A diferencia de lo sucedido en países como Italia, España o Argentina, no es común que los dirigentes de izquierda en México escriban su autobiografía. Por supuesto, algunos lo han hecho, sea directamente o con el apoyo de algún escritor, pero son más la excepción que la regla.
Entre las rarezas se encuentran los clásicos Memorias de un hombre de izquierda, de Víctor Manuel Villaseñor; Mi testimonio y Memorias de un comunista mexicano, de Valentín Campa. Aunque murió en 1999, no hace mucho apareció La vida de un comunista, de Miguel Ángel Velasco. Sus compañeros editaron la autobiografía de Camilo Chávez Melgoza, al que consideran jefe e iniciador del proceso de reconstitución del Partido Comunista Mexicano. Recientemente vio la luz Memoria en el tiempo y un poco de historia, de Plutarco Emilio García Jiménez. De la mano de Froylán Manjarrez, se publicó en 1967 Autobiografía y asesinato de Rubén Jaramillo. A un tiempo argentino y mexicano, Guillermo Almeyra escribió Militante crítico: Una vida de lucha sin concesiones.
Probablemente, quienes más han practicado este género son los involucrados en movimientos político-militares. Los testimonios de ex militantes de la guerrilla, sea como novelas o directamente como autobiografías, son más numerosos que los de quienes escogieron otras vías de hacer política. Algunos de ellos están atravesados por el arrepentimiento.
A contracorriente de esta tendencia, acaba de aparecer Nadie puede ser amigo de todos. (Testimonio de un revolucionario), de Gilberto López y Rivas. Se trata de una obra valiente, pulcra y conmovedora, prologada espléndidamente por Néstor Kohan. Un libro escrito hace años y rescrito una y otra vez, que esperaba el momento adecuado para ver la luz. “Tenía –explica en el volumen– la necesidad de contar esta historia. Sin afán alguno de hacer una obra literaria o especializada. Ajustada lo más posible a los hechos, tal cual los viví o recuerdo que los vivía, con los errores de los tiempos y de las apreciaciones”.
El espíritu que anima su redacción se sintetiza en su epígrafe, tomado de una pinta en un muro de Estelí, Nicaragua, de 1980: “No son muertos los que yacen en una tumba fría. Muertos son los que tienen el alma muerta y aún viven todavía”.
De manera directa, Nadie puede ser amigo de todos cuenta “el asalto al cielo” de Gilberto. Arranca con sus primeros pasos en la izquierda como integrante de la Juventud Comunista. Y se sigue con su participación en un movimiento político-militar, poco conocido, anterior al asalto al Cuartel Madera, en el que confluyeron el dirigente magisterial Othón Salazar, una parte de los jaramillistas y la corriente político-sindical de Juan Ortega Arenas.
En lo que muy probablemente es la parte más apasionante del texto, narra en clave internacionalista, con crudeza y sinceridad, su incorporación (junto con su esposa y compañera de vida Alicia Castellanos) al GRU (Directorio Principal de Inteligencia, en idioma ruso: Glavnoe Razvedyvatelnoe Upravienie), creado –como lo recuerda Néstor en su prólogo– en 1918 por orden del Consejo Militar revolucionario de la naciente y triunfante revolución bolchevique. Participaron así ambos durante años, en tareas de inteligencia para el Ejército Rojo de la Unión Soviética, no en México sino en Estados Unidos, donde, además, se graduó como doctor en antropología.
Gilberto y su esposa fueron detenidos en 1978 por la FBI. Con la amenaza de despojarlos de sus hijos, los agentes estadunidenses los presionaron para que colaboraran con ellos. López y Rivas les respondió “que de nosotros no esperaran nada; que habíamos emprendido ese camino por ideales y por un convencimiento ideológico y político, que no teníamos precio y que no cooperaríamos con ellos en forma alguna; que estábamos listos para el juicio y aceptábamos las consecuencias de nuestros actos”.
Finalmente, la pareja de antropólogos y sus dos hijos fueron expulsados de Estados Unidos hacia México, donde comenzaron una nueva vida. Lejos de abandonar su compromiso político, Gilberto y Alicia se involucraron activamente en tareas de solidaridad con las revoluciones nicaragüense y salvadoreña, al tiempo que, desde 1983, se incorporaron a las filas de la Corriente Socialista. Su compromiso con el sandinismo de los primeros años fue mucho más allá del mero apoyo formal.
Desde la Corriente Socialista, López y Rivas incursionó de lleno en la política institucional, sin dejar de lado su compromiso ético y principios revolucionarios. Participó en la formación del Partido Mexicano Socialista (PMS), donde fue parte de su dirección política, en la secretaría de asuntos internacionales, y, a raíz de la erupción neocardenista, del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Fue diputado en dos ocasiones y delegado electo en Tlalpan. Como integrante de la Cocopa se comprometió activamente por alcanzar en Chiapas una paz con justicia y dignidad. En 2004, renunció al PRD y se embarcó de lleno en la lucha desde la sociedad civil.
El antropólogo ha estado siempre cerca de la rebelión de los mayas zapatistas. Se enteró de la existencia de un grupo guerrillero pocos días antes de que estallara la insurrección. Se encontraba en diciembre de 1993 en San Cristóbal, en viaje de investigación, cuando en una entrevista preguntó sobre los grupos políticos que trabajaban en la zona. Al final de la lista de algunas organizaciones campesinas y de la Diócesis, el informante respondió: “Y la guerrilla”.
Con este libro, el camarada Gilberto quiso dejar constancia de lo que pensó y soñó su generación o, al menos, la parte inquieta y comprometida social y políticamente con las luchas libertarias y en contra de la guerra contra la humanidad. El resultado final es una obra apasionante, imprescindible para descifrar los sueños emancipatorios e internacionalistas de una generación. Un asunto mmás actual que nunca.
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