el pueblo palestino en la franja de Gaza.
La respuesta israelí a la incursión terrorista, injustificable ésta desde cualquier punto de vista, cometida por la organización Hamas el 7 de octubre, que tomó por sorpresa a los sistemas de vigilancia israelíes y en un ataque por aire, mar y tierra asesinó a mil 400 personas judías y tomó como rehenes a 240 personas más, ha tenido como respuesta una brutal violencia genocida perpetrada por el ejército más poderoso de la región, ordenada por su líder de ultraderecha, Benjamin Netanyahu.
El gobierno de Israel ha bombardeado con brutalidad las principales ciudades de la franja de Gaza, donde habitaban, antes de este conflicto, más de 2 millones 300 mil personas. Los objetivos de los misiles israelíes se han dirigido contra edificios habitados, refugios, escuelas, hospitales, iglesias y la principal carretera que corre de norte a sur.
Desde el comienzo de su ofensiva, el ejército israelí cercó todas las fronteras terrestres y marítimas de Gaza, impidiendo la salida de la población civil, y cortó el suministro de electricidad, agua y alimentos, con el fin de estrangular a sus habitantes.
Impidió también el acceso a periodistas extranjeros a la zona de conflicto, estableciendo un cerco informativo, por lo que las noticias de lo que ahí ocurre las hemos conocido por la heroica labor de periodistas que se encontraban dentro de Gaza y que han sufrido también una brutal persecución y decenas de ellos han sido asesinados. Los últimos informes hablan de más de 11 mil personas palestinas muertas, entre ellas, más de 4 mil niños. La mayoría de quienes han sido asesinados son mujeres y menores.
Está ocurriendo un genocidio a la vista del mundo, sin que seamos capaces de detenerlo. Naciones Unidas ha mostrado una vez más su ineficacia e inutilidad.
Por desgracia, es el único mecanismo internacional que existe y no sirve para resolver conflictos como el actual, pues las decisiones que más afectan a la humanidad, tomadas por el Consejo de Seguridad, cuya función es el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, es un órgano construido en la lógica de la guerra fría, en el que tienen la capacidad de veto sus cinco miembros permanentes: Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña, lo que lo hace totalmente inoperante.
Washington, el principal aliado y sostén de Israel, no sólo no ha impuesto un alto el fuego, sino que ha incrementado su ayuda militar y económica a Tel Aviv y ha enviado fuerzas militares a la región para disuadir a los aliados árabes de Palestina de intervenir y ha ofrecido una ayuda extraordinaria de 14 mil 500 millones de dólares para mantener la hegemonía militar, política y económica en esa región, que concentra las mayores reservas petroleras del mundo.
Aunque ha habido muchas manifestaciones en diversas partes del mundo condenando este genocidio y exigiendo un alto el fuego por razones humanitarias para permitir la salida de la población civil atrapada en Gaza, el gobierno de Netanyahu se ha negado a detener los ataques, pues lo que busca no es sólo destruir a Hamas, sino expulsar a toda la población palestina de Gaza, para conquistar militarmente ese territorio, como lo hizo en 1967, cuando invadió la península del Sinaí.
Es urgente detener este genocidio, al que no se puede llamar de otra forma, pues es una violencia de Estado no contra un grupo terrorista, sino contra la población civil. Es un enfrentamiento totalmente asimétrico, con el ejército más poderoso de la región, que cuenta con la ayuda incondicional de Estados Unidos. Desde luego, el pueblo judío no es el responsable de esta masacre, sino el gobierno ultraderechista israelí encabezado por Netanyahu.
No podemos ser insensibles ante el dolor y el sufrimiento de miles de familias palestinas. No debemos permanecer impasibles sin alzar la voz exigiendo el alto el fuego, la desocupación militar del ejército israelí de Gaza, el retorno de los desplazados y un acuerdo que ponga fin a este derramamiento de sangre y garantice una convivencia pacífica entre palestinos y judíos.
La única solución de fondo es que se aplique en su totalidad la resolución 181 de la ONU, de noviembre de 1947, que establecía la creación de dos estados libres y soberanos, el judío y el palestino, resolución que sólo se cumplió a la mitad, con la creación de Israel, que ha impedido la constitución del Estado palestino.
Se debe exigir el derecho de los palestinos a tener un Estado propio, libre y soberano, que conviva pacíficamente con el Estado y el pueblo judíos. Esta convivencia pacífica es urgente y necesaria, pero antes hay que detener esta masacre contra el pueblo palestino.
*Director general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México