Será en los días venideros que algunas definiciones aclaren el camino que deberá tomar Morena en lo referente a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.
Decimos esto porque a la celebración del aniversario 12 de la fundación del organismo, y del evento que se efectuará por ese motivo, algunas sombras habrán de disiparse antes de que sea tarde.
Ya está claro que existen dos alas muy diferentes en la carrera por la ciudad: por un lado los ataques, las insidias, la propaganda incontrolable aún y fuera de los límites que desde la Presidencia se ha fijado, que provocan un ambiente de ruptura; y por el otro, el llamado a la unidad, así de simple.
La primera opción no tiene problema, así se ha jugado desde hace mucho tiempo en el PRI y luego en el PRD, eso es fácil. Para muchos no es más que una costumbre que se usa en cada una de las elecciones internas, siempre que se presentan.
Lo otro es lo difícil. La unidad es una de las muchas utopías creadas por la demagogia partidista hasta ahora incumplidas. Las fracturas han hecho de Morena y de los organismos de izquierda una olla de resentimientos y venganzas que han impedido el avance de estos partidos.
No hay necesidad de dar nombres ni de señalar culpables, porque son los mismos de siempre, esos que corruguen clanes, que destruyen acuerdos, señores de tribus que no aceptan la unidad porque ellos se creen el todo. Con esos hay que tener cuidado.
Pero lo malo es que están bien enquistados en el partido y de pronto parecen inamovibles, por más que todos los consideren tóxicos. Con esos y los ambiciosos vulgares es imposible cimentar un partido político que tenga por interés principal lo mejor para los demás.
Morena está en el poder y no puede aventurarse a cometer los errores que arruinaron al PRD. Por el contrario, este sería el momento para reflexionar sobre quiénes manejan ciertos hilos sectarios que enferman al organismo.
Esto porque si alguien supone que las tribus dejaron de existir está muy equivocado. Sólo hay que ver quiénes armaron organizaciones paralelas al partido en el pasado inmediato para entender por qué ahora hacen lo mismo.
Por eso, se diga lo que se diga, es necesario restarle lo gelatinoso a Morena. Eso de que es un partido en movimiento ya no dice nada. La ruta es necesaria para que los de siempre no tomen su propio camino, dentro de Morena, auspiciados por la indefinición.
No es raro que desde las cúpulas de la burocracia se pretenda manejar el futuro de algún partido o de alguna organización política, y por eso el cambio, la transformación, como ahora se le llama, tendría que empezar en el semillero.
Dejar a Morena con las estructuras endebles, gelatinosas y en peligro de intoxicarse de lo mismo que mató a sus antecesores, debería ser una tarea obligatoria para el presidente López Obrador, pese a que ya haya entregado el bastón de mando, porque resulta que uno de sus mayores legados, la organización política, es hoy atacada por el virus mortal de las tribus.
Todos los morenistas, pero principalmente Mario Delgado, deberían echar un ojo al espejo retrovisor, porque les aseguramos que ahí vienen los verdaderos enemigos de Morena. Ni hablar.
De pasadita
Habrá que avisarle a Alejandro Encinas de la desaparición de Israel Bahena de la nómina del Gobierno de la Ciudad de México, y desde luego el por qué.
Si lo que se cuenta ahora es cierto, en menuda bronca está el gobierno de Batres. Ya veremos.