La palabra odio, en todas sus acepciones, es fuerte y agresiva por su significado y la forma en que se aplica. Es lamentable que, como hace siglos, se organicen guerras basadas en un sentimiento de voracidad irracional y destructivo por cuestiones territoriales.
Ya se ha comprobado que crear un antídoto para las fuerzas de liberación nacional resulta contraproducente; recordemos a Bin Laden. Cabría en este caso, la sabia frase “cría cuervos y te sacarán los ojos”. Así fue como el gobierno israelí alentó la formación del grupo Hamas, quien ahora es su peor enemigo, para derrotar al AlFatah (acrónimo en árabe de Movimiento Nacional de Liberación de Palestina).
Diversos columnistas, periodistas y especialistas en geopolítica hemos expresado en La Jornada diversos puntos de vista respecto a esta guerra, más que injustificable por tener su origen en un acto de invasión y ocupación ilegal.
La polémica continuará entre la postura del derecho a un lugar para vivir y, por otro lado, el derecho a defender la soberanía de un país invadido y el reclamo a la desocupación de sus territorios, rompiendo los acuerdos internacionales.
En ambos casos, el daño múltiple ha sido injustificado. La muerte de sus habitantes no representa la razón justificada. ¿De esto se trata cuando se habla de la tierra prometida? No sólo es una frase fantasiosa, no se justifica por sí sola, ya que una gran parte de la población palestina eran judíos.
En todo caso, los ejecutores del sionismo debieron advertir a la población involucrada que sólo con masacres se lograría la creación y posesión del país anhelado. También cabe preguntar si la técnica de la tierra arrasada es la condición sine qua non para ostentar una nacionalidad e identidad propias.
Los intereses expuestos por parte de Hamas, en el sentido de recuperar las zonas ocupadas y desaparecer al Estado de Israel como país y entidad judía, son razones difíciles de comulgar.
El tiempo de soluciones salomónicas no cabe en la época que nos ha tocado vivir. La ciencia política, el desarrollo de los derechos humanos, los nuevos postulados del derecho internacional y la geopolítica son instrumentos que deben utilizarse para llegar a acuerdos.
Desde el momento de la creación de Israel, se decidió que se respetarían los acuerdos de buena vecindad (por supuesto que no se ha logrado) y no extender el territorio delimitado para el nuevo país, motivo por el cual se han eternizado los conflictos entre palestinos e israelíes.
David Ben-Gurión quiso pasar a la historia como el benefactor de la comunidad judía, profundamente herida por las agresiones del fascismo alemán y el antisemitismo generalizado en Europa. A Ben-Gurión se le reconoce como el líder que logra la independencia de Israel, pero en realidad, ¿podemos llamarle independencia al hecho de conformar un enclave estratégico en Oriente Próximo?
El 14 de mayo de 1948, después de constantes conflictos sociales y territoriales, la ONU se convirtió en ese Salomón que nadie quiere, al decretar que el pueblo palestino debía aceptar la creación de un país dentro de su país.
Esta ocupación impune es rechazada por numerosos países, aunque también otros más están de acuerdo en la creación de un territorio para los judíos; sea como sea, formaron el país que más acuerdos ha irrespetado y que más ha destinado en armamento bélico para mantener como enemigos a quienes pusieron el territorio para nacer como país independiente.
El nuevo país llamado Israel debe su nombre al patriarca Jacob, a quien dios bendice y, en premio por haber ganado la lucha contra un ángel, le obsequia el nombre de Yisra’el, que quiere decir el que lucha con Dios. De ahí que cada descendiente de Jacob se autonombrara israelita, hijos de Yisra’el. Nadie se opone a la historia de las culturas, siempre y cuando no sean convocantes para crear enemigos por intereses económicos, políticos o de culto.
En días pasados, el representante de Israel, en un encuentro de trabajo del Comité para solucionar el conflicto Palestina-Israel en la Unesco, solicitó a la audiencia ponerse de pie y guardar un minuto de silencio por las víctimas de su país. Ante la irregularidad del delegado israelí, la delegada de Cuba solicitó a la presidencia del Comité que se corrigiera el hecho, haciendo un llamado a respetar los protocolos, ya que sólo el presidente de la asamblea puede solicitar el minuto de silencio.
La diplomática cubana señaló que esa acción unilateral del representante israelí crearía todo tipo de críticas en contra de ese comité y se le acusaría de posturas antijudías, antisemitas y promotor del enfrentamiento si varios de sus integrantes no guardaban el minuto de silencio. Por lo tanto, la diplomática solicitó a la presidencia que también se le otorgara un minuto de silencio a las víctimas palestinas por el conflicto bélico.
Insistimos en que proyectos como el Barenboim-Said deben ser reconocidos con mayor interés, ya que promueven la concordia, el encuentro y la paz entre ambas poblaciones palestinas e israelíes.
“El mundo desaparecerá no porque haya demasiados humanos, sino porque hay demasiados inhumanos”, proverbio judio
@AntonioGershens