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"Nuestros seres queridos nos hablan a través de los sueños"

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Paisajes de Memoria, el memorial de los desaparecidos de la guerra en Guatemala, se extiende a la sombra de los pinos y los encinos en lo alto de una colina, en las orillas de Comalapa. Foto 'La Jornada'
04 de septiembre de 2023 07:16

Paisajes de Memoria, el memorial de los desaparecidos de la guerra en Guatemala, se extiende a la sombra de los pinos y los encinos en lo alto de una colina, en las orillas de Comalapa. Rosalina Tuyuc, fundadora de la Coordinadora Nacional de Viudas (Conavigua) avanza sobre la juncia, murmura una oración, hace unas señas en el aire con su mano mientras se adentra en este espacio sagrado.

Camina hacia un semicírculo de piedras grandes. “Son los oídos de la tierra”, explica en voz muy bajita. De una bolsa saca manojos de romero y ruda y las siembra en torno a las piedras. La lideresa kaqchikel de 67 años, exdiputada, expresidenta del extinto Programa de Resarcimiento, es una pionera en la búsqueda de víctimas de desaparición forzada y una de las más prestigiosas defensoras de derechos humanos de su país.

Al fondo del memorial, un predio que desde 1980 fue parte del Destacamento Militar de San Juan Chimaltenango, uno de los varios sitios donde el ejército guatemalteco cometió crímenes de lesa humanidad, se levanta el Namajay, la Casa Grande, cubierta de hermosos murales. En su interior, los nombres de los desaparecidos de Comalapa que fueron identificados. En total, fueron cerca de cinco mil secuestrados en las aldeas y el casco urbano, que en la década de los ochenta tenía como máximo 12 mil habitantes. Sí, confirma Rosalina, esa es la cifra correcta. La calle que entra al pueblo y pasa frente al cementerio fue rebautizada como “Calle de los mártires inocentes” porque por ahí pasaban, apresados por los militares, y nunca regresaron.

A pocos metros, una primera fosa, cubierta de musgo. Es una de las 53 fosas que se abrieron en 2003, siete años después de que finalizado oficialmente el conflicto armado.

En un proceso lento y lacerante para las familias que se reunían alrededor de los especialistas del Equipo de Antropólogos Forenses (EAFG). Se exhumaron a lo largo de dos años 220 osamentas, mínima fracción de los mas de 6,041 nombres que se tenían reportados en ese momento como víctimas de desaparición forzada; los mas de 45 mil que documentaron en su momento los informes sobre los graves crímenes contra la población civil del Arzobispado y las Naciones Unidas; los mas de 60 mil de los que Conavigua ha rastreado en toda la geografía guatemalteca donde todavía hay familias que siguen guardando silencio. El convenio entre el gobierno, las víctimas y el equipo forense era de tres años, pero lo cancelaron un año antes.

Cuando terminaron las labores de inhumación en 2005 decidimos dejar tres fosas abiertas, para que las generaciones que nos sigan vean cómo fue esta historia –dice Rosalina--. Aquí encontraron 14 restos. Eran trece hombres y una joven. Los hombres estaban bocabajo; había restos de vendas en los ojos y ataduras en las manos, todos encima de ella, que habían colocado en una posición indigna. No la logramos identificar.

En esta otra fosa –baja una pendiente hasta la orilla de otro agujero-- encontraron a una familia con tres mujeres, abuela y dos nietas.Por el traje que vestían debían ser de San Martín Jilotepeque. A una niña le faltaba a cabecita. A otra sus dos pies. La tortura…

Y hacia allá arriba, en la fosa mas grande, los forenses encontraron sinnúmero de fragmentos de restos calcinados. Suponemos que ahí los incineraban”. Y mas arriba, una barda gris, cubierta con hojas de papel con las fotografías de centenares de desaparecidos. Ese lado del bosque todavía pertenece al ejército. Ahí el movimiento de víctimas no consiguió autorización para la búsqueda. “Nos dicen que allá podrían haber mas de mil restos. Pero ya nunca vamos a saber”.

Hace algunos años, estando Rosalina en la capital por las fechas de la Navidad, la gente del pueblo le llamó para avisarle que habían llegado 14 camiones, cargaron toda la noche y de madrugada se fueron, nadie sabe a donde. Llevaban toneladas de tierra, cascajo y restos humanos.

Un segundo holocausto

Paisajes de Memoria –un cementerio de muertos sin identificar—fue un sitio terrorífico. Hoy es un paraje armónico, donde se escucha el paso del viento por las copas se los árboles. Fue inaugurado el 10 Q´anil en el calendario maya (21 de junio de 2018) señalado como “semilla”.

Es el único memorial en el mundo dedicado exclusivamente a la desaparición forzada. Hay otros sitios de memoria en Rabinal, Plan de Sánchez, Nebaj, Cobán, dedicados a todas las víctimas, a las masacres, a todas las violencias. Porque lo que aquí sucedió fue un segundo holocausto”.

Hay fosas clandestinas en todo el país. “En donde hubo destacamentos militares, hay fosas; adentro de las parroquias, debajo de las escuelas que se construyeron después. Se han hecho exhumaciones en seis destacamentos, pero hay mucho qué hacer todavía. Nosotros no tenemos pisto (dinero) pero si el Estado se hiciera cargo se podría”.

Cuando se hicieron las excavaciones en terrenos comprados al ejército, luego de una larga batalla de Conavigua para lograr la aceptación del Ministerio Público, se recuperaron 220 restos. Fueron llevados al laboratorio del equipo forense que se formó bajo la tutela del reconocido precursor de esta rama de la medicina al servicio del esclarecimiento histórico y los derechos humanos, el inglés Clyde Snow.

Con los cruces de datos del banco genético, fueron identificadas 48 víctimas y no todas eran de Chimaltenango y sus alrededores. Varios de ellos parte de los ejecutados por militares y registrados en el caso del Diario Militar. Otros eran estudiantes de la Universidad de San Carlos.

Ellos nos hablan a través de los sueños”

Pasaron los años. “Los familiares que habían tenido esperanzas de encontrar ahí a sus seres queridos empezaron a tener sueños. En ellos los finados les pedían que los regresaran al bosque, que ya no querían estar en el laboratorio. Es que a nosotros nuestros familiares nos hablan por medio de los sueños”.

Entonces la población organizó un gran funeral para los muertos sin nombre. Empacados en cajas o pequeños ataúdes, acomodados en un gran camión de plataforma, iniciaron el camino de regreso de Guatemala a Comalapa. Ingresaron a su lugar de reposo entre nubes de incienso y flores. Y se le asignó un nicho a cada uno. “Mira, cuando son XX, están estas placas de la FAFG. Pero otros sí tienen nombres. Es cuando sus familias prefirieron dejarlos aquí porque ellos –les decían en los sueños—encontraron la paz”.

Rosalina no ha encontrado a Rolando Gómez Tzotz, su esposo. Ni a su padre Francisco Javier Tuyuc, que es una pérdida que todavía le sangra el corazón. Ni a su sobrino Juan Bautista, ni a su cuñada Estela.

Pareciera que la tierra los escondió. Pareciera que los militares sabían cual era la peor crueldad: hacernos sufrir eternamente”.

Ahora Rosalina se sienta. Frente a ella está el muro de la memoria, donde están inscritos los 6,041 nombres que busca la FAFG de todas las aldeas y las regiones del país. En medio de ellos, bajo otra placa, esta don Clyde, el precursor pero también el maestro de otros grandes equipos, como el de los antropólogos forenses argentinos.

Era un abuelo sabio –lo recuerda la lideresa—que nos ayudó a enfrentar todas nuestras dudas. Cuando empezamos esto, desde 1990, nos decía: la madre tierra sabe cuidar a sus hijos. Y cabal, en la primera excavación que hicimos encontramos a cuatro. Antes de morir nos dijo que él quería reposar aquí, entre nosotros. Entonces su familia trajo parte de sus cenizas”.

Y a un costado se mira un valle. A lo lejos el volcán de fuego que custodia Antigua. Y Atitlán. Se cree, dice Rosalina, que el pueblo del reino kaqchikel aquí se vino a asentar cuando cayó su gran capital, Iximché. Junto con los restos humanos que salieron durante las excavaciones también se encontraron vestigios de esa era anterior a la invasión de los conquistadores, lo que refuerza la idea de que este es un sitio sagrado.

El viento entre las ramas sigue su rumor eterno. Rosalina cuenta entonces cuando ella, como todas las demás mujeres a su alrededor, también se derrumbó. “Fue cuando terminaron las exhumaciones. Caí en una depresión profunda. Tuvieron que llevarme a tratar a Guatemala. Me salvó el acompañamiento psicosocial. Me sentía sobre todo culpable, porque cuando se llevaron a mi papá en realidad iban por mi. Yo era activa en el movimiento juvenil opuesto a la dictadura. Finalmente sané. Ahora sueño. Mi papá me dice: no te preocupes, a veces te veo pasar y me alegra que estés bien”.

Para ella, el trabajo no está terminado. “No sabemos cuando podremos cerrar esta búsqueda. Pero por lo pronto, sabemos que podemos venir aquí y sentir esta paz. Ellos son aire, viento, agua”.

 

 

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