Sonrientes, tomadas del brazo, Aída y su madre, doña Eduarda, atraviesan el lobby del hotel rumbo al restaurante cuando aparece Maya, la recepcionista, para darles la bienvenida.
Maya: –Doña Eduarda, señorita Aída, ya estábamos extrañándolas. ¡Cuánto tiempo sin verlas!
Doña Eduarda: –Desde abril. Me acuerdo porque era plena Cuaresma. Hoy estamos festejando mi cumpleaños.
Aída: –Fue en abril, pero no pude festejárselo porque tuve que viajar por cosas del trabajo.
Maya: –Felicidades, doña Eduarda. (A Aída.) Tal como me lo pidió les apartamos la mesa con vista al jardín.
Aída: –¿Bajaron un poquito la persiana? Hay sol y a mi madre le hace daño.
Doña Eduarda: –¿A mí? No, mi vida, al contrario. Me hace falta. En la casa pega muy poco.
II
En el restaurante aún hay pocos comensales: dos parejas, un hombre con un niño, ambos con ropa deportiva; tres muchachas norteamericanas que posan frente al jardín y un grupo de jóvenes orientales que conversan en voz muy alta. En cuanto doña Eduarda y Aída toman asiento se acerca un mesero, las saluda amistosamente y les pregunta qué van a tomar.
Doña Eduarda: –Se me antoja una Margarita
de tamarindo.
Aída (apoya la mano en el brazo de su madre): –Últimamente has estado tosiendo mucho. No debes tomar nada frío.
Doña Eduarda: –No fue nada. (Al mesero.) –Sí, tráigame la Margarita
. (Le hace un guiño a su hija.) Acuérdate que estamos celebrando.
Aída: –Ay, mamá, ten cuidado: se te puede subir.
Doña Eduarda (riendo): –Tendrás que cargarme. (Mira a su alrededor.) –Se me hace feo que estemos aquí mientras hay tanta gente en Guerrero sufriendo a causa del huracán.
Aída: –Hoy no pienses en eso porque no ganas nada. Las cosas no van a cambiar sólo porque dejes de comer. ¿Se te antoja una botana?
Doña Eduarda (al ver al mesero con las bebidas.) –Tráiganos una orden de sopes, pero con bastante salsa verde.
Aída: –Eso es muy irritante para ti. Mejor nada más con crema y queso. Así también son ricos.
Doña Eduarda (resignada): –Pues sí, pero no es lo mismo. Aunque puede que tengas razón.
Aída: –Además, vas a comer otras cosas. (Al mesero.) –Nos trae las cartas por favor.
Doña Eduarda: –¿Por qué tanta prisa?
Aída: –Porque pasan de las dos. Tú siempre comes más temprano y no debes malpasarte.
Doña Eduarda: –Por un día que coma un poco más tarde no me pasará nada. (Recibe la carta, la deja a un lado y ve a los comensales que van llegando.) ¿Te fijas? En un minuto casi todas las mesas están ocupadas. (Sonríe al ver que se acerca a saludarla una pareja de antiguos conocidos.) Sara, Jaime, ¡qué gusto!
Jaime: –Estamos festejando a la nuera que va a tener a su bebé. Jade viene con Kevin. A lo mejor se entretuvieron en la galería.
Doña Eduarda (les da la mano y vuelve a felicitarlos.) –Espero que todo salga muy bien con el bebé. No dejen de avisarme. Hasta pronto.
Aída (Ya solas.): –Madre: ¿cómo se te ocurrió darles la mano? Es peligroso. Está regresando el covid. (Revuelve en su bolsa.) –Creo que aquí traigo unas toallitas desinfectantes y si no, voy enfrente a comprarlas… No, aquí están. Límpiate las manos.
III
Mesero (reaparece.): –¿Ya pensaron qué van a comer?
Doña Eduarda: –Yo sí. (Riendo.) Lo estuve pensando toda la noche: unos camarones para pelar. Después a ver qué otra cosa se me antoja. ¿Y tú, hija?
Aída: –Ahorita veo. (Espera a que el mesero se aleje.) –Ay, mi linda, parece que eres tú la que no ha comido en una semana. Ten cuidado. Acuérdate cómo te pusiste del estómago con los mariscos en la boda de la Chiquis.
Doña Eduarda: –Porque estaban mal hechos… Además, estaba tomando medicinas, pero ya no.
Aída: –Bueno, conste que te lo advertí, pero luego no quiero que salgamos de aquí hechas un desastre.
Doña Eduarda: –Ya olvídalo. ¿Tú qué vas a comer?
Aída: –Una sopita de cebolla y un hígado encebollado.
Doña Eduarda: –Ay, qué ricura, ya se me antojó. Los voy a pedir de segundo plato.
Aída: –¿Por qué mejor no tomas una pechuga a la plancha? Esa casi no lleva condimentos y es muy sana.
Doña Eduarda: –Pero es lo que a diario como en la casa y hoy quiero algo un poquito más especial. Acuérdate que estamos festejando.
Aída: –Pues sí, madre mía, pero también debes reconocer que llega una edad en que el estómago ya no funciona como antes… (De qué te ríes.)
Doña Eduarda: –Con todo lo que me has dicho desde que llegamos me acordé de algo: cuando era niña mi abuela me llevó a vivir con ella a su internado. Los domingos me llevaba sólo a mí a comer a algún restorancito. Me decía que pidiera lo que se me antojara, pero al final era ella quien ordenaba lo más sencillo, lo más barato.
Aída: –Debe haber sido muy frustrante para ti.
Doña Eduarda: –No. Al regresar al internado me sentía menos avergonzada ante mis compañeros.