México fue convertido por los gobiernos de PRI, PAN y PRD, en catástrofe social; una debacle cuya enorme dimensión aún no hemos sabido medir en su terrorífica amplitud. La urgencia de las necesidades inmediatas, las de agua y cada uno de los alimentos del día, vividas por la población de Acapulco, son muestra diáfana del atraco de los pocos de arriba contra los demás. Está claro que esas necesidades no pueden ser solventadas por los pobladores. Ellos sólo pueden hacerlo en la escala de la pobreza de los tiempos “normales”.
La pobreza campea en ese Acapulco de vida regalada para los ricos de aquí y los de afuera. La desigualdad social que Otis desnudó ofende, aunque la veamos aquí y allá, por todo el país, todos los días: humanos de segunda, tercera y cuarta, habitantes de Acapulco, que sirven a humanos de primera, que lo son merced a los mecanismos gandalla del capitalismo de segunda de estos lares. El gran lujo de los turistas y las ganancias de los propietarios de hoteles, restaurantes y antros, arriba, abajo la miseria de los demás. Y todo eso normalizado por los de arriba y los gobiernos del PRIANRD: es “normal” que haya unos jodidos que sirven a los de arriba, esos que pagan salarios de pobreza y pululan en la impunidad sin pagar impuestos, como Ricardo Salinas Pliego. Duele mirar la necesidad irrevocable de la reconstrucción: es echar a andar nuevamente la maquinaria que produce y reproduce la desigualdad.
Alcanzar la justicia social y superar la desigualdad, será un proceso muy largo a través de generaciones. ¿Cuándo todos tendrán casa, alimento, salud, educación, en un plano de igualdad? No lo sabemos, pero no podemos, no pueden las mayorías, dejar de luchar por todos los derechos y los bienes que a todos den una vida digna. Para que un día los excluidos dejen de ser los desechables del sistema.
Mejor aún si los desechables cuentan con la solidaridad política militante de quienescuentan con la libertad de lidiar conel yugo, como los cuadros militantes genuinos de Morena: la izquierda real de ese partido. Porque muchos de sus miembros están ahí para subir por la escalera política de los puestos de representación popular, o encaramarse en la nómina de los gobiernos morenistas. Lo ha mostrado a las claras este momento de definiciones sobre las decisiones electorales para seleccionar a los cuadros representantes de Morena.
El espacio electoral, las elecciones mismas, las relaciones, intercambios y compromisos entre partidos políticos, la mayor parte de la acción legislativa, gran parte de la administración del Poder Ejecutivo, el cuento de los institutos autónomos, el nefando Poder Judicial, conforman el universo de la democracia de las élites políticas. Es ahí donde ocurre la “polarización” atribuida a AMLO. Pero ese vasto conjunto de actividades no es, no debiera ser, el centro del interés superior de los militantes de Morena. Ese centro supremo tiene que ser la carencia inmensa de los de abajo y la extrema desigualdad implicada. Por el bien de todos, primero los pobres.
La izquierda de Morena no puede ocuparse de ese objetivo superior sin pasar por la aduana de la democracia de élites. Pero, ciertamente su acción debe estar puesta permanentemente en la perspectiva de hacerlo todo por el objetivo fundamental. No digo, por supuesto, que todo puede tener una conexión inmediata con el centro de su interés; pero nadie debe perderlo de vista, so pena de incurrir en el modo de acción de los que sólo ven para su santo.
Los militantes de Morena son de esos dos tipos: la izquierda real y los otros. Y así será previsiblemente por mucho tiempo, en la más optimista de las expectativas. La izquierda genuina tiene que imponerse, y trazar la línea política. Si ello no ocurre, Morena actuará como los partidos del pasado que quiere superar. El desafío continuo de Morena es ganar los espacios de decisión de los poderes Legislativo y Ejecutivo, atravesar así la democracia de las élites políticas, sin abandonar en ningún momento su primera y última razón de ser: los de abajo.
El capitalismo de segunda de México ha operado fusionado a la historia condensada de largo plazo de los mexicanos: una historia de complejas altas desigualdades de las comunidades precortesianas, y una brutal historia colonial que fue parte del proceso masivo universal que empujó el nacimiento del capitalismo en los actuales centros del sistema. Hace más de un siglo, el sistema comenzó a mostrar que sólo podía desarrollarse en los centros, lo que haría perenne el subdesarrollo de la periferia.
Superar el capitalismo será la hazaña mayor de la historia humana. Los caminos son y serán múltiples. En la coyuntura mexicana, hay que lidiar con la democracia de las élites, para poder allegar un poco de justicia social a los jodidos. La historia mexicana produce ciudadanos cuya conciencia es una mezcla, en balances diferenciados, de individualismo y sentido comunitario. La razón electoral debe atender a esas diferencias.