La centuria pasada representó la consolidación de las imágenes emblemáticas de la tradición mexicana, entre ellas la del jarocho, el norteño y el yucateco, según el historiador Ricardo Pérez Montfort, quien en su libro más reciente, Intervalos: Ambientes y música popular durante el inquieto siglo XX mexicano, se adentra al análisis y la reflexión de ese fenómeno.
Las tradiciones mexicanas, como la mayor parte de las tradiciones, se toman de expresiones culturales locales, regionales, pero también se inventan, y aquí en México es increíble la cantidad de invenciones de tradiciones que tenemos. Las he tratado de perseguir, por ejemplo, la Guelaguetza, que se piensa antiquísima y realmente es un producto de los años 20 del siglo XX
, explica el investigador y catedrático universitario.
Las tradiciones regionales, me atrevería a decir, se van consolidando en el siglo XX, porque hacen las veces de justificación política. Se les utiliza para identificar y reconocer los valores regionales. Muchas veces quien los reconoce y los identifica, como suele suceder en una cultura tan centralizada como la mexicana, es la Ciudad de México, desde donde se dicta o se dice lo que se requiere para ser norteño, yucateco o jarocho. En el siglo XX se consolidan estas imágenes de la tradición mexicana.
En el libro Intervalos..., publicado por el Fondo de Cultura Económica (FCE), Pérez Montfort se vale de la música popular como objeto de estudio; es decir, como materia de análisis de los espacios, los temas, las problemáticas que la música ha mostrado a lo largo de su desarrollo en el siglo XX, por lo menos.
Aunque no es solamente una historia de la música, también lo es de la cultura, de la política, de los contextos en los que se da, y todo eso también forma parte del quehacer musical
, explica el autor, y agrega que un fenómeno que ha llamado mucho su atención es la poca presencia de la música popular en las historias de la cultura mexicana.
Por lo general, la música de la que se habla es de la académica; muy pocos historiadores o analistas de la cultura mexicana del siglo XX han recurrido a la música popular. Puedo destacar a Carlos Monsiváis o a la musicóloga Irene Vázquez Valle, pero son pocos los análisis de las historias de la música popular en este país, a diferencia de otros países latinoamericanos o del resto del mundo.
En entrevista, destaca que la música popular está muy asociada en México con los discursos regionalistas, pero también con la mercantilización de los fenómenos culturales: “Los medios de comunicación en este país se han mantenido ligados a la iniciativa privada, particularmente a algunas familias, como la Azcárraga; entonces, ellos han influido enormemente en cómo se ha mercantilizado la música popular.
Es importante entender que además se ha popularizado de forma especial. La radio ha tenido mucho que ver en el asunto, el cine no se diga, la industria fonográfica, todo eso ha tenido enorme influencia en el desarrollo de la música popular.
–Señala en el libro que la historia del siglo XX mexicano se ha escrito en clave de re.
–Debo reconocer que en el fondo no es una idea original mía; la tomé de unos análisis de la historia de México de los años 20 y 30 en los que constantemente se hace referencia a revolución, reforma, reivindicación popular... Ahí me aparece este re
con enorme fuerza; agrego que es en re mayor, porque está asociado a una reivindicación que hace el Estado; o sea, que hace el régimen revolucionario que apuntala en buena medida el nacionalismo mexicano en sus expresiones populares.
Entonces, el nacionalismo posrevolucionario está sustentado en las expresiones populares, tanto en las artesanías como en la música, las fiestas, los bailes, la comida popular, etcétera. Plantearlo así era llamar un poco hacia la música; o sea, que estuviese afinado en re y en re mayor, que además es una tonalidad muy amable.
–¿Dónde estamos parados hoy? ¿En verdad los mexicanos somos lo que se nos dice?
–Estamos en una especie de revival, de reivindicar los espacios populares, pero lo que entendemos por ellos, que no necesariamente son los populares. Entonces, también depende de la interpretación que uno dé.
“Se nos ha dicho que somos de determinada forma; se han escrito libros con imágenes muy sesudas, como los ensayos sobre la vida y el hombre en México, de los años 30, hasta El laberinto de la soledad, y todas esas reflexiones sobre la mexicanidad. Y, bueno, uno se pregunta: ¿de veras somos así? ¿De veras somos como dicen Octavio Paz o Samuel Ramos?
No estoy tan seguro de que sea así, tampoco estoy de lo que dice el Presidente que somos. Esa es parte de una duda metodológica que estimula mucho estos trabajos.