El conflicto, que no es guerra, entre Hamas e Israel obliga a tomar la postura que sea necesaria, sin importar las formas de represión que le sobrevuelan por varios lados. Arriesgar los muchos calificativos que se endilgan a los que hacen crítica, sea a favor o en contra de uno y otro contendiente, es inevitable. Unos serán acusados de sionistas y otros de antisemitas con una variedad entre extremos. Este espinoso asunto no puede tampoco clasificarse como guerra porque la asimetría es rotunda y evidente, no se trata de una lucha entre dos estados.
Lo que sucede en Medio Oriente es un episodio adicional, de los muchos que ahí han ocurrido desde hace ya casi un siglo. En el centro de todo ello se encuentra, primariamente, una feroz disputa por la tierra. A este pleito se le agregan matices religiosos, históricos, de poder o racistas. No se descartan tampoco las motivaciones geopolíticas que le dan un toque adicional de peligrosidad extrema. El llamado occidente, capitaneado por Estados Unidos, decidió hace mucho tener un enclave en esa inestable región que le posibilite adelantar y sostener sus intereses. La abundancia de recursos petroleros yace, también, en el impaciente fondo esperando a los posibles triunfadores o a los defensores de tales riquezas.
Las frases pronunciadas por la embajadora de Israel en México, inmediatamente después de la definición adoptada por el presidente López Obrador ante el conflicto, no fue un incidente aislado. Menos todavía sólo el torpe exabrupto de una diplomática incómoda. Obedeció a una política de extremos que emplea su gobierno. Israel está decidido a bloquear cualquier disidencia que contradiga sus intereses, por más neutral o simple que sea. La instrucción a sus funcionarios en el exterior es tajante: contestar, con rudeza y hasta con insolencia, cualquier opinión inconveniente. Trátese de un ministro, dirigente político, intelectual crítico o el mismo secretario general de la ONU. La aparente o real indignación por sus caídos se puede atestiguar en ríspidos diferendos acaecidos alrededor del mundo. El atrevimiento de dos ministras españolas, opinando contra de las matanzas de palestinos, casi provocó un incidente diplomático de otra magnitud.
Pero las líneas rojas de los intentos represivos no se detienen ante muros políticos, culturales o partidos. Los episodios que han llevado a cabo donantes de escala ante universidades estadunidenses es preocupante en extremo. Ciudadanos judíos de ese país están empeñados en detener cualquier manifestación estudiantil en apoyo de la causa palestina. Solicitan que las autoridades estudiantiles no sean indiferentes y dejen pasar esas causas pro palestinas o musulmanas. Y no sólo lo hacen a la luz del día o alentando manifestaciones de sus semejantes en pro del derecho israelita a defenderse, tan esgrimido como endeble. Aprovechan sus recursos para incidir o amedrentar a los rectores de prestigiadas casas de estudios con retirar sus contribuciones. Suponen que esa poderosa vía impedirá el rejuego de apreciadas libertades. Pero, en este rejuego, han chocado contra una tradición, bien injertada en la vida universitaria –estadunidense o mundial– de permitir el flujo de posturas, apoyos e ideas. Máxime que, en este caso, no se litiga frente a cualquier casa de estudio e investigación, sino con las de mayor prestigio, de élite, instituciones que tienen iguales o mayores recursos de defensa.
Las arengas del primer ministro israelí a sus tropas con sangriento texto bíblico ha sobrepasado, de modo incluso criminal, los básicos valores humanos. Las acciones guerreras israelíes contra Gaza son una verdadera masacre inhumana. La cantidad de niños aplastados por continuos bombardeos no puede ni debe seguir. Las muertes de gazatíes no se deriva ni justifica el derecho a defenderse. Bien se sabe que, en otras ocasiones –Líbano– similares actos violentos mataron bastante más personas (15 mil) que las contabilizadas ahora. Incluyendo, también, una mayoría infantil. Recuérdense las masacres en Sabra y Shatila, prohijadas por el ejército israelí. Hacer memoria del pasado es obligado accionar. En ese tiempo y ataque (“Paz para Palestina” se tituló) también se alegó la liquidación de Hezbolá y, con claridad, vemos ahora que tal propósito fracasó. Esa guerrilla es, por varios recuentos, bastante más poderosa que la de Hamas. La retórica extrema, militarista y feroz, usada por los gobernantes israelíes, causa indignación en todo el mundo. Se les ha advertido del inconveniente de proseguir con la invasión por sus dañinas secuelas. La tajante decisión de invadir Gaza tendrá repercusiones para muchos de sus apoyadores, empezando por sus cómplices, Estados Unidos y otros. Afirmar que, atacar Gaza sin importar los “daños colaterales” aseguró la tranquilidad futura en un contrasentido: aseguró la continuidad del conflicto.