Hoy en día los principales beneficiarios de la asistencia federal son las familias ricas. Esta es la versión que nos proporcionan los corresponsales de La Jornada en Nueva York, Jim Cason y David Brooks, en un reportaje tan inimaginable como veraz y comprobable, cabeceado así:
EU: los niños en pobreza pasaron de 4 a 9 millones en un año. Los expertos, además de señalar que es el mayor incremento en la historia, afirman que este aumento sin precedentes se debe esencialmente a razones de orden político. Tanto el Center on Budget and Policy Priorities como la Universidad de Columbia criticaron duramente al Congreso estadunidense por la decisión de cancelar los créditos fiscales que mucho habían ayudado a las familias pobres con niños durante la dura etapa de la pandemia. Estas políticas absolutamente discriminatorias y clasistas repercutieron de manera generalizada en la población que sufrió un crecimiento en los niveles de pobreza al pasar de 7.8 a 12.4 por ciento. Estos datos fueron dados a conocer por la Oficina del Censo de Gobierno. Hoy en día, sigue diciendo textualmente el reporte, los principales beneficiarios de la asistencia federal son las familias prósperas. En total, Estados Unidos gastó 1.8 mil millones de dólares en reducciones de impuestos para dueños de casa e inversionistas, al menos así lo sostiene Desmond, autor del libro Poberty by America, publicado apenas el año pasado. Joe Biden se deslindó rápidamente de las fatales medidas adoptadas por el Congreso y acusó a los legisladores republicanos de estar al servicio de los sectores oligárquicos, a costa de ignorar las crecientes condiciones de miseria en las que viven millones de estadunidenses. Sin embargo, Desmond y otros especialistas en estos problemas no se dejan engañar por la retórica electorera del presidente y afirman que los responsables son la cúpula política que está conformada por demócratas y republicanos. Su diferencia principal no es el partido en el que militan, sino los negocios en los que están involucrados y los intereses que obviamente defienden. ¡Qué país más extraño! En México jamás sucedería lo mismo.
Decía Cervantes: En todas partes se cuecen habas y en la mía a calderadas.
O séase: los problemas, males cotidianos y dificultades son normales y se dan en todas las familias. Tan es cierto que aquí está una muestra. Desde Bonn, Alemania, la agencia Dpa nos informa: cuatro de cada 10 alemanes apenas
logra hacer frente a los costos de la vivienda. Al menos este dato es el que nos proporciona la empresa Yougov, encomendada por el banco Postbank para levantar una encuesta sobre este asunto. En el estudio llevado a cabo aparecen otros datos verdaderamente sorprendentes; por ejemplo, con ingresos familiares netos inferiores a unos 2 mil 700 dólares mensuales, 62.4 por ciento de los entrevistados consideró que, con los costos de vida tan elevados, apenas es posible el mantenimiento de sus hogares. Y que conste que no estamos hablando de ninguno de los países al sur del planeta, no se trata del miserable Caribe ni de una las entidades menos desarrolladas de nuestra república, sino de un país que está considerado dentro de las cinco potencias económicas del mundo. El concepto de equidad, entonces, no puede ser calificado como una idea subversiva que exhibe la existencia de clases sociales en conflicto, pero sí como una demostración plena de que riqueza, abundancia, lujo, esplendor y hasta desperdicio no están mínimamente emparejadas con un modesto sustantivo: equidad.
Un dato más para terminar esta columneta sobre el hambre mundial, vergüenza extrema de esta excelsa civilización a la que hemos llegado. Debemos esta información al Programa Mundial de Alimentos, en voz de Cindy McCain, jefa del programa, quien comunicó ante el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas que, según sus datos, 783 millones de personas, que equivalen a uno de cada 10 habitantes del planeta, se acuesta con hambre cada noche, ignorando cuándo puedan volver a tener acceso a otro paupérrimo alimento.
Pero basta por hoy de revelaciones devastadoras, aunque nada garantiza que las que vienen no sean iguales, o peores.