A primera vista, los móviles de la campaña más reciente del ejército israelí en Gaza son datables. Ilán Pappe, que acuñó el término de “La cárcel más grande del mundo” para describir el sistema de encierro de 2 millones de palestinos, los enumeró recientemente en una entrevista concedida a la BBC en el programa HardTalk. En primer lugar, la crisis política que cimbró al gobierno de Netanyahu desde diciembre de 2022 hasta hace pocas semanas. El obsceno primer ministro simplemente no quiere irse. El año pasado, para mantener el poder, formó una coalición con la ultraderecha ortodoxa. Hoy esa extrema franja política pretende poner al ejército al servicio de los asentamientos en territorios no israelíes. Para ello debe cancelar la autonomía del Poder Judicial. Cientos de miles de ciudadanos se movilizaron contra este giro una y otra vez, a lo largo de meses. Organizaciones civiles y la Histadrut (la central sindical nacional) realizaron varios paros nacionales. El ejército se opuso abiertamente. De facto, el presidente Isaac Herzog ya había convocado a la formación de un nuevo gobierno. Hasta la incursión delirante de Hamas (no encuentro otras palabras para definir a quien degüella bebés, ata a parejas a sus camas para quemarlas y secuestra a personas de la tercera edad) en las inmediaciones cercanas a la frontera con Gaza. Netanyahu no desaprovechó la oportunidad. Hizo cundir el pánico, reagrupó a su gabinete y lanzó la peor escalada de bombardeos (con misiles de succión que destruyen de un solo golpe edificios enteros y arrasan con sus inquilinos) e incursiones selectivas. Para que no quede duda, Netanyahu pronunció la declaración de guerra con una frase que, tan sólo por ella misma (además de los crímenes de guerra que ha cometido), merecería encontrarse ya en un juicio político (tal como aconteció con Golda Meir después de la guerra de Yom Kipur en 1973). Lo dijo sin rodeos: “Si eres miembro de Hamas, eres hombre muerto”. Es la declaración de un facineroso, que ya en boca del representante de un Estado equivale a una promesa de genocidio político, por más que Hamas convoque en su programa de acción a la destrucción activa del Estado de Israel.
Lo que haga y diga Hamas (en mi opinón, una organización fundamentalista) pertenece a la imbricación de la resistencia palestina y el vago mundo de un panislamismo que, hasta la fecha, no admite ni siquiera la vindicación de la edificación de un Estado palestino propio. En cambio, lo que haga y diga Netanyahu implica un juicio sometido a los registros de un imperativo categórico general. En esto reside la verdadera asimetría de esa guerra.
El peor error, hoy, es creer que se trata de una guerra entre judios y palestinos. Este es precisamente el relato de la ultraderecha. Cisjordania, que reúne el mayor asentamiento palestino de la región, no se encuentra en guerra. ¿La razón?: ahí gobierna la Organización para la Liberación de Palestina, que hace ya casi cinco décadas firmó los tratados de Oslo con el premier Isaac Rabin. La organización fundada por Yasser Arafat, que siempre repudió al fundamentalismo religioso, ha mostrado desde entonces la habilidad y la sabiduría para mantener una delgada línea de equilibrio. Para abrirse paso en el régimen israelí, la derecha asesinó a Rabin. Y todavía sigue abierta la pregunta de quién mató a Arafat. En otras palabras, existe otra manera de resolver los conflictos entre israelíes y palestinos. Y no es, obviamente, la que persiguen Netanhayu y su coalición.
¿Cuál es el propósito de la actual campaña militar? La respuesta de Pappe es muy elocuente: provocar una diáspora de la población en Gaza, expulsar a los palestinos de sus tierras. Una nueva Nakba. No casualmente, el mando militar de la FDI insiste, una y otra vez, que se trata de una “guerra que tomará tiempo, mucho tiempo”. A saber, ningún Estado actual, ni en el mundo árabe ni en Occidente, ha intentado intervenir activa y decididamente contra esta política de apartheid. Qatar e Irán financian el armamento de Hamas y entregan a la población alguna ayuda “humanitaria”. Rusia envía armas para agudizar un conflicto que puede atraer la atención y las fuerzas de Estados Unidos, y así descuidar a sus aliados en Ucrania. La Unión Europea también envía dádivas humanitarias. En un mundo que llora a los palestinos, nadie se toma la tarea de asumir su causa. La soledad palestina es sofocante.
Pappe establece una distinción fundamental entre los israelíes y el Estado. Se trata, en efecto, de un Estado colonizador, pero asentado sobre una población de hombres y mujeres que, en su mayoría, provienen de fuera y que no comparten la retórica ni las prácticas de la ortodoxia teológica. Es por ello que incluso la prensa israelí se pregunta si el sistema de seguridad no fue “apagado” desde adentro para facilitar la incursión de Hamas. Cuando voltea uno a preguntarse quién habrá de parar a la maquinaria expansiva del bloque ultraconservador, basta recordar el mes de agosto para encontrar la respuesta: la insurrección civil en el seno mismo de la sociedad israelí.