La Cuarta Transformación se dio a sí misma un método de selección de dirigencias para evitar desgarramientos y luchas fratricidas, para escoger a las personas con mayor aceptación social y para dotarse de competitividad electoral. Es un método en el que las encuestas desempeñan un papel fundamental como elemento de juicio para la decisión final de la Comisión de Elecciones de Morena, la instancia política que decide la composición de las candidaturas en cada proceso electoral. Este método, reforzado con múltiples mecanismos de equidad, transparencia y fiabilidad, se aplicó recientemente para seleccionar a quien habría de ocupar la máxima dirigencia del movimiento.
Ocurre en ciertas ocasiones que algún aspirante no logra llegar a una postulación o cargo y que él o sus partidarios no encuentran mejor manera de dar curso a su frustración que mediante la descalificación de etapas del proceso de selección, particularmente la del ejercicio demoscópico: “se adulteró” o “se simuló”, son algunas de las acusaciones. A continuación, entusiastas no muy racionales se dedican a desacreditar el resultado, sin mostrar prueba alguna de sus afirmaciones y por todos los medios a su alcance; particularmente, las redes sociales; organizan campañas para socavar la credibilidad de las instancias del partido al que pertenecen o con el que dicen simpatizar y terminan rumiando su descontento en callejones sin salida. Tales reacciones son indicativas de las carencias que afectan a sectores del movimiento y del partido en los ámbitos de la formación política y de la ética, y de cuánto falta por hacer en esta materia.
La prueba que desmiente tales andanadas está a la vista: en cinco años, la 4T ha ganado 24 de las 32 gubernaturas del país, las mayorías de los órganos legislativos federales, buena parte de los congresos estatales y un sinfín de alcaldías; a muchos de esos cargos han llegado militantes de base y activistas de toda la vida, lo que desinfla los argumentos de quienes, desde descontentos y ambiciones frustradas, dicen representar –y hablar a nombre de– “las bases”. Ciertamente, hay representantes populares que han defraudado las expectativas puestas en ellos o que lisa y llanamente han traicionado su mandato, pero no representan la norma, ni mucho menos. En la mayoría de los casos, tales representantes han actuado con disciplina y lealtad al partido que los postuló y al movimiento que les otorgó el respaldo social necesario para el triunfo.
Están en juego ahora las dirigencias estatales del movimiento. No es infrecuente, por desgracia, que se vea como contendientes en un proceso electoral a los aspirantes, ni que ellos mismos se confundan y realicen “campañas” como si se tratara de ganar comicios. Pero encuesta no es elección y el pasado proceso nacional habría tenido que arrojar una lección básica: una campaña electoral no sirve para mover en cualquier sentido las preferencias de un electorado que no es, por ahora, el objeto del ejercicio demoscópico. Lo que se consigue, en todo caso, es ganar o perder simpatías al interior del movimiento. Y en esta lógica suele ocurrir que quienes recurren al denuesto en contra de sus compañeros acaban desacreditados.
En el caso de la ciudad capital, hay cinco prospectos para ocupar la dirigencia del movimiento y será la sociedad la que decida quién habrá de ocuparla. Quienes no resulten favorecidos deberán aceptar el veredicto y sumarse a quien sí lo consiga, en el espíritu de que nadie es indispensable pero que todos son necesarios. Mientras más se avance en el terreno del radicalismo militante en favor de una de las figuras, más difícil será después reintegrarse a la causa de la Cuarta Transformación. Quienes con mayor empeño aboguen por su figura favorita o, peor aun, incurran en la descalificación de las otras, más se acercarán a una disyuntiva lamentable: abandonar la acción política o pasarse a las filas de una oposición cuyas miserias conocen perfectamente.
Es recomendable, pues, actuar con ecuanimidad y congruencia al principio de que el pueblo decide, por más que a algunos su decisión no les parezca la mejor. Lo que está en juego no es sólo la coordinación del movimiento en la capital y en sus alcaldías –y, eventualmente, las postulaciones a los cargos electorales respectivos– sino también la posibilidad de ganar las mayorías calificadas en la Cámara de Diputados y en el Senado de la República para liberar a la transformación de las ataduras constitucionales impuestas en el ciclo de los gobiernos neoliberales: el llamado Plan C. Si se desea lograr tales objetivos, es indispensable dejar atrás sectarismos e infantilismos y asumir que el movimiento y su partido deberán unirse sin fisuras ni mezquindades en torno a Mariana Boy, a Clara Brugada, a Omar García Harfuch a Hugo López-Gatell o a Miguel Torruco, y recordar que, si el o la seleccionada fallan en el encargo, debe hacerse vigente la segunda parte del principio: el pueblo quita.
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