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Adiós a Sixto Rodríguez

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El compositor estadunidense de origen mexicano falleció ayer a los 81 años. Tras dos discos que no tuvieron éxito, lo resucitó el cineasta sueco Malik Bendjelloul con el documental ‘Searching for Sugar Man’. Además de albañil, se graduó de filósofo y antropólogo, y escribió poesía a mares. Foto Ap
10 de agosto de 2023 08:54

El compositor estadunidense de origen mexicano Sixto Rodríguez falleció ayer a los 81 años, se anunció en su página oficial.

Ya había pasado a la historia varias veces, desde que sus únicos dos discos no tuvieron éxito comercial y todos lo dieron por muerto. Lo resucitó el cineasta sueco Malik Bendjelloul en el documental Searching for Sugar Man y, luego de un éxito histórico, Sixto regresó a su natal Detroit, con los suyos, para seguir ejerciendo su antiguo oficio de albañil.

Repartió sus ganancias entre sus hijas y sus amigos vagabundos que deambulan, como él gustaba hacer todas las noches, por las calles moribundas de Detroit.

Además de albañil, se graduó de filósofo y antropólogo y escribió poesía a mares.

Pasaba horas enteras con sus hijas en la biblioteca municipal. Muchas de sus hermosas composiciones son himnos para iniciados y, desde el éxito del documental, referente de varias generaciones.

Sixto Díaz Rodríguez recibió su nombre de pila por ser el sexto hijo de una familia de inmigrantes en la fiebre del automóvil de Detroit.

Su vida es una novela. Las siguientes son algunas de las versiones de las sextas veces de la muerte de Sixto Rodríguez.

Versión uno: Rodríguez en concierto. La multitud lo aclama. Canta en sus versos: Gracias por su tiempo/ ahora pueden agradecerme el mío. Al término de la última frase, saca una pistola de no sé dónde, apunta a la sien derecha y ¡pum!

Versión dos: en prisión, debido a razones que se desconocen, Rodríguez es encontrado muerto en la celda fría.

Versión tres: el concierto está en su punto más candente. El público delira. En medio del furor concertante, Rodríguez se baña en gasolina y se prende fuego frente a todos.

Todas las versiones fueron falsas, por supuesto.

Sixto comenzó su meteórica y fugaz carrera en un tugurio en los suburbios de Detroit, a la orilla del río de ese nombre. Tímido, el muchacho tocaba de espaldas al público, en medio de la penumbra.

Mike Tehodore y Dennnis Coffey, notables productores de discos, acuden una de esas noches llamados por el boca a boca y en una noche de bruma densa, neblina amortajada, se acercan al joven moreno, quien los cita en una esquina de Detroit, durante una de sus vagancias nocturnas.

De ahí nació su primer álbum. Su nombre apareció con errata: Rod Riguez, en 1967. De ese disco, titulado Cold Fact, solamente se vendieron cinco ejemplares y hubo un segundo y último álbum: Comming From Reality, del que no se vendió uno solo.

El beso más dulce es el que nunca tuve

Lo despidieron. Cosa que ya había anunciado en su segundo disco. Profetizó dos semanas antes de ser fulminado: Porque me despidieron dos semanas antes de Navidad / vino mi arcángel estonio / el beso más dulce que he recibido es el que nunca tuve.

Firmó sus discos como Jesús Rodríguez. Luego como Sixth Prince. El Sexto Príncipe. El Sexto Hijo. Sixto Díaz Rodríguez. El Sexto Día.

Cuando lo corrieron, Sixto dijo: no es posible derrotar a la realidad. Y regresó a su antiguo empleo: albañil.

Sus horas y horas en la biblioteca de Detroit le valieron licenciatura y posgrado en filosofía por la Wayne State University, donde se graduó de antropólogo e impartió clases también.

En aquella biblioteca, el albañil autodidacta tomó como maestro a William Shakespeare, lo cual resulta evidente en todas sus letras. Por ejemplo: “And you measure for wealth by the things you can hold/ And you measure for love by the sweet things you’re told/ ... / ‘Cos a monkey in silk is a monkey no less/ So measure for measure reflect on my said/ And when I won’t see you then measure is dead”.

En los varios documentales sobre Rodríguez, los testimonios van de este calibre: Me ha acompañado toda mi vida. Ha sido siempre mi guía y mi compañía.

En sus conciertos lo vimos feliz, como lo fue en su vida sencilla y cotidiana. Usaba en escena un chaleco negro de cuero que dejaba ver su cuerpo rudo, atlético, de albañil, y las marcas en la cara, como signos de vidas anteriores. Y su sonrisa de monje budista. Su bonhomía y candor de indígena mexicano. Su entrañable timidez.

Rodríguez hizo el bien a todos, a quienes lo conocieron y a quienes lo seguimos en sus dos únicos discos y en su ejemplo de una vida sencilla y sabia. Lo suyo era la defensa de las causas sociales y el bienestar de los demás. Era un Gandhi con guitarra.

Muerto para el establishment, difunto para la voraz industria del espectáculo, sus canciones animaron, sin embargo, las luchas en la revolución contra el apartheid en Sudáfrica. Muerto, bien muerto. Tanto, que cuando reapareció precisamente en Sudáfrica para una gira de conciertos, un reportero se acercó a una de sus hijas para preguntarle, aquí entre nos: neta, ¿este Rodríguez es el verdadero Rodríguez?

Rodríguez, Roudriiguezz, Rod Riguez. El Arcángel Rodríguez ahora sí está muerto, bien muerto y nosotros estamos bañados en lágrimas de profunda tristeza.

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