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Galardonado con el National Book Award, completan su trilogía En la frontera. Trilogía de la frontera 2 (1994) y Ciudades de la llanura. Trilogía de la frontera 3 (1998). También escribió No es país para viejos (2005), origen de la película homónima dirigida por Ethan y Joel Cohen, así como La carretera (2006) –su obra maestra–, que fue galardonada con el Premio Pulitzer 2007.
El Sunset Limited (2006) es otro de sus grandes títulos. En 2022 fueron publicados en un solo volumen El pasajero y Stella Maris (2022). En este ejercicio de ficción rendimos homenaje al creador de paisajes aterradores y estilísticamente sublimes.
Cormac McCarthy, genio de la literatura estadunidense, pasó la mayor parte de su infancia cerca de Knoxville, Tennessee, donde se ambientan sus primeras novelas. Cautivó a la crítica internacional con El guardián del vergel (1965), que ganó el premio Faulkner a la Primera Novela. Más tarde publicó La oscuridad exterior (1968), Hijo de Dios (1973) y Suttree (1979), que “se desarrollan en un sur gótico y violento y han sido comparadas con la obra de William Faulkner y Flannery O’Connor.” En 1981, McCarthy recibió el Premio MacArthur Fellowship, el Genius Grant y después escribió Meridiano de sangre (1985). Publicó Todos los hermosos caballos. Trilogía de la frontera 1 (1992), primer volumen de la secuencia que fue celebrada por la crítica y los lectores. Fue galardonado con el National Book Award. Perfeccionan la trilogía En la frontera. Trilogía de la frontera 2 (1994) y Ciudades de la llanura. Trilogía de la frontera 3 (1998). También escribió No es país para viejos (2005) y La carretera (2006) –su obra maestra–, que fue galardonada con el premio Pulitzer 2007. El Sunset Limited (2006) es otro de sus exquisitos volúmenes. Es autor de El consejero (2013) –pieza cinematográfica– y de El pasajero/Stella Maris (2022) –libros publicados en español en un solo volumen. Casi todos los títulos referidos han sido publicados en español por Penguin Random House.
“Con la muerte del autor de Meridiano de sangre desaparece uno de los últimos representantes de la extraordinaria generación de creadores nacidos en los años treinta, que incluyó a Sylvia Plath, Susan Sontag, Joan Didion o Philip Roth”, escribió Eduardo Lago, experto en el trabajo del escritor.
Toallitas húmedas
Bunny Truman, periodista de The Paris Review, fabricó una extraordinaria entrevista con Cormac McCarthy en 2014, que refleja ciertos aspectos de la personalidad del escritor. Sostiene que la pieza es ficticia y pretende ser puramente una parodia. No tiene la intención de comunicar ninguna información verdadera o fáctica y es sólo para fines de entretenimiento. Su conocimiento del autor convierte a la falsa conversación en material que fácilmente pudo expresar McCarthy:
–¿A qué hora del día escribe?
–Me levanto a las seis y trabajo toda la mañana, todas las mañanas, los siete días de la semana. El sol tiene una verdad triste antes del mediodía. Las palabras vienen espontáneamente. A primera hora de la tarde tengo que dejar de fumar.
–¿Cree que la intensidad del material hace que sea difícil continuar más allá de cierto punto?
–No, no es eso. Me entretengo la mayoría de las noches. Por la tarde te pones la máscara de barro de tu ser. Y luego llegan los invitados y eres una novedad. Es la promesa tácita del anochecer. Toma tiempo. Tiempo que te caza, tiempo que es calamidad.
–Esas son cenas.
–Barbacoas, principalmente. Y eso es parte de ello. Llamando a los perros, todos los miembros y tendones, los patrones vermiculares que tejen en el pasto quemado. El destello de la parrilla en la elipse de fuego del sol, su totalidad mientras se inclina hacia el horizonte inflexible con guiones. Me gusta remojar el mezquite durante al menos media hora. Luego está el adobo para la pechuga, o el adobo seco, la imposición de manos. Una réplica de la violencia primitiva. En la punta de tus dedos el daño de generaciones, el deseo de hacer lo correcto, el fracaso al limpiar. Materia prima: chile ancho, chipotles secos, páprika y sal, planta y roca pulverizada, la triste especia y el desmoronamiento de la corteza roja de la tierra. Pongo la carne en una bolsa de plástico durante dos horas antes de que lleguen mis invitados.
–¿Sus invitados son otros escritores?
–La carne implica hablar. Murmura. Nos paramos y observamos la conflagración del carbón. El laberinto de llamas, la salsa y la ensalada. En las brasas encendidas del mezquite, la vieja madera muerta, ves el aguijón incipiente de la impiedad. El ahumadero y el humo y el ardor en los ojos con que enfebrecerlo.
–¿Diría que estas reuniones tienen un efecto profundo en su escritura?
–Son mi escritura.
–¿Qué consejo le daría, entonces, a los aspirantes a escritores, especialmente a aquellos, y ya hay muchos, que no toman su influencia a la ligera?
–Toallitas. Toallitas húmedas.
Resulta una ficción extraordinaria que parece salida del universo literario de Cormac McCarthy.
Brasas encendidas
Yo continúo la ficción iniciada por Bunny Truman. Asistí a una cena organizada por McCarthy. Logré conversar con él. Un golpe de suerte. No daba entrevistas, pero quiso conversar conmigo sobre su magnífica obra.
–En su obra maestra, La carretera, se refiere a la memoria y al olvido.
–Quizá deberías pensar más en ambas nociones. Escribí en La carretera: “Algunas cosas las olvidas, ¿no?/ Sí. Olvidas lo que quieres recordar y recuerdas lo que quieres olvidar.” La frase es una daga.
Procuré que el libro completo lo fuera. Una daga, nada más. Es sobre el vínculo entre un padre y un hijo en un mundo destruido. Sólo una daga puede cortar al autor, a los personajes y al lector.
–¿Piensa en su posible lector cuando escribe?
–Claro. Pienso en las incisiones en el ser del lector. Sólo eso me interesa cuando escribo. Continué: “Volvió al bosque y se arrodilló al lado de su padre. Estaba envuelto en una manta como el hombre le había prometido y el chico no lo destapó sino que se sentó a su lado y ahora estaba llorando pero no podía parar. Lloró mucho rato. Te hablaré todos los días, susurró. Y no me olvidaré. Pase lo que pase. Luego se levantó y dio media vuelta y regresó a la carretera.” Se trata del llanto desgarrador y del regreso al camino sinuoso. Resulta hostil, a veces, lo que le ocurre a mis personajes. Otro lector hispanoparlante como tú, Eduardo Lago –conocedor absoluto de mi obra–, lo definió de manera perfecta: La carretera añade matices sutiles a la visión postapocalíptica que tengo de la existencia humana. En la radiografía que hago del alma humana –según el crítico español– hay un punto de fuga que se abre hacia la posibilidad del bien. No sé si existe la posibilidad del bien. Lo indica la era de la información.
–¿Hay esperanza en su imaginario?
–Sólo de manera aparente. Todo está y estará destruido. Siempre.
–La carretera transcurre en la enormidad de Estados Unidos, un paisaje obliterado por un posible holocausto nuclear.
–De acuerdo. Es un espacio en el que llueve ceniza, el hambre rige el universo que detona el canibalismo y la barbarie es la base de todo. El amor de un padre por su hijo es el único guiño de esperanza. Es una despedida de la civilización.
–Usted es considerado un “eremita de la narrativa.” ¿Qué le parece el apelativo de la crítica?
–No me importa la crítica. Otro gran conocedor español de mi obra, Javier Marías, dijo que yo merezco el Premio Nobel de Literatura. No me interesa la Academia Sueca. Me conciernen las llagas en el lector. También le otorgo peso a mis propias heridas. Si no fuese así, no crearía literatura. En La carretera también escribí: “Decía que los sueños correctos para un hombre en peligro eran sueños de peligro y que lo demás era sólo la llamada de la languidez y de la muerte. Dormía poco y dormía mal.” Sin el fatalismo, el libro no existiría. Lo reitero: “la muerte está aquí. No hay otra cosa de qué hablar.” Extenuados, los personajes vieron que junto a la carretera había un rótulo que advertía de la muerte.
–Lo recuerdo bien. Asimismo escribió: “Cuando estás vivo siempre tienes la muerte ahí delante.”
–Así es. “Cuando todos hayamos desaparecido entonces al menos no quedará nadie aquí salvo la muerte y sus días también estarán contados.” Tienes que ser consciente de la posibilidad de una muerte inminente. “La muerte no es ningún amante”, colegí. Recuerda: “aún podían quedar barcos de la muerte, flotando a la deriva con sus lánguidas velas hechas harapos. O acaso vida en las profundidades. Grandes calamares propulsándose por el lecho marino en la fría oscuridad.” Resulta un espacio ideal. Recurrí al absurdo: pensé en una playa hasta donde alcanzaba la vista como una isoclina de muerte. Un gigantesco sepulcro de sal. Es nuestro admirable destino.
Soñaré perennemente con esta conversación imaginaria sobre su obra maestra hasta que todo quede devastado. Es el hermoso y triste legado de Cormac McCarthy.
* * *
Stella Maris (fragmento)
Cormac McCarthy
Presentamos un fragmento de Stella Maris (2022), el último libro de Cormac McCarthy. Como sucede en el grueso de su imponente obra, la desolación caracteriza las siguientes líneas y la tristeza lo rodea todo, como en las tierras devastadas a las que se refirió en otros libros.
Té English Breakfast.
No pareces muy convencida.
No pasa nada.
Lo único que hay es leche en polvo.
Tranquilo.
¿A tu amigo Leonard lo ves muy a menudo?
Charlamos. Me dijo que había ido usted a verle.
Así es.
¿Y qué averiguó?
Respecto a ti, quieres decir.
Me da igual. Hablo con Leonard porque es divertido. E inteligente. Va de Navane.
Yo no sé qué medicación está tomando.
Es un navanita. Nos reímos casi de las mismas cosas. Aunque no siempre por la misma razón.
¿Te parece estable?
¿Leonard? Estable como un establo.
¿Cómo fue que lo ingresaron?
Prendió fuego a la casa de sus padres y escapó. Cuando lo encontraron en el bosque no se le ocurría qué decir y empezó a largar chorrada tras chorrada.
A ti no te parece que le pase nada.
A mí me parece que le pasa mucho.
Se fugó de aquí hace cosa de un año. Creo que estuvo fuera tres días.
Sí. Bien. Él entiende que si intentas fugarte de Loquilandia es que no debes de estar loco. Parece ser que la semana pasada provocó una especie de altercado. Bueno. Quizá no sea la palabra.
¿Cuál fue el motivo?
No paraba de quejarse de todo hasta que los otros se encararon con él y le preguntaron que qué era lo que quería. Leonard se quedó un poco cortado y después de pensarlo les dijo que él sólo quería ser feliz. Al oírlo se metieron todos con él otra vez, en plan No no no, Leonard. Objetivos realistas.
¿Tiene tendencias suicidas?
¿Leonard?
Sí.
Pues claro. Vaya. No debería haberlo dicho. A veces olvido que usted juega en el otro equipo.
¿El otro equipo?
Sí.
Vale. ¿Dónde estábamos?
Creo que la cosa iba sobre mis reglas. Sobre dónde se habrían metido.
¿Piensas en el sexo?
Sí. ¿Usted no?
Bueno, digamos que tengo mi propio historial en lo que respecta a ese tema. Pasa que a veces me olvido de que estoy hablando con alguien para quien lo imaginario ocupa un lugar especial. ¿Rumanía fue perdiendo su atractivo conforme se hacía más real?
No lo sé. Quizá sí. Es muy posible que lo imaginario sea siempre mejor. Como un óleo de un paisaje idílico. El lugar en que uno más desearía estar. Y donde nunca estará.
No acabo de entender lo que dices.
Yo tampoco.
Eso no es propio de ti.
Ya lo sé.
¿Estás hablando de la muerte?
No. Estoy hablando del problema de tener acceso al mundo que uno más anhela.
¿Quieres un poco más de agua caliente?
No. Gracias. Creo que era simplemente: ¿Ésa podrías ser tú?
¿En el cuadro?
Sí.
¿Te refieres a cómo es posible que fueras tú? ¿O cómo podrías hacer que fueras tú?
A lo primero. Creo.
¿Un poco como el asesino que se ve en el espejo blandiendo un hacha?
No lo sé. Quizá. Quizá como la manifestación de un gesto cuyo significado no está claro. Pero que al expandirse por el mundo borra un millar de historias paralelas.
Aquí me he perdido.
No tiene importancia. Cuando me marché de Italia pensé en ir a Rumanía. Pero no fui. No quería que me enterraran en Wartburg. Sobre todo no quería que nadie se enterara.
De que habías muerto.
Sí.
Pero no lo hiciste.
Morir.
No. Ir a Rumanía.
No fui. No.
Está bien. ¿El plan iba en serio o no demasiado?
Muy en serio. Lo llamé Plan Isferio.
¿Por qué ese nombre?
Porque sí. El subtítulo era Plan Teamiento.
¿El planteamiento era el viaje?
No, era yo. Pensaba ir a Rumanía y una vez allí buscar una ciudad pequeña y comprarme ropa de segunda mano en el mercadillo. Zapatos. Una manta. Quemaría todo cuanto tenía. Incluido el pasaporte. Quizá tiraría mi ropa a la basura. Cambiaría el dinero en la calle. Luego me iría a pie a las montañas. Evitando las carreteras. Sin correr riesgos. Campo a través por las tierras ancestrales. A lo mejor de noche. Allí hay osos y lobos. Lo leí. Podría encender una pequeña fogata. Encontrar quizá una cueva. Un arroyo. Llevaría una cantimplora para cuando llegara el momento de que estuviera demasiado débil para moverme. Al cabo de unos días el agua sabría de maravilla. Sabría como a música. Por la noche me envolvería en mi manta y vería cómo los huesos se dibujaban bajo mi piel y rezaría para poder ver la verdad del mundo antes de morir. Algunas noches los animales se acercarían al fuego y deambularían en torno al círculo de luz y sus sombras se moverían entre los árboles y yo comprendería que cuando del último fuego no hubiera más que cenizas los animales vendrían a llevárseme y yo sería su eucaristía. Y mi vida sería eso. Y yo sería feliz.
Creo que se nos ha acabado el tiempo.
Ya. Cójame la mano.
¿Que te coja la mano?
Sí. Hágalo.
Bien. ¿Por qué?
Porque es lo que hacen las personas cuando están esperando el final de algo.
Fuente: Cormac McCarthy, El pasajero/Stella Maris, traducción de Luis Murillo Fort, Penguin Random House, Barcelona, 2022.