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Seis años con el general Francisco Villa

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Francisco Villa con su estado mayor en Ciudad Juárez, en mayo de 1911. Foto Biblioteca del Congreso de Estados Unidos
19 de julio de 2023 07:21

Ciudad de México. José María Jaurrieta nació en la ciudad de Chihuahua el jueves 31 de octubre de 1895. Hijo de Julio Jaurrieta, de 26 años, y Guadalupe Enríquez, de 22 años, ambos originarios de la ciudad de Chihuahua, con domicilio en la calle Tercera número 345. Fue nieto por línea paterna de José María Jaurrieta y Guadalupe Salaices.

En los primeros 15 años después de su retorno a Chihuahua, José María Jaurrieta Rincón ocupó varios cargos públicos, incluso el de gobernador durante tres semanas. Fue director del Instituto Científico y Literario, redactor del Periódico Oficial y más tarde colaborador del periódico de oposición El Radical y de otros periódicos en los que dejó una vasta obra poética. El gran liberal, abuelo de José María Jaurrieta Enríquez, falleció en Chihuahua el 7 de marzo de 1883. Diez años antes de morir escribió un testimonio muy interesante que publicó en varias entregas para el periódico La República, se trata de una crónica del viaje en diligencia que hizo de Chihuahua a México en 1873. Se puede creer que el nieto heredó la habilidad narrativa, pero sus memorias las escribió para dejar testimonio de su amor por el pueblo, así como del enorme respeto y admiración por el general Villa, tal como él mismo lo expresa en las últimas líneas de su obra:

“Aquí termina este humilde trabajo con la seguridad de que sus páginas, carentes de frases recortadas y palabras bellas, llevan la verdad histórica de los trágicos acontecimientos que presencié en aquella cruenta y despiadada lucha contra Carranza. Todavía en la actualidad, con cierto gesto de asombro, mucha gente me pregunta:

“–¿Anduvo usted con Villa?

“–Sí anduve –ha sido y seguirá siendo, mientras exista, la respuesta.

¿Y por qué no decirlo? Anduve con la figura militar más grande de la Revolución Mexicana.

En 1916, José María Jaurrieta, joven chihuahuense de 20 años, abandonó el Colegio Militar de Chapultepec. No se supo la causa de tal decisión, pero él mismo escribió que se había dirigido a Ciudad Juárez para inscribirse en la Escuela de Agricultura Hermanos Escobar. Era el mes de abril cuando llegó a esa ciudad, convertida en el lugar de tránsito de cientos de personas originarias de todo el país que habían decidido emigrar a Estados Unidos. Días antes, la Expedición Punitiva del Ejército estadunidense había cruzado la línea fronteriza con el propósito de capturar vivo o muerto a Francisco Villa por la invasión a Columbus el 9 de marzo de ese año. Los habitantes de la ciudad estaban muy indignados y a la vez alarmados; en todas partes se hablaba de la guerra. Ese fue el ambiente que encontró el joven Jaurrieta, quien sin pensarlo empezó a buscar el lugar que le correspondía como patriota frente a la invasión extranjera. Se olvidó de la escuela y se inscribió como voluntario en las Defensas Nacionales, que se estaban preparando para combatir a los estadunidenses.

Después de dos meses de espera, se convenció de que todo se reducía a una simulación del régimen carrancista que aprovechaba la coyuntura para deshacerse de sus enemigos villistas en el norte y zapatistas en el sur. De cualquier manera, se sostuvo en la intención de buscar alguna vía para defender la patria. Abandonó la ciudad con un grupo que pensaba como él, y después de muchas jornadas lograron establecer contacto con el general Villa en la sierra de Huérachic; era el mes de septiembre de 1916. El general los recibió con extrema desconfianza, tanto que estuvo a punto de fusilarlos. Ellos le explicaron que sólo querían defender la patria contra los estadunidenses de la Punitiva. Al fin se convenció Villa de que no eran espías carrancistas, los repartió entre sus tropas y a Jaurrieta lo tomó como su secretario. A partir de ese mes, hasta bien avanzado 1920, el joven Jaurrieta se convirtió en uno de los compañeros más cercanos y de más confianza del general.

“Llegué a su lado cuando todas las comodidades de la campaña habían terminado: los carros pullman habían sido abandonados al enemigo; las vastas proveedurías habían cerrado sus puertas, y las pagadurías, sus libros por la falta de numerario. Llegué, sí, en el momento de escalar la montaña en busca de un refugio seguro donde pasar la noche invernal, cobijados únicamente por los pliegues de una bandera derrotada, pero muy querida, porque simbolizaba, en el norte, con Villa; y en el sur, con Zapata: el hambre de la República Mexicana.

No es alarde de mi parte hacer la anterior aclaración, pero sí pone de relieve la forma en que conocí y traté al jefe. A la vera de una fogata, compartiendo con él, en miles de ocasiones, el pedazo de tortilla acompañado de la carne revolcada en las cenizas. Eso sí, muy lejos de esa maldita camarilla de aduladores que invariablemente envuelven a los caudillos triunfantes. En esos días éramos muy pocos los que jugamos un papel humilde, pero honroso, sin llevar como ambición siquiera, el espejismo de una esperanza para el futuro.

En 1935 la empresa informativa de la Ciudad de México El Instante publicó el libro testimonial Seis años con el general Francisco Villa. En la parte superior del título aparece resaltado el nombre del autor José María Jaurrieta y, abajo de éste, con letra más pequeña, Superviviente de los ayudantes de campo del guerrillero. En la contraportada se usó el dibujo del general Villa cabalgando.

El testimonio se inicia precisamente en 1916, cuando Jaurrieta llega a Ciudad Juárez, y concluye en los primeros días de agosto de 1920, cuando se llevó a cabo en Tlahualilo el licenciamiento y pago de las tropas villistas, después del armisticio pactado entre el general Villa y el presidente Adolfo de la Huerta.

Más que una serie de recuerdos, esta obra es un fiel testimonio de todo lo que el soldado villista vivió en esos años. En ninguna de las partes escribe lo que le contaron, o lo que él se imaginaba. Página por página, con una muy buena prosa narrativa, se van siguiendo cronológicamente los acontecimientos que vivió, unas veces como testigo circunstancial y otras como secretario del general, cumpliendo delicadas misiones, como correo, como negociador o representante. Es de hacer notar que a Jaurrieta no le tocaron los momentos gloriosos del villismo, aunque sí los hubo, sobre todo en la campaña de 1917.

Las derrotas del Bajío, Agua Prieta y otras menores en el estado de Sonora representaron el aniquilamiento de la poderosa División del Norte. En las últimas semanas de 1915, el general Villa intentó salir del país para reunirse en La Habana con su esposa Luz Corral; los carrancistas no aceptaron otorgarle la salida, obligándolo a seguir combatiendo. Al iniciarse 1916, con algunos cientos de fieles soldados, se lanzó a la lucha de guerrillas como en los primeros tiempos. Al año siguiente logró formar un ejército de 5 mil soldados, pero los carrancistas eran decenas de miles y estaban en todo el territorio nacional.

No obstante las desiguales condiciones en que tuvieron que combatir los villistas en esos cinco años, entre derrotas y tragedias, también dejaron grandes proezas, y esa fue la etapa que le tocó vivir a Jaurrieta como ayudante de campo del guerrillero. Sólo él estuvo haciendo el registro de los grandes sucesos, como fueron las tomas de plaza en Durango, Torreón, Chihuahua y los fracasos en otros lugares, que fueron muchos y muy dolorosos, y que describió sin apasionamiento ni consideraciones subjetivas; pero además, Jaurrieta como testigo cercano dejó muchas anécdotas en las que nos acerca a Villa, el hombre, el ser humano, con sus virtudes, con su nobleza, y también con sus arrebatos de furia; por eso, por la objetividad desapasionada, su obra es tan importante para la historiografía de la Revolución y particularmente para la historia del villismo.

Dividiendo en dos segmentos la trayectoria militar del general Villa, en el primero, entre finales de 1910 y la medianía de 1915, encontramos una continuidad triunfante; en el segundo segmento, de 1916 a 1920, tenemos a un Villa con altibajos, momentos triunfantes en los que consigue atraer a miles de soldados, pero que no logra continuidad porque las tropas carrancistas poseen todos los recursos y se recuperan muy pronto, mientras el general Villa cada vez tiene más problemas para conseguir armas y parque. Estos son los años que Jaurrieta pasa a su lado; él es nuestro informante principal, el único que estuvo ahí para registrar y escribir cómo fue la mitad de la vida militar del gran revolucionario. Su obra es la fuente principal para estudiar estos años.

Se tiene que destacar que en este testimonio también quedaron registrados con detalle los momentos finales del general Felipe Ángeles (1818-1819) y su relación con el general Villa, desde que cruza la frontera hasta el momento en que decide separarse, pese a las condiciones totalmente adversas que finalmente lo conducen a la muerte.

Atento a las posiciones del general Ángeles y a las reconvenciones de Villa, Jaurrieta nos hace saber cómo fue la compleja relación entre los dos personajes cuando discutían y se contrariaban, pero también nos hace partícipes de momentos plenos de amistad y lealtad en los que se recordaban los tiempos gloriosos alrededor de una fogata, algunas veces acompañados de anécdotas que sólo ellos conocían y que celebraban gozosos los soldados que los acompañaban.

* Fragmentos del prólogo del libro Seis años con el general Francisco Villa, publicado por el FCE para conmemorar el centenario luctuoso del Centauro del Norte

 
 

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