Sin duda, una de las palabras que más han estado, y siguen presentes, en la vida de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), es “examen”, aunada al término “selección”; tales sonidos se escuchan insistentemente por toda la institución. Examinar para seleccionar a los “mejores” (estudiantes, profesores y demás integrantes), se dice en el desgastado discurso oficial meritocrático.
Parecería que la UNAM tuviese por vocación seleccionar. Estará bien que, de manera permanente, en lo sucesivo, con el ahínco con que se examina a estudiantes y profesores, la universidad se someta a un riguroso escudriño de todo lo que le concierne, con la finalidad de transformarse cada día para ser mejor.
Premisa para que ello comience es que haya voluntad institucional, y personal de cada universitario, y se reconozca abiertamente, con humildad, sinceridad y valentía, que las cosas no andan bien en casa, hay problemas acumulados, no todo huele bien y es hora de hacer limpieza. Los universitarios necesitamos darnos tiempo para escucharnos con atención y respeto; requerimos espacios para reflexionar con serenidad, para imaginar a lo grande y, con una mentalidad de constructores, llegar a acuerdos sobre la universidad que se necesita en un México olvidado y sufrido, pero que por fortuna se levanta. Todo eso es posible, la problemática tendrá solución, urge ver para adelante y empujar el cambio de rumbo de la universidad. ¡Basta de medias tintas! Es hora de tomar decisiones en la UNAM para dejar de lado las políticas neoliberales; no es conveniente seguir a la zaga de lo que acontece en el país, coloquemos la universidad al frente de la transformación mexicana.
En el escudriñamiento deberemos tener cabida todos en un ejercicio coordinado de pluralidad de ideas, sin ánimo de subordinación. Los gobernantes de la UNAM y su pesada burocracia, sin duda, cuentan con experiencia e información (es fundamental que se abran todos los archivos). Los estudiantes tienen gran cantidad de cosas relevantes qué decir, qué preguntar, hay que dejar que se expresen libremente; puede ser de gran utilidad para ello la incorporación de genuinas asambleas escolares, germen de la democracia universitaria que deberá florecer. Los trabajadores administrativos y el personal de intendencia también poseen elementos fundamentales por aportar. Los profesores y demás académicos, ni se diga, podremos enriquecer la reflexión.
La universidad, suele decirse, pertenece a los universitarios; aunque pienso que no del todo ni de manera exclusiva. ¿Acaso no estamos hablando de la universidad de la nación? También habrá de escucharse, ¿por qué no?, la voz de los egresados, la voz de los industriales, la voz de los gobernantes del país y la de todos quienes respetuosamente quieran enriquecer la discusión; tal participación no tiene por qué considerarse atentatoria de la autonomía universitaria. Lugar especial deberá tener la voz de los humildes y los excluidos, sedientos de una universidad que vea por ellos: los campesinos, los jornaleros, los sindicalistas, las amas de casa, aquellos en quienes se inspiró Pablo González Casanova para dar vida a la “universidad abierta” para la que no hubo tiempo, pues fue desvirtuada por su sucesor.
Se requerirá de un esfuerzo colectivo, esmerado, basado en la pedagogía de la pregunta, bañado de originalidad, rigor y cariño, para mirar intensamente las causas de la problemática universitaria. Palabras, preguntas y respuestas serán esenciales en el ejercicio. Palabras precisas, preguntas pertinentes, provocadoras y atrevidas, en busca de la verdad universitaria y de respuestas luminosas que alimenten la esperanza. Palabras, preguntas y respuestas para transformar la universidad.
Antes que nada, están las grandes preguntas filosóficas, las que no pueden faltar, las que hay que atender para profundizar: ¿UNAM por qué y para qué en el siglo XXI? ¿Por qué la autonomía y para qué lo nacional? ¿Educación universitaria por qué? ¿Ciencia y cultura para qué? Para después abordar cómo, dónde y los tiempos universitarios, a través de infinidad de valiosas preguntas que surgirán del ejercicio colectivo.
Comparto con el lector estas preguntas: A estas alturas de la vida, ¿de veras es necesario que la UNAM esté encabezada, de manera casi omnímoda, por un rector o rectora? ¿Hasta cuándo el culto por la persona? ¿Podrá tener cabida en la universidad una autoridad genuina, colectiva, fincada en la sensatez, la sabiduría y la humildad, donde las decisiones las tomen personas elegidas democráticamente, para, al mejor estilo zapatista, mandar obedeciendo al grueso de los universitarios?
En los actuales tiempos de sucesión, el rector Enrique Graue, los candidatos a remplazarlo, los miembros de la Junta de Gobierno, los consejeros universitarios y técnicos, y los universitarios todos, debemos reflexionar, para el futuro universitario que se avecina, en la conveniencia de preparar el camino del escudriño necesario para alcanzar una institución acorde con las prioridades de la nación. Hay tantas cosas por mejorar en la UNAM, que nadie debería negarse a que se realice tal ejercicio y a participar decididamente en él.
Quizá, al final del camino –en plazo razonable– podremos dejar escrita, desde dentro de la institución, una nueva ley para la UNAM, pacto de universitarios, espejo de los acuerdos logrados, a ser ratificada sin grandes modificaciones por el Poder Legislativo federal. ¡Elevemos la mirada de la educación!
*Profesor en la UNAM [email protected]