Barcelona. Activistas climáticos han rociado pintura en aerosol sobre un superyate, han impedido que jets privados despeguen y han tapado hoyos en campos de golf este verano como parte de una creciente campaña contra los estilos de vida generadores de emisiones de los superricos.
El activismo en defensa del clima se ha intensificado en los últimos años mientras el planeta se calienta a niveles peligrosos, un fenómeno que ha desatado más calor extremo, inundaciones, tormentas e incendios en todo el mundo. Las estrategias se han radicalizado: algunos manifestantes han usado pegamento para quedar adheridos a caminos, han perturbado eventos deportivos de alto perfil en el golf y el tenis, e incluso han rociado pintura o sopa sobre obras de arte famosas.
Ahora están dirigiendo su atención a los multimillonarios, después de que durante mucho tiempo se habían enfocado en algunas de las compañías más rentables del mundo: conglomerados de petróleo y gas, bancos y aseguradoras que siguen invirtiendo en combustibles fósiles.
“No señalamos con el dedo a la gente, sino a su estilo de vida, la injusticia que representa”, declaró Karen Killeen, activista del movimiento Extinction Rebellion que participó en manifestaciones en la isla turística española de Ibiza, un sitio muy popular entre la gente acaudalada para pasar sus vacaciones. Dijo que el grupo protesta contra la emisión innecesaria de gases, como cuando individuos superricos usan sus lanchas para ir a recoger una pizza. “En una emergencia climática, eso es una atrocidad”, denunció.
Killeen y otros del grupo activista climático Futuro Vegetal rociaron pintura en aerosol sobre un superyate de 300 millones de dólares perteneciente a Nancy Walton Laurie, heredera de la corporación Walmart. Los manifestantes sostenían un letrero que rezaba: “Ustedes consumen, otros sufren”.
En Suiza, unos 100 activistas interrumpieron la Convención y Exposición Europea de Aviación Comercial en Ginebra, la mayor feria de ventas de jets privados de Europa, cuando se encadenaron a pasillos que permiten abordar los aviones y al acceso a la exposición. En Alemania, el grupo climático Letzte Generation (La Última Generación) roció pintura en aerosol sobre un jet privado en la isla turística de Sylt, en el Mar del Norte. En España, activistas taponaron hoyos en campos de golf para protestar por el elevado uso de agua en ese deporte durante épocas de mucho calor y sequía.
En Estados Unidos, Abigail Disney, la sobrina nieta de Walt Disney, fue arrestada en julio en el Aeropuerto del Poblado de East Hampton, Nueva York, junto con otros 13 manifestantes por impedir el ingreso y la salida de automóviles del estacionamiento. Fue la primera de hasta ocho acciones efectuadas en la exclusiva área de los Hamptons. Los activistas también bloquearon el ingreso a un campo de golf, perturbaron el evento de gala de un museo y se manifestaron frente a algunas viviendas de lujo.
“Las costumbres de lujo están contribuyendo en forma desproporcionada a la crisis del clima en este momento”, dijo Dana Fisher, socióloga de la Universidad Americana. De acuerdo con un informe de 2021 elaborado por el grupo sin fines de lucro Oxfam, si todas las emisiones que calientan el planeta fueran imputadas a las personas que las producen, el uno por ciento más rico será el responsable de aproximadamente el 16 por ciento de las emisiones para 2030. “Tiene mucho sentido que estos activistas están denunciando este comportamiento tóxico”.
Richard Wilk, antropólogo económico de la Universidad de Indiana, dijo que el transporte de lujo es “el verdadero culpable” de las emisiones de los superricos.
Publicó cálculos de las emisiones anuales de los mayores multimillonarios en 2021 y halló que un superyate, con tripulación permanente, helipuerto, submarinos y albercas, emite aproximadamente 7 mil 20 toneladas de dióxido de carbono al año, unas mil 500 veces más que el típico automóvil familiar. Y tan sólo las aeronaves privadas en Europa el año pasado generaron más de 3 millones de toneladas de contaminación con carbono, equivalentes al promedio anual de emisiones de dióxido de carbono de más de medio millón de habitantes de la Unión Europea, según el organismo sin fines de lucro Greenpeace.
Pero Michael Mann, climatólogo de la Universidad de Pensilvania, advirtió que el restarle atención a las compañías que producen combustibles fósiles, las cuales son responsables de cuando menos el 70 por ciento de las emisiones, para enfocar en los ricos podría “estar jugando a favor de la industria de combustibles fósiles y la ‘campaña de desvío’ que han utilizado para desviar la atención de las normativas, al hacer énfasis en las huellas de carbono individuales por encima de la huella mucho más grande de quienes contaminan”.
“La solución es hacer que todo el mundo utilice menos energía a base de carbono”, ya sean personas ricas o de menores ingresos, señaló. David Gitman, presidente del Monarch Air Group, proveedor de vuelos privados fletados en Florida, alentó a los activistas a pensar dos veces si es que están adoptando el enfoque adecuado.
“Si su activismo se enfoca en algún tipo de apoyo real a programas reales para lograr un cambio real, como el uso de combustible sostenible en la aviación, como las compensaciones al uso de carbono, creo que este tipo de activismo puede ayudar a lograr esos resultados”, dijo Gitman. “Ahora, si van a salir y a rociar pintura en aerosol sobre un jet privado en un aeropuerto de Europa, ¿eso va a lograr esos resultados? En mi opinión, no”.
Fisher, de la Universidad de Maryland, también se mostró escéptico de que ese activismo sea eficaz en lograr que los ricos modifiquen su comportamiento.
En algunos casos, los gobiernos han intervenido implementando normativas. Francia está tomando medidas enérgicas contra el uso de jets privados en recorridos cortos, y este año el Aeropuerto Schiphol de Holanda también anunció planes para prohibir que aviones privados lo utilicen.
Pero a medida que las protestas se incrementan, Fisher y Wilk dicen que de todas formas sí podrían inclinar la balanza para que haya una modificación en el comportamiento.
“La humillación pública es una de las formas más poderosas de controlar a la gente”, señaló Wilk. “Actúa de muchas formas distintas para avergonzar a personas, para hacerlas más conscientes de las consecuencias de sus acciones”.