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El sionismo socialista y la cuestión palestina

27 de octubre de 2023 00:05

Ber Borojov, el ideólogo y dirigente principal del Partido Social Demócrata Obrero Judío Poalei Sion en la época de la lucha revolucionaria contra la Rusia zarista, hace notar en su libro Nacionalismo y lucha de clases. Una perspectiva marxista a la cuestión judía (México: Cuadernos de Pasado y Presente, 1979) la importancia del territorio en la llamada cuestión nacional. Según este controvertido pensador, el territorio es el lugar de trabajo y lucha del proletariado y, por consiguiente, representa la base estratégica de su existencia.

Borojov aporta en su análisis útiles conceptos y originales perspectivas sobre la relación necesaria entre luchas nacionales y la lucha de clases, ya que, según él, todas las clases en pugna mantienen un interés nacional y, por lo tanto, la naturaleza de los intereses de cada clase marca o determina las formas en que expresa su nacionalismo o su vocación nacional. Así, el proletariado mantiene un sentimiento nacional ampliamente representativo, que no es precisamente el nacionalismo acotado de la burguesía o de los terratenientes, sino que se desarrolla en la relación que establece entre el conjunto de las clases trabajadoras y el patrimonio nacional, dentro del cual el territorio se presenta como la condición más ampliada de la producción, que contiene y sirve de base a todos los ámbitos internos en los que vive el grupo social.

Esta posición de Borojov, que toma en cuenta el interés nacional del proletariado rompe, por un lado, con el cosmopolitismo de Karl Kautsky, que considera todo sentimiento de apego nacional como propio de la burguesía y, por el otro, se acerca a las posiciones leninistas que se pronuncian de manera clara en una suerte de patriotismo revolucionario, sobre todo en un breve texto denominado “El orgullo nacional de los grandes rusos”.

Lo paradójico de Borojov es que siendo consciente de la importancia del territorio en las luchas nacionales y en el interés nacional de clase del proletariado, introduce una noción completamente contradictoria a su argumento y que refiere a los pueblos y las naciones “extraterritoriales”. Ya Lenin se encargó de rebatir esta idea propugnada por varios autores, que afirmaban la existencia de una nación judía por encima de sus peculiaridades específicas e históricas de cada uno de los grupos considerados y autodenominados judíos en sus respectivas comunidades nacionales.

Así, Borojov se pronuncia en su plataforma política por la colonización de un territorio para la “solución del problema judío”, y es aquí que encontramos las bases ideológicas de lo que se denomina “sionismo socialista o proletario”, al pretender transformar “el peregrinaje judío, de un movimiento exclusivamente inmigratorio a un movimiento colonizador”, esto es, “crear las condiciones necesarias para una colonización judía en países de economía semiagrícola (sic), donde los judíos se constituyan en grupo dominante (sic)”.

Es claro que incluso en este luchador revolucionario y extraordinario teórico de la cuestión nacional encontramos la mentalidad colonialista que caracteriza al sionismo en general, junto con las ideas mesiánicas de “pueblo escogido”, renovadas por Obama como “la única nación indispensable” para referirse a su propio país.

Así, en la búsqueda de una solución para la supuesta extraterritorialidad de los judíos, lo que se logró, en los hechos, de 1948 a la fecha, fue la conquista territorial permanente y la subyugación de carácter colonial de un pueblo expulsado de sus tierras, paulatina y violentamente expropiadas por el colonizador. Para la pretendida solución del problema de una “diáspora judía”, el sionismo provoca una diáspora palestina hasta el día de hoy, con derivas no sólo etnocidas, sino también genocidas.

Paradójicamente, para el planteamiento original de Borojov, no fue precisamente el proletariado judío el que impuso esta condición colonial a Palestina, sino la burguesía multinacional y los poderes imperialistas, encabezados por Estados Unidos.

La condición colonial de Palestina y el carácter de poder estatal colonialista de Israel son vitales para cualquier debate en torno al genocidio, los crímenes de guerra y lesa humanidad en Gaza y los demás territorios ocupados. A partir de esta base histórica-jurídica, no es posible equiparar la violencia del colonizado con la violencia del colonizador, ni es lo mismo el terrorismo de organizaciones políticas sujetas a una relación colonial y al derecho internacional humanitario que el terrorismo de un Estado que utiliza todos los recursos de sus megaparatos militares y de inteligencia con el propósito de proteger sus intereses de potencia ocupante.

“La violencia palestina, aun en su forma más condenable, es un acto de resistencia; se trata de una violencia que se está resistiendo (…) a una violencia primera y originaria. Esa violencia terrorífica originaria (…) es la de la colonización” (Ariel Feldman, Rebelión, 20/10/2023).



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