El presidente del gobierno español en funciones, Pedro Sánchez, está a punto de cuadrar el círculo y lograr su relección. Si logra cerrar el acuerdo con Junts, la formación del ex presidente catalán exiliado Carles Puigdemont podría llegar a lograr la investidura en primera votación, con una mayoría absoluta de 178 votos a favor. De hecho, podrían ser 179, si los isleños de Coalición Canaria acaban decantándose por el sufragio favorable, algo que no se puede descartar. Aislados en el No, quedarían, solitarios, PP y Vox, fotografía demoledora para el líder conservador, Alberto Núñez Feijóo.
Si en los próximos días se confirma el acuerdo global, no quedará sino aplaudir la labor negociadora del equipo de Sánchez, que habrá sido capaz de superar con solvencia varias partidas simultáneas, tanto con sus socios de Sumar, como con vascos, catalanes y gallegos. Era más difícil que hace cuatro años y, pese a ello, están a las puertas de sumar un apoyo más holgado, dado que hace cuatro años Sánchez fue investido con 167 votos en la segunda votación, en la que basta la mayoría simple.
Quizá no sea exagerado decir que se han alineado los astros. En primer lugar, la amenaza que representa la alianza entre PP y Vox es muy real, y el mandato popular para frenar a la extrema derecha era claro. Se quedaron a un suspiro de la mayoría absoluta, y darles una segunda opción en forma de repetición electoral era una temeridad. Todos han actuado con responsabilidad, lo cual no era tan fácil como aparenta, teniendo en cuenta las muy diversas culturas y tradiciones políticas implicadas en la ecuación.
En Cataluña, la eterna pugna entre ERC y Junts en el seno del independentismo ha abocado al país a varios callejones sin salida. Ahora existía el riesgo de que esa lucha derivase en exigencias inasumibles, pero no está siendo así, a la espera de que se confirme el acuerdo con Junts, que parece pender estas últimas horas del alcance definitivo de la ley de amnistía. La parte catalana, dada a veces a escenificar y teatralizar desavenencias que acaban dinamitando negociaciones, está jugando con responsabilidad y altura de miras.
En el País Vasco, la izquierda independentista, agrupada en EH Bildu, ha culminado sin demasiado dramatismo un viraje pragmático que la ha llevado de la confrontación directa con el Estado a la participación en la gobernabilidad en Madrid. La imagen resultante es menos épica, desde luego, pero bastante más acorde a la voluntad de la sociedad vasca, que en cada cita electoral recompensa esta apuesta que, en cualquier caso, no ha implicado una renuncia al proyecto político. Tampoco era fácil hacerlo. Este progreso trae por el camino de la amargura a los nacionalistas conservadores vascos del PNV, que intentan apurar la negociación con el PSOE, si bien su posición es francamente débil. En el primer semestre de 2024 habrá elecciones en la Comunidad Autónoma Vasca –principal, pero no único ente administrativo vasco–, y el PNV difícilmente podría presentarse como responsable de una repetición electoral en el Estado español que, además, situaría en fechas cercanas comicios vascos y españoles. Doble tiro en el pie. Improbable.
La cuadratura del círculo la completan los soberanistas gallegos del BNG, que cerraron su acuerdo con el PSOE ayer mismo, y Sumar, al que se le hace más fácil negociar con Sánchez que con sus socios de Podemos. Los observadores miran sobre todo a los partidos independentistas, pero quizás el eslabón más débil de la cadena con la que el PSOE trata de amarrar la legislatura sea el de sus socios más cercanos.
Por lo demás, aún es pronto para entrar a valorar las posibilidades y los peligros de la legislatura que comenzará a andar en breve, siempre que Puigdemont decida culminar el camino ya emprendido. Tanto él como el PSOE han avanzado hacia el encuentro más de lo que muchos auguramos. Sería francamente extraño que no diesen el último paso.
En cualquier caso, cabe apuntar, a modo de borrador, tres ideas sobre las que volveremos los próximos meses. La primera: una legislatura estable podría suponer la puntilla a la tesis aznarista que defiende la posibilidad de que el PP alcance la Moncloa sin más apoyo que el de la propia derecha española. Esto podría llevar a alguien a pensar en que es el momento de desinflar a Vox.
La segunda: en contra de lo que dice la propaganda mediática madrileña, podría ser un gobierno más centrado ideológicamente y quizá menos “progresista”, al menos en ámbitos económicos, visto el mayor peso que tendrán partidos ideológicamente más escorados a la derecha como PNV y Junts, así como la menor exigencia que está mostrando Sumar. Usamos las comillas para matizar el alcance del concepto, no vayamos a olvidar que un proyecto realmente progresista implica ir bastante más lejos de lo que ha ido hasta ahora Sánchez.
Tercera y última: la estabilidad de la legislatura dependerá de la capacidad del PSOE de cumplir con lo pactado en las diferentes partidas simultáneas. Tampoco es tan fácil como parece, dado que implica también luchar contra su propia tradición política.