Licenciada en Oceanología de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), hizo la maestría en ecología marina en el Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada y el doctorado en medio ambiente y sesarrollo en la UABC. Maestra en la Universidad Nacional Autónoma de México, en la Ibero y en la Universidad de Colima, se sienta a platicar en el sofá de mi sala en Chimalistac y espera preguntas con una buena sonrisa.
–Estudié oceanología porque pensé que me acercaría al mundo natural. Siempre tuve inclinación por la naturaleza, sobre todo, por los océanos, y me especialicé en biología del mar en la UABC. Tengo una maestría en ecología marina y un doctorado en medio ambiente. Mi formación en oceanología me permite entender muchos de los fenómenos de la atmósfera por su relación con los océanos. También estudié la Tierra para entender el cambio climático que es la gran amenaza que tenemos como humanidad. Ha sido muy útil para mi trabajo en la Sedema.
–¿Este cargo en la secretaría del ambiente la trajo a la Ciudad de México?
–Llegar a esta ciudad implicó conocer su atmósfera, porque uno de los grandes retos de la capital es la calidad del aire.
Mi formación de oceanóloga me permitió no sólo trabajar en biodiversidad, sino en la comprensión de los fenómenos atmosféricos y la solución que se puede dar a la calidad del aire. A pesar de que ya no me dedico a la oceanología, no he dejado los asuntos del mar, porque sus fenómenos mantienen relación entre los ecosistemas y la atmósfera, y los océanos se asocian con el control de la temperatura del planeta. Incluso, mi interés en el mar es porque 95 por ciento de las formas de vida en el mundo están en el océano; ahí se asienta la riqueza biológica más importante de nuestra Tierra.
–Marina, México cuenta con el privilegio de tener 11 mil 122 kilómetros de costa marítima
–Sí, la diversidad de ecosistemas, tanto la parte terrestre como la marina, permite distintos tipos de ecosistemas que necesitan diferentes respuestas de adaptación de los grupos humanos para que también crezcan cultivos variados.
–En nuestra capital, ¿qué se cultiva?
–En el caso de la Ciudad de México fíjese que hay un tesoro oculto. Mucha gente identifica a la capital con asfalto y edificios, pero 59 por ciento del territorio es lo que se llama suelo de conservación, bosques, humedales, sistemas de desarrollo agropecuario agrícola indispensables para la vida.
–¿Todo se lo debemos al lago?
–Totalmente... Los lagos y los humedales empezaron a desaparecer desde que llegaron los españoles, pero había una lógica que se mantiene hasta ahora y que partía de una hipótesis del medievo, y era que la enfermedad procede de las emanaciones, los miasmas y los humedales, como son los sitios donde se dan procesos químicos de descomposición de la materia orgánica. Tienen olores muy fuertes, y en la historia de la humanidad, 70 por ciento de los humedales han desaparecido por descuido.
–¿Los secan o los rellenan?
–Los canales, los lagos y las zonas de lodazales fueron cubiertos con residuos materiales traídos de muchos lados, y taparon y desecaron nuestra capital. Mucha gente cuestiona el tipo de arbolado que sembramos, pero la ciudad tenía una vegetación asociada con los humedales. Al convertirse en tierra seca, hubo que plantar vegetación que pudiera sobrevivir en un suelo muy malo.
–¿Es malo el suelo de la ciudad?
–Es pobre, malo y tiene muchas dificultades para que se dé una sana vegetación.
–Aquí en Chimalistac crecen árboles y flores...
–A lo largo del tiempo, la tierra ha ido evolucionando porque es un recurso lleno de vida que mejora y se enriquece con la vegetación, y a lo largo del tiempo, los árboles, arbustos y hierbas la colonizaron y le han dado otra fisonomía.
“Claudia Sheinbaum y yo hablamos de cómo ir cambiando la historia ambiental de nuestra capital, y descubrimos que casi todas las urbes han visto la naturaleza como una escenografía. Nos propusimos reconstruir las venas verdes al interior de la ciudad para conservar su mayor riqueza en biodiversidad, no sólo por su belleza, sino porque la gente necesita tener una relación con la naturaleza y comunicarse con otras formas de vida para su alimentación.
Reconstruir estas venas verdes, además de sembrar árboles, arbustos y plantas, permite la vida de los polinizadores que se dan de manera natural en la región, salvias silvestres que crecen solas, mirtos que sirven a insectos y aves para polinizar.
–¿Se trata de salvar la biodiversidad?
–Los polinizadores son el grupo más amenazado y nosotros dependemos de ellos en más de 80 por ciento, porque por ellos se dan frutos y flores que nos alimentan, y medicamentos que alivian nuestros males. El avance en vegetación logrado en los cinco años recientes es estupendo, porque hicimos 16 grandes parques en el oriente y otra parte en el norte, porque la ciudad creció dividida: en el poniente están las mejores áreas verdes, la mejor oferta de servicios educativos, recreativos, de salud, y el oriente ha sido olvidado durante muchos años.
Hemos transformado zonas como el parque Cuitláhuac, que era un tiradero de residuos en Iztapalapa, y lo convertimos en 150 hectáreas de árboles frondosos y plantas hermosas. Cambió la realidad de la gente que ahí vive. Ahora, la colonia Vicente Guerrero es un parque lineal de seis kilómetros de largo con muchísima vegetación, espacios de juego, corredores y senderos para enamorados. Antes era un polvorín de tierra suelta y un tiradero de basura. Lo mismo hicimos con el parque ecológico de Xochimilco.