–La historia de esta ópera es un homenaje a Cuitláhuac, quien nació en lo que ahora es Iztapalapa. Cuitláhuac es el señor de Iztapalapa. La alcaldesa Clara Brugada me pidió componer una obra que conmemorara la gesta de Cuitláhuac. La famosa ‘noche triste’ en que lloró Cortés, ocurrió el 30 de junio de 1520; los españoles la llamaron así porque fueron derrotados por los mexicas. Quien dirigió esa batalla fue Cuitláhuac, el vencedor, el único líder mexica que derrotó en forma apabullante a los españoles.
–Muchos niños mexicanos deberían llamarse Cuitláhuac...
–El 30 de junio de 2020 se cumplieron 500 años de ese triunfo que ahora denominamos La Noche Victoriosa, porque quienes vencieron fueron los mexicas.
–Sigue siendo La Noche Triste de los españoles...
–La alcaldesa de Iztapalapa tuvo la idea de conmemorar a Cuitláhuac, el Señor de Iztapalapa, a quien no se le ha prestado suficiente atención y, al ver que se cumpliría su 500 aniversario, habló con un músico y escritor maravilloso, amigo mío, Samuel Maynez, violinista graduado en la Universidad Yale y doctor en estudios mesoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Compuso la ópera Cuitláhuac y escribió el libreto en español. Relata espléndidamente la gesta de ese héroe excepcional.
“Cuitláhuac estuvo en el poder unos meses, en 1520, sucedió a Moctezuma, quien perdió el respeto de su pueblo porque recibió demasiado bien a los españoles creyendo que venían con buenas intenciones. Cuando falleció Moctezuma, el pueblo eligió a Cuitlahuatzin para dirigir al ejército y derrotó a los españoles.
“Después de que Samuel hizo el libreto en castellano, Patrick Johanssen, profesor en la UNAM, lo tradujo al náhuatl clásico. A mí me invitaron a componer la música. Soy compositor de música clásica y profesor de teoría musical en la Escuela Julliard, en Nueva York, desde hace 38 años, pero nací en la Ciudad de México; aquí crecí y estudié. Vengo mucho a México y la música que escribo es mexicana. Mi obra Cuitláhuac es de las pocas obras musicales mexicanas de gran envergadura y sobre todo, es la primera cantada en náhuatl.
Empezamos la obra en 2020 y, por fin, en 2022, con dos años de retraso, pudimos escenificarla en la Macroplaza de Iztapalapa.
–¿Es muy reconocido el héroe Cuitláhuac?
–Justamente, creemos que se ha descuidado mucho su historia. De ahí que la ópera sea un rescate, un homenaje de primera al héroe. Cuitláhuac es uno de los grandes líderes de nuestra historia. Su impacto fue tremendo, derrotó a los españoles.
–¿Su ópera lo rescata del olvido?
–Relatar esta gesta en una ópera dramática es un homenaje excepcional, porque además la estrenamos en la lengua de los mexicas.
–¿Ángel María Garibay K y Miguel León-Portilla la habrían aplaudido?
–¡Claro! Patrick Johanssen fue la mano derecha de Miguel León-Portilla; es un francés de origen escandinavo experto en náhuatl. Vive en México desde los años 60; vino a competir en los Juegos Olímpicos en 1968 y se quedó para siempre. Domina el español como tú y como yo. Es políglota, habla 10 lenguas. Se enamoró de México y conoce a fondo nuestra historia, sobre todo la prehispánica. Johanssen colaboró con León-Portilla, domina el náhuatl y ha escrito muchísimas obras que rescatan esa lengua que ha descifrado en los códices.
–¿Y Samuel Maynez?
–Es el libretista; lo conociste cuando hizo su doctorado en estudios mesoamericanos; uno de sus maestros fue el mismo Patrick Johanssen, quien revisa todos nuestros textos. A mí me enviaron el libreto en español y en náhuatl a Nueva York, y le puse música para complementarlo con pasajes hablados en náhuatl. Alternamos la sinfonía con un coro de 80 personas y grupos de músicos especializados en instrumentos prehispánicos, tenemos una maravillosa coreógrafa, un vestuario fiel a las fuentes históricas y contamos con bailarines sobresalientes.
–¿Se conoce la ropa que usaban los mexicas?
–Sí, claro, cientos de personas han colaborado en el espectáculo; contamos con una pantalla digital en la que recreamos imágenes del Valle de México en 1520.
–La magnífica Tenochtitlan .
–La gran Tenochtitlan en su apogeo: pirámides, calzadas, escenas de mercado, canales, el Cerro de la Estrella, la zona de Iztapalapa en todo su esplendor. La ambientación está perfectamente recreada, los trajes, penachos y maquillajes son de primera, pero nuestro logro principal es la lengua hablada. Con ella recreamos las raíces mismas de la identidad de los mexicanos.
Nadie sabe cómo sonaba la música prehispánica. No suena como Revueltas ni como Blas Galindo, es música mía, que yo escribí.
–¿Los cantantes son gente del pueblo?
–No. Sería imposible, son indispensables cantantes de ópera con entrenamiento de primer nivel. Quien hace el papel de Cuitlahuatzin es un barítono mexicano: Pablo Aranda canta con una expresividad extraordinaria, tiene porte de guerrero, es el mismito Cuitláhuac. Abre la boca y al escucharlo llegas a la conclusión: Lo voy a seguir hasta el fin del mundo
. Otro personaje es Cihuacóatl Matlatzicatzin, mujer que, históricamente era hombre, pero ahora, en el escenario es una cantante maravillosa, Linda Saldaña, mezzosoprano. Otro personaje es el Amatlamatqui, una chamana con un espejo de obsidiana que anuncia que los días del imperio azteca están contados, pero que, a pesar de todo, vamos a triunfar. Cihuacóatl, asistente del tlatoani, es la mezzosoprano Paola Gutiérrez Gambia. La hija de Moctezuma, Tecuixpo, destinada a casarse con Cuitláhuac, es otra cantante excepcional.
“Los intérpretes nos han dicho que cantar en náhuatl les sale de las entrañas. Rencuentran su identidad y su orgullo de ser mexicanos. Sabes que muchas óperas tienen lo que se llama leitmotiv, una melodía alusiva a un personaje o una situación, como hizo Wagner en sus óperas. En nuestra Cuitláhuac tenemos un leitmotiv para la lanza, otro para el río, otro para la Cihuacóatl y otro maravilloso para Temilotzin, un tenor poblano fuera de serie, Josué Hernández, con una voz angelical que convierte a Temilotzin en un poeta de la talla de Carlos Pellicer. Discurre acerca del arte, la música y la hospitalidad, a pesar de que a Moctezuma lo apresaron en el palacio de Axayácatl, poco después de la espantosa masacre del Templo Mayor, obra de Pedro de Alvarado, en ausencia de Cortés.”