En marzo pasado se publicó el primer numero de la revista digital Medicina y Cultura, que puede disfrutarse gratuitamente en https://www.revistamedicinaycultura.fmposgrado.unam.mx/. Es un esfuerzo multidisciplinario muy necesario, pues, como advierte Teresita Corona, directora de la revista y de la División del Posgrado en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), “el sentido humanista es básico para quienes ejercen la medicina y los estudiantes que lo harán en el futuro, pues la cultura hará mucho más rica la docencia, la investigación, las preguntas sobre la ciencia y su existencia”.
Por su parte, el doctor Alberto Lifshitz, editor de la revista, anota que medicina y cultura tienen “espacios compartidos que atisban un mundo extenso y complejo que se encuentra en el centro mismo de la profesión médica y de su función social”.
En ese numero se recalcó cómo la literatura es valioso instrumento para la formación plena y humanista de quienes integran las ciencias de la salud. Además de abordar las enfermedades, deben escuchar y comprender a quienes las padecen y buscan solución a sus males. Un tema que adquiere gran actualidad ante la deshumanización de la relación médico-paciente.
Si en su número inicial los artículos se refirieron a temas sobre la investigación médica, la literatura, la música y el cine, en este segundo se incluyen otros en los que las bellas artes, la ópera y la literatura se compaginan con la medicina.
Y conicidiendo con dicha publicación, en La Jornada Ecológica más reciente que publica mensualmente nuestro diario, se expone un tema vinculado directamente con la medicina y la toxicología: los daños que por los agroquímicos padecen los niños que ayudan a sus padres en su trabajo como jornaleros, especialmente en la agricultura comercial de los distritos de riego del país. O están en contacto por otras vías con dicha sustancia en el ambiente en que viven.
Esos menores tienen un futuro envenenado, como señala Leticia Merino, de la Coordinación Universitaria para la Sustentabilidad, de nuestra máxima casa de estudios. El problema lo documentaron y denunciaron a fines de la década de 1980 investigadores del Instituto Tecnológico de Sonora (Itson), con sede en Ciudad Obregón (lo dirigía el médico Óscar Russo), y doctoras del Instituto Mexicano del Seguro Social. Conjuntamente analizaron la salud de las madres y sus bebés en los campos agrícolas de la comunidad yaqui. Encontraron que, al nacer, los bebés de 40 madres seleccionadas para el estudio traían residuos de plaguicidas. Y al amamantarlos, les pasaban otros. Se prometió entonces resolver esa terrible realidad.
No fue así, como lo demuestran ahora en La Jornada Ecológica especialistas en toxicología, médicos que han trabajado en el medio rural, así como integrantes de las organizaciones civiles Tejiendo Redes Infancia y la Red de Acción sobre Plaguicidas y Alternativas en México. Con ellos trabaja la activista ambiental Cecilia Navarro.
En estudios recientes incluidos en el suplemento detallan los daños a la salud de los menores y también de sus padres. Su origen es el uso intensivo, sin el menor cuidado, de fertilizantes, plaguicidas, fungicidas y herbicidas que, pese a estar prohibidos en muchos países, reinan en el nuestro. Y ello, por la laxitud de la legislación vigente y la complicidad de funcionarios y legisladores, algunos de ellos muy influidos por los intereses de la industria agroquímica.
La destacada toxicóloga Lilia Albert mostró que el problema data de mediados del siglo pasado y se debe a la irresponsabilidad de las autoridades al no evitar los daños que ocasiona el arsenal químico en la población y el ambiente. Y ello pese a que México es adherente de la Convención sobre los Derechos del Niño y miembro del Comité de los Derechos del Niño de la Organización de Naciones Unidas. Además, cuenta con una Ley General de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes.
Promesas, muchas cada sexenio, y esa terrible realidad continúa. En buena parte también porque la sociedad no se organiza y presiona para garantizar que los niños, el futuro de México, crezcan junto a su familia en un ambiente sano. ¿Hasta cuándo?