Parece no existir argumento válido para quien prefiere creer en una mentira que le conviene a vivir en una verdad que le incomoda. Las falsedades comúnmente pregonadas por amigos, familiares y vecinos, o publicadas en redes sociales y ese chat de tías cuyos mensajes agoreros van de la fantasioso a lo absurdo, no buscan razones sino emociones, es a través de ellas que logran un cometido que, más allá de engañar por engañar, consiste en causar daño a una persona o una causa.
El engaño se alimenta del anhelo. ¿Quién en su sano juicio da por ciertas barbaridades como aquella que alerta sobre la llegada a la sierra de Guerrero de reclutadores comunistas disfrazados de médicos? El mismo que cree la disparatada teoría de plagio en una tesis de Claudia Sheinbaum o que es madre de un nieto del Presidente.
Esos chismes son un arma que, aunque de salva, termina causando muchos daños a la sociedad en general, no sólo a quien va dirigido el ataque. Desde inicios del actual sexenio circula un bulo que advierte sobre la “inminente expropiación de bienes inmuebles en la Ciudad de México por parte de Andrés Manuel López Obrador” en su intento por “convertir a México en Venezuela”.
La redacción del mensaje es cuidadosa: aunque utiliza lenguaje abogadil, está escrito con familiaridad y en primera persona, lo que logra en el lector la sensación de cercanía y confiabilidad por parte del emisor.
Quien quiere creer en la mentira, porque cree que le conviene a lo que cree que son sus intereses, termina convirtiéndose en su primera víctima. Aquel mensaje que vaticina una expropiación llegó a quien escribe estas letras a través de una persona cercana.
De nada sirvió el argumento ante la falacia, a pesar de advertirle que la amenaza era falsa y carecía de fundamento, a los pocos meses vendió un departamento de su propiedad a muy bajo precio, “antes de que se lo expropiaran”.
Actualmente se dice arrepentido pero –en el afán de abrazar la mentira como defensa a su repudio político– culpa de la decisión de haber rematado su propiedad al Presidente. No aprendió, hoy, como ayer, sigue creyendo en los discursos agoreros que ante la falta de proyecto profieren desde la oposición, muestra de que las emociones pueden ser más contundentes que la razón, y de que quien golpea con la mentira lo sabe.
La verdad se ha convertido en una afrenta para quien decide ser inquilino de la falacia. ¡Ay de aquel periodista que ose darla a conocer!, pues de hacerlo, aunque sea simplemente a través de la nota simple, se convierte para las víctimas de la realidad en enemigo sujeto a ser, ante la falta de argumento, insultado y difamado hasta el cansancio, como si con ello se aminorara el dolor que el autoengaño produce.
La mentira es absoluta e inapelable cuando la posverdad es el prefascismo. Enemiga de la patraña es la veracidad que a quien incomoda deja tan pocos recursos para desvirtuarla como el mentir, mentir, mentir, una y otra vez hasta que el engaño sea más contundente que la aclaración o el desmentido. Receta, la anterior, para que la falsedad sea inmune al argumento, por tanto a la verdad.
Además de las empresas factureras, el tomarse el pelo a uno mismo (léase hacerse pen…) es deporte nacional en quienes ven a la impunidad como vía para alcanzar sus metas. Ejemplo es la negación de quienes minimizan el plagio de Xóchitl Gálvez al informe académico con el que se tituló.
Ella misma reconoció que cometió un error (a diferencia de Yasmín Esquivel, por cierto), no así tantos que profieren barbaridades como “pero fue poquito” muy al estilo de aquel alcalde que “robó poquito”, o “pero no era tesis”, sin aparentemente entender que se trató de un trabajo requisito para la titulación. La corrupción está directamente relacionada con la mentira, con ella vino, como sucedió con Uriel Carmona, fiscal de Morelos, el ocultamiento del feminicidio de Ariadna Fernanda.
El desvío de recursos, las cuentas de dinero en otros países, los fraudes inmobiliarios, los plagios, se construyen a través de la mentira y se sostienen con ellas.
La efectividad del engaño radica en su capacidad de ser –aún más que creída– aceptada, normalizada o tolerada, y ello dependerá de la conveniencia que sus alcances impliquen. Las mentiras forjan alianzas cuya fuerza radica en una complicidad tramposa.
Mientras más se defiende la verdad, más amenazados están aquellos a quienes perjudica. El olvido es requisito indispensable para inventar otra memoria, una distinta a aquella en la que guardamos las causas de los problemas de hoy. ¿A quién convendría enterrarla?