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Argentina: unión contra el espanto

08 de noviembre de 2023 00:02

Uno. En una tienda de barrio, los vecinos se quejan de la inflación semanal y su impacto en el precio de los alimentos, de salarios mensuales que alcanzan para 15 días, de hurtos al paso de celulares caros o baratos, y otras calamidades. Pero de súbito, otro vecino ingresa al local con una motosierra encendida, y grita: “¡Viva la libertad, carajo!”

Dos. Tal es el clima imperante en Argentina a días del balotaje, cuando los vecinos de todos sus barrios concurran a las urnas para elegir nuevo presidente: el camaleónico peronista Sergio Massa, o el sicópata de la motosierra Javier Milei. ¿Cómo se llegó a tan desquiciante situación? Esbozaré la historia reciente, sin incurrir en analogías y lugares comunes facilistas.

Tres. Durante más de un siglo, los argentinos adhirieron a dos grandes identidades políticas: radicalismo y peronismo. Movimientos policlasistas integrados, básicamente, por sectores medios y bajos poco organizados (radicales) y obreros, empleados públicos y de servicios fuertemente sindicalizados (peronistas). Y ambos, representados por gobernantes que en ocasiones ilusionaban, y en otras decepcionaban. Veamos.

Cuatro. 1983-89: un presidente radical, Raúl Alfonsín, que decía: “Con la democracia se come, se cura, se educa”. Entonces, los poderosos urdieron una inflación anual superior a 3 mil por ciento, obligándolo a renunciar seis meses antes de lo establecido por la Constitución.

Cinco. 1989-99: un presidente peronista, Carlos Menem, que conjuró la crisis inventando la piedra filosofal: un-peso-igual-aun-dólar. En su primer gobierno, bajó la hiperinflación subastando, por monedas, empresas estratégicas del Estado. Pero en el segundo, vendió las joyas de la abuela y a la abuela también.

Seis. 1999-2001. Otro presidente radical, Fernando de la Rúa. Idem: hiperinflación, saqueos y congelamiento de millones de cuentas corrientes (corralito), que condujeron a protestas masivas y la imposición del estado de sitio, De la Rúa huyó de la Casa Rosada en helicóptero, dejando medio centenar de muertos y cientos de heridos.

Siete. Luego, cuatro presidentes interinos en 10 días. Tocándole al último, Eduardo Duhalde (peronista), convocar a elecciones en 2003. El peronismo se dividió, y en la primera vuelta ganó Menem con 24 por ciento de los votos, seguido de Néstor Kirchner (22 por ciento). Menem “se bajó” del balotaje, y Kirchner fue presidente.

Ocho. Kirchner impulsó una sostenida redistribución del ingreso, diciéndole adiós a la injerencia del FMI. Polí tica continuada por su esposa, Cristina Fernández. Sin embargo, el kirchnerismo dejó intacto el modelo neoliberal, fracasando en su intento de regular el poder mediático y el corrompido Poder Judicial.

Nueve. Así, a finales de 2015, el procesado magnate ultramontano Mauricio Macri, apoyado por radicales antikirchneristas y peronistas despechados con Cristina (entre ellos, Massa), ganó las elecciones con apenas dos puntos de diferencia.

Diez. Pausa. Según John Le Carre, la calidad de una democracia se mide por el control que ejerce sobre sus servicios de inteligencia. Tarea que Macri delegó en la CIA y el Mossad, y con el propósito de cuidar sus propios intereses, chantajeó y espió a jueces, empresarios, financistas y medios de comunicación, sin excluir simpatizantes, aliados, amigos y familiares.

Once. Tres años después apostó a la relección, y con el apoyo de Donald Trump contrajo una deuda ilegal y astronómica con el FMI. Entonces, la proscrita Cristina (electora máxima) cantó jaque, y Macri perdió frente a un operador del peronismo nombrado por ella, sin vuelo propio: el hoy desinflado presidente en ejercicio, Alberto Fernández.

Doce. Por su lado, las izquierdas cosecharon poco más de 2 por ciento de los votos. Fenómeno recurrente en un país con valiosos teóricos marxistas que saben elegir buenos cortes de carne, pero que luego de acomodarlos en la parrilla se ponen a discutir sobre la república de Weimar, y se les quema el asado.

Trece. Grosso modo: 41 por ciento de peronistas con crisis de identidad, 40 de radicales en caída libre, 15 de inamovible alta burguesía, uno de plutocracia, y tres por ciento de izquierdas que ahora llaman a votar en blanco porque “todos-son-iguales”. O sea que Victoria Villarroel, candidata a vice de Milei y defensora de genocidas en prisión de la dictadura cívico-militar-eclesiástica (1976- 83), serían igual a los luchadores sociales y activistas de derechos humanos.

Catorce. En la primera vuelta, Massa consiguió cerca de 37 por ciento de los votos, contra 30 de Milei. Pero la tercera y cuarta fuerza (antiperonistas), suman poco más de 30 por ciento. Con lo cual, la coalición oficialista que lidera Massa, Unión por la Patria, sería una suerte de...unión contra el espanto.

Quince. La moneda está a punto de caer: Massa (ungido por Cristina), o el vecino de la motosierra que consulta a una vidente que se comunica con mosquitos (sic), y el espíritu de Conan, su perro muerto hace seis años. Ahora bien: una cosa es mofarse de Milei, y otra imaginarlo como presidente del único país del mundo que, por kilómetro cuadrado, cuenta con la mayor cantidad de sicólogos, siquiatras, analistas y terapeutas de reconocida trayectoria profesional.



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