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Sentémonos, es tiempo de pensar

27 de octubre de 2023 00:02

El tiempo pasa inexorable, los grandes delitos se transforman más rápida y efectivamente que sus víctimas. Tráfico de armas, drogas y terrorismo van a la vanguardia, mientras los países de gran consumo, tráfico y producción, y más los lavadores de dinero, simplemente no se comprometen en un esfuerzo de diseño global. Es hora de pensar.

El único común denominador de esos crímenes es la banca internacional. Ninguno de ellos existiría en su actual dimensión sin la complicidad bancaria. Todos los ingredientes de la violencia tienen precio. Se venden, compran o sirven a base de dinero sucio exhibido billete por billete.

La comunidad internacional oculta sus insuficiencias con programas ineficaces. Presumen políticas sorprendentes con que se adornan, se aplauden mutuamente y desaparecen.

La lamentación mundial en este momento nos lleva a los inenarrables crímenes Hamas-Israel o Israel-Hamas, algo sin precedente reciente. Enumeramos ciertos vestigios: terrorismo fueron Hiroshima, Nagasaki, el inútil por extemporáneo bombardeo de Bremen y Hamburgo, el genocidio de Vietnam, la invasión de Irak, Afganistán o Panamá.

Interesa a países agresores que esos casos no se recuerden porque los perpetraron ellos, el mundo occidental, léase Estados Unidos y Reino Unido, principalmente. Bélgica, Alemania y Francia también: recuérdense el Congo, Sudáfrica o Argel.

Todos esos horrores se financiaron con dinero gubernamental. Han sido instrumentos del dolor contra países históricamente oprimidos. Son los países colonialistas de ayer que hoy se denominan capitalistas de semejante voracidad. En paralelo, el terrorismo rebelde hiere generando semejantes horrores; la diferencia es que a estos militantes los mueve un ánimo reivindicatorio, ideológico o religioso: las Torres Gemelas, el Metro madrileño, Múnich y el Mundial de futbol.

Hay una profunda diferencia: los poderosos embisten por codicia, los sometidos buscan justicia, como cuando iniciaron guerras de liberación, principalmente durante el siglo XX: recuérdese Indochina y casi todo África.

Una prueba, sólo una, de la falsa utilidad de políticas y programas de países y organismos internacionales sería la Cumbre Internacional de Madrid sobre Democracia, Terrorismo y Seguridad, celebrada en marzo de 2005. Presidió el rey de España Juan Carlos I y estuvieron presentes jefes de Estado y de gobierno.

Se arribó a un consenso sobre una estrategia montada en lugares comunes, recetas de cocina, como “disuadir a grupos descontentos” o “defender los derechos humanos”. Según se aseguró, la satisfacción fue total. Después de clausurada nadie volvió a saber del hecho. Es hora de pensar.

Decíamos que los países y grupos de ambos lados que participan disponen de una base económica e industrial diferente: los terroristas no inventan conflictos, reaccionan ante la injusticia; no producen dinero ni fabrican ni venden armas, las compran a países industrializados.

Los países atacados resultan ser expoliadores, destructores; producen y venden el material bélico con que después los revolucionarios los agreden.

Son beneficiados por un lado y lastimados por otro. Dígase Francia, Estados Unidos, Reino Unido, España o el propio Israel: todos venden armas y son víctimas de lo que venden.

Alemania nos ofrece un caso: la justicia federal condenó a uno de los fabricantes de armas, Heckler & Koch, al pago de 3 millones de euros como multa por vender de forma ilegal armas a cárteles mexicanos, como pudo haber sido a terroristas.

Parece que los dramas mencionados están lejos de nosotros. Geográficamente sí, pero nos atañen directamente en materia de políticas exterior, interior, comercial y estabilidad bursátil.

Agréguese que el momento le propicia a Estados Unidos traer nuevamente a discusión dos temas: 1) la posible penetración terrorista desde nuestro territorio, su soft belly, le llaman; 2) declarar terroristas a los narcos. Serían situaciones terribles.

El vocablo terrorismo, a fuerza de exceder su aplicación, se ha deformado. Ha perdido su real significado. Los imperialistas interesadamente llaman así a todo hecho realizado contra ellos: Hamas es un ejemplo.

Inversamente, cuando ellos son los agresores, le llaman intervención a favor de la paz, como es lo hecho por Israel. En esos casos, tal acción les parece justa y es bendecida. Son “enemigos de la democracia” (Biden, 19 de octubre). A su insolencia le llaman así.

Como se puede puntualizar, toda forma de violencia es parte de la realidad histórica del mundo. La justicia sigue siendo utópica, su búsqueda debe ser indeclinable. Por hoy el término sigue teniendo dos significados: 1) es acto de justicia reivindicatoria para el oprimido, o 2) ejercicio de arrogante soberbia del abusador. Su crueldad es semejante, sus razones radicalmente distintas.

México no las ha sufrido. Sus instituciones de inteligencia tienen como una de sus misiones anticipar cuáles pudieran ser los riesgos para el país por actos de gran daño de cualquier naturaleza y origen. La violencia no se ha ido ni se irá, sólo se transformará. En todo caso, es tiempo de pensar.

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