Las mujeres trans son poco más de la mitad de las trabajadoras sexuales en la Ciudad de México. Ellas experimentan discriminación y violencia, incluso en mayor medida que sus compañeras mujeres biológicas
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Sandra Montiel Díaz, originaria de Xalapa, Veracruz, es una trabajadora sexual trans; desempeña esta labor desde hace 26 años, y cuenta a La Jornada que hace poco más de dos décadas un cliente le arrojó ácido y le provocó quemaduras de tercer y cuarto grados
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Desde entonces se ha sometido a diversos procedimientos quirúrgicos y cosméticos para borrar las huellas que dejó ese fuerte
episodio, y poder seguir en su labor.
De acuerdo con la segunda Encuesta de Trabajo Sexual, Derechos y No Discriminación (2022), del Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (Copred), 64.1 por ciento de las trabajadoras sexuales que laboran en la calle viven violencia y discriminación, pero en el caso de las mujeres trans el porcentaje sube a 76.9. Quienes más las agreden son los clientes (69.2 por ciento).
Ese fue el caso de Sandra, quien pertenece al colectivo Esquina Libre y considera que fue violentada por su condición de mujer trans. “Tuve una experiencia muy fuerte, porque fui atacada con ácido; el 23 de octubre se cumplen 22 años. Tuve quemaduras en 70 por ciento de mi cuerpo. Un joven se me acercó, me preguntó cuánto le cobraba, empezamos a hacer el trato, y sacó de su chamarra cazadora un frasco y me lo arrojó a la cara. Afortunadamente alcancé a taparme los ojos con mi brazo derecho.
He tenido muchas cirugías reconstructivas en la mitad de mi cara y cuerpo y con tratamientos cosmetológicos para poder verme lo mejor posible, y estar más a gusto conmigo misma. Aún así, sigo ejerciendo el trabajo sexual, y creo que lo que ocurrió me hizo una mejor persona.
Tras lo vivido es solidaria con sus compañeras que han sido afectadas por los modelantes o biopolímeros
y las apoya. Añade que estos temas de salud también hay respaldo de Elvira Madrid, presidenta de la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer.
Cuando me pasó lo del ácido nadie me ayudó. Las cirugías me las pagué con mi trabajo, y sigo ahorrando para mis tratamientos
apunta, y agrega: “estoy, junto con la saxofonista María Elena Ríos, impulsando la ley Malena, para que quienes cometen estos aberrantes ataques sean castigados con una sentencia justa; que no sólo se tipifique como agresiones, sino como intento de femincidio”.
Vestida con una blusa azul de manga larga de cuello semialto, pantalones en el mismo tono y con el cabello liso y con fleco, que cubre parte de su rostro, dice que a sus 45 años cree que ya no le quedan muchos años más en la actividad.
Respecto a ello esgrime un potente argumento que la hace reír: ¡No es lo mismo putear a los 20, que a los 40!
Por eso tiene planeado volver a Xalapa en unos cinco años. Allí desplegará otras destrezas que ha aprendido, como cosmetología.
Su vida no ha sido fácil, trabajó desde niña en locales de comida, y siempre me explotaban; trabajaba 10 o 12 horas por el sueldo mínimo, por eso a los 19 años me vine a la CDMX al trabajo sexual
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