En el futbol de Argentina se habla de “aguante” cuando un equipo o la hinchada de un club pone el cuerpo a los golpes de la adversidad. Es una cualidad tanto física como moral. Eso, aguante, es lo que requería el Guadalajara para reponerse de la deshonra sufrida en el Clásico por la goleada que les propinó el América y una estela de derrotas consecutivas.
Pero no hubo aguante ni un renacer de la honra rojiblanca, sino el repudio y el hartazgo de sus huestes cansadas de ver a su equipo dando tumbos. Ayer con un empate sin goles ante Pachuca en el estadio Akron. Un resultado que pudo desastroso, a no ser por la milagrosa intervención del Wacho Jiménez para detener un penal.
El entrenador Veljko Paunovic, a pesar del espaldarazo de esta semana por parte del director deportivo Fernando Hierro, se veía presionado. Los gritos y su rostro, que acostumbra ser inexpresivo, lo exhibían en su desesperación.
Una ansiedad que también se dibujaba en los movimientos y gestos de los jugadores rojiblancos, que a pesar de mantener la pelota pegada a los botines, no lograban sacarle provecho más allá de algunos disparo perdidos.
Una máxima pesimista es que todo siempre puede estar peor. Lo confirmaron Chivas al recibir un penal de castigo por una falta absurda de Jesús Orozco. Ahora el futuro turbio estaba en manos del portero rojiblanco Miguel “Wacho” Jiménez. El arquero levantaba la vista para implorar y besaba sus guantes. Entonces ocurrió el milagro y el arquero detuvo el disparo de llian Hernández para impedir que la honra de Chivas se hundiera todavía más en este torneo.