Para sorpresa y desconcierto de los intelectuales racistas, ciegos herederos de los científicos europeos del siglo XIX, los pueblos indígenas poseen intrincados sistemas de pensamiento, visiones que corren a contracorriente de lo que prevalece en el mundo moderno, hoy en crisis, y que les sirven para vivir y sobrevivir los embates de la globalización.
Los pueblos indígenas comúnmente poseen conceptos que operan como guías para el conocimiento de la vida. Tuvimos que esperar la formación de intelectuales híbridos, individuos capaces de estar “dentro” y “fuera” de sus culturas, de mirar desde el interior y saber traducir esa mirada a quienes estamos fuera.
De los varios testimonios que ya existen, voy a centrarme en la obra K’anel, funciones y representaciones sociales en Huixtán, Chiapas (2010), escrita por Manuel Bolom Pale, multipremiado escritor tsotsil con licenciatura en sicología social y profesor de la Universidad Intercultural de Chiapas.
Otros testimonios similares, aunque realizados por miradas externas, son el de Pedro Pitchard sobre los tseltales, y el de Carlos Lenkesdorf sobre los tojolabales. En su libro, bilingüe, Bolom Pale lleva a cabo una detallada y profunda revisión de un concepto que funciona como pivote filosófico.
“Para los originarios el K’anel es una vitalidad y centro, núcleo o esencia de todo aquello que existe; actúa como un motor de los hechos a partir de la emoción, el conocimiento, la memoria, la voluntad, el lenguaje y la identidad individual y colectiva”.
Su centralidad en la vida de esa cultura da fe de un término que es tan abstracto como concreto, y testimonia la enorme complejidad de la cosmovisión indígena, un rasgo que está presente en las 7 mil culturas originarias del mundo. ¿Qué es el K’anel? Es, ante todo, una actitud que se adquiere con el querer, la aceptación, la asimilación y el gusto de ser parte de una colectividad, de una entidad comunitaria.
El K’anel como principio, como código ético, sirve de sustento para que la estructura social se base en los valores del honor, la complementariedad, solidaridad, hermandad, lealtad, respeto a sí mismo y hacia los demás.
Regula las actitudes y los comportamientos individuales que facilitan el equilibrio comunitario. No es casualidad que el saludo común y corriente utilizado por los tsotsiles sea el ¿cómo está tu corazón? Una pregunta que contiene el deseo de indagar algo más profundo o íntimo, garantía de una identidad interpersonal.
Pero la historia no termina ahí. El K’anel se encuentra a su vez en íntima relación con otros dos conceptos de la filosofía tsotsil: el Ch’ulel y el Lekil Kuxlejal. El primero devela la madurez del individuo: “El Ch’ulel es la constitución del sujeto, así como también la condición de la experiencia, ya que posibilita el florecimiento y madurez de la conciencia humana para su convivencia cotidiana con su totalidad”.
El segundo es nada menos que el “buen vivir” lanzado al mundo como un concepto antagónico al de “desarrollo” durante la rebelión política de los pueblos andinos de Bolivia y Ecuador, y que quedó plasmado en sus nuevas constituciones.
Este concepto ha sido hallado en otras culturas del continente americano, como los kolla de Argentina, los mapuche de Chile, los mochica del Perú, los ngäbe de Panamá; los kogis, arawakos, kankuamos y wiwas, guardianes de la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia, los araona de la Amazonia boliviana, y los murui y cofán de la Amazonia colombiana.
Ya veremos en el futuro próximo cómo el “buen vivir” está presente en todas las culturas originarias como un rasgo común, como un “concepto universal” del mundo tradicional. Este concepto habla de la vida plena: el modo de vivir en comunidades, en armonía con la naturaleza, y en equilibrio en las relaciones individuales y colectivas.
Este entramado de visiones abstractas, el kosmos, que se articula con el conjunto de conocimientos o corpus y con las prácticas productivas o praxis, es lo que explica la larga presencia de las culturas; su enorme capacidad de resistencia, su resiliencia.
Proyectado al encrespado mar de la modernidad, este complejo k-c-p, que podemos calificar de sabiduría tradicional, contrasta con los valores completamente opuestos del ser industrial. Individualista, competitivo, materialista, con poca o ninguna memoria, sin arraigo al territorio y de espaldas a la naturaleza, el ciudadano moderno es, hoy por hoy, en su soledad inadvertida, el que con su voto o su opinión ha dislocado al mundo.
La gran paradoja es que, justo en las sociedades consideradas equivocadamente como las más atrasadas, arcaicas, estacionarias, etcétera, es donde hoy encontramos las claves para “despertar del sueño de la modernidad occidental” (Luis Villoro).
Todo lo que hemos revisado brevemente se torna emancipador. Como afirma Noam Chomsky, “los pueblos indígenas son hoy nuestra única esperanza para sobrevivir como especie” (https://ecologise. in/2017/11/04/noam-chomsky-indigenous-people-are-the-only-hopefor-human-survival/).