Fue hasta 1994 que ingresé a la vida pública. Por invitación de Jorge Carpizo, me integré al primer Consejo Ciudadano del IFE, conformado por personas de inclinaciones políticas diversas como Fernando Zertuche, Miguel Ángel Granados Chapa, Ricardo Pozas, José Woldenberg y Santiago Creel, con quien hice una excelente mancuerna. Aunque teníamos debates divergentes, logramos trabajar por un objetivo común: garantizar elecciones limpias en 1994. Realizamos trabajos muy críticos como el informe de los resultados electorales de 1994. Este fue nuestro legado. Si bien reconocíamos el triunfo de Zedillo, recalcábamos las condiciones desventajosas que hubo en la contienda a favor del candidato priísta. Otro evento trascendente ocurrió en 1995, cuando Andrés Manuel López Obrador presentó un tesoro
que demostraba que Roberto Madrazo –con quien había competido por la gubernatura de Tabasco– había gastado en su campaña 229 veces más de lo que autorizaba la ley electoral. Por primera vez, en 40 gruesos volúmenes se comprobaba cómo se manejaban ilegalmente las finanzas en una elección.
Durante mi encargo en el IFE surgió la necesidad de una reforma electoral que se hiciera sin la participación del PRI y en contra de sus intereses, algo imposible porque podía impedirla en el Congreso. Tuve la iniciativa de organizar el Seminario del Castillo Chapultepec, en el que colaboraron consejeros como Creel, cuyo peso específico es difícil determinar, pero no hay duda de que el PAN se sumó gracias a él. Esos trabajos concluyeron con la reforma electoral de 1996 que Zedillo dejó pasar, quizá porque vio con simpatía nuestro esfuerzo. Los trabajos en el IFE y en ese seminario me hicieron madurar políticamente, aprendí mucho de derecho electoral y significaron la primera aportación importante en mi vida pública.