La geografía en el futbol está establecida por un complejo sistema de señales, muchas veces difusas, que son difíciles de percibir antes de jugar un partido. Descubrir sus secretos exige destreza y sabiduría para reconocerlos, más que palabras en ruedas de prensa de técnicos y jugadores. Como Alemania transmite un liderazgo firme en cualquier continente donde compite, no le hace falta advertir a sus rivales que su nivel pertenece a la élite de este deporte. Aun así, en un estadio con más de 62 mil 800 asistentes, México desafió el gran tamaño de la Mannschaft y consiguió un empate de iguales proporciones: 2-2 en el cierre de su preparación rumbo a la Liga de Naciones de Concacaf.
Cualquiera que sea la opinión sobre la estrategia del Tricolor, el entrenador Jaime Lozano puede alegar que dispuso de una plantilla a la altura de lo que se esperaba. Si los alemanes eran uno de los equipos modelos en Europa, esta semana lo fueron de toda la delegación mexicana. No había manera de discutir su tremenda historia en los Mundiales, donde fueron cuatro veces campeones con una distintiva identidad. Ahora en un proceso de reconstrucción, síntoma de las dos eliminaciones pasadas en la primera vuelta, sus esfuerzos se multiplicaron en todos los ámbitos.
Consciente de esa etiqueta que funciona como marca, el defensa estelar del Real Madrid, Antonio Rüdiger, capitaneó una doble aventura: la suya y la de una selección que transmite superioridad des-de que pisa el terreno de juego. En nombre de la eficacia de la táctica fija, el jugador de 30 años remató un tiro de esquina a segundo poste sin necesitar demasiada potencia para marcar el 1-0 ante un temeroso Guillermo Ochoa (24). Por complicado que fuera el momento, México se sintió con derecho a reclamar la aportación de sus líderes.
No era el marcador lo que sorprendía a miles de mexicanos en Filadelfia, sino la manera de producirse con errores muy claros. Por eso, como sucedió en la Copa del Mundo de Rusia 2018, resultaba indispensable un motor emocional, alguien que reivindicara el derecho a soñar con un mejor resultado. Ese jugador era Hirving Lozano. Sin molestarse en demostrar lo que no es, el Chucky respondió con entereza al momento crítico y habilitó con un pase al celeste Uriel Antuna para lograr el 1-1 antes del final del primer tiempo (36).
La explosión de júbilo en las tribunas hizo reflotar el estado anímico de los jugadores mexicanos, por momentos abatidos ante las fallas en ataque de Santiago Giménez, quien volvió a la titularidad. El empate no modificó ni acabó con el poder de Alemania, pero, para un representativo tricolor tan preocupado por reflejar con triunfos su crecimiento, el complemento podía reducir las distancias. Paradójicamente, en un zona convertida en tierra de gigantes, el bajito Erick Sánchez, de apenas 1.67 metros de estatura, remató de palomita un centro desde la derecha y gritó por todo el Lincoln Financial Field el gol de la remontada (47).
Aquella jugada pesó como un yunque sobre el cuadro alemán, pero no torció la narrativa del partido. Porque, a toda máquina, el delantero del Borussia Dortmund, Niclas Fullkrug, cumplió con el principio básico de un goleador de altura: cabecear fuerte y a las espaldas de los defensas un servicio de Leroy Sané por la banda derecha (51). Pese a hacer malabares sobre la línea de meta, Ochoa no pudo evitar que la pelota cruzara en un par de ocasiones.
Sin intimidarse por el desafío, México siguió buscando las razones de su consagración, como si hubiera alguna posibilidad de que este amistoso valiera puntos, pero todo quedó en un empate que le da vida hacia el futuro.
En los cuartos de final de la Liga de Naciones de Concacaf, el cuadro dirigido por Lozano enfrentará a Honduras, que derrotó a Cuba en la fase clasificatoria.