Los ojos de Jermell Charlo contaron toda la historia. En todo momento traslucieron el drama de quien se sabe perdido de antemano. No fue rival ni significó amenaza alguna para Saúl Canelo Álvarez que lo derrotó si dar esa pelea sorprendente que había anunciado. Cuando el adversario sólo huye, no existe combate. El tapatío derrotó por decisión unánime a un contrincante que tuvo que subir dos divisiones para estar aquí y que pagó el precio de esa osadía en la arena T-Mobile de Las Vegas.
Dos campeones indiscutidos, con los cinturones de los cuatro organismos. Pero Canelo en los supermedianos, cuyas fajas estaban en juego, y Charlo en superwelter.
Los ojos de Jermell eran una ventana. No del alma sino a un abismo. En una primera lectura parecía que se esforzaban por ocultar algo parecido a la incertidumbre. Incluso el miedo. Algunos sugirieron -entre ellos el Erik Terrible Morales- que a pesar del performance por parecer feroz, Charlo denotaba cierta inseguridad en su gesto. Como si dudara de lo que le esperaba. Por más preparación y confianza en su trabajo, subió dos categorías y eso no hay que olvidarlo nunca. El estadunidense estaba en el territorio que pertenece al tapatío, donde éste mejor se siente y más cómodo luce.
Así lucía Charlo en la conferencia, en el pesaje y cuando llegó a la arena para la pelea: parecía ausente. Como si la mente no estuviera ahí mientras observaba cómo vendaban sus puños. Como si lo único que realmente quisiera en ese momento era salir lo más pronto posible de esa situación.
La leyenda del periodismo de boxeo A.J. Liebling escribió en su memorable libro La Dulce Ciencia que “la distancia entre el límite superior de una categoría y la siguiente representa el margen que la historia ha demostrado que es casi imposible de superar”.
Liebling lo relató a propósito del campeón de los medianos Sugar Ray Robinson ante el monarca de los semipesados, Joey Maxim. El talento del primero hacía imaginar en 1952 que era posible una hazaña de esa magnitud, de siete kilos de diferencia, exactamente como la que separan las divisiones que dominan Canelo -supermediano con límite de 76 kilos- y Charlo -superwelter con 69 kilos- en septiembre de 2023. Pero como siempre ha sucedido, la imaginación vuela alto y la realidad se encarga de jalarle los pies hasta estrellarla en el suelo. El milagro Robinson nunca ocurrió.
Y así muchos esperaban que un dechado de habilidades como el superwelter Charlo pudiera darle la vuelta a otro habilidoso como la estrella indiscutible, Canelo Álvarez.
Era de suponer que Charlo estaría muy alerta al desarrollo del Canelo. Aunque ambos dieron el peso un día antes, el mexicano tiene una pegada más poderosa propia de un supermediano. Así que el pelirrojo se lanzó a caminar el cuadrilátero, a cerrarle las salidas al oponente. El estadunidense no podía concederle nada, ágil y hacia atrás, siempre atento a los embates de ese rinoceronte furioso que tenía enfrente.
El combate tuvo pocos golpes. Uno iba de cacería, tenaz, mientras el otro retrocedía y se cuidaba de no ser alcanzado por esos arietes enfundados en guantes. Jermell parecía hasta temeroso. Cualquiera que tuviera a ese pelirrojo enfurecido enfrente, se andaría igual con reservas.
La pelea llegó a la mitad de la ruta. Entonces Jermell parecía por fin asentado, que se había sacudido la inseguridad y empezó a moverse con agilidad y mayor agresividad. Siempre con el cuidado de no ser alcanzado por esa masa musculosa y colorada.
Si las cosas seguían como iban, era evidente que Canelo ganaría con las tarjetas como ocurrió. Pero en esas condiciones, no vencer por un contundente nocaut sería una victoria amarga. Por eso el mexicano avanzaba obsesivo y buscando el espacio donde aplicar un puño brutal. En el séptimo casi lo logra, cuando Charlo sintió la pegada y puso la rodilla en la lona para obligar al réferi a la cuenta de protección.
El estadunidense recordó que podía tirar el jab y mantener a distancia a ese depredador de piel irritada, pero apenas lanzaba un par, se retraía al recordar que el mexicano era justo lo que esperaba para atacar. Ninguna concesión al francotirador. Pero ese rayo fulminante nunca llegó. Canelo ganó, pero no fue espectacular ante un rival dos divisiones más chico.