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Adolfo Gilly: razonar con lucidez, obrar con justicia / Santiago Aguirre*

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El escritor Adolfo Gilly en entrevista para ‘La Jornada’, el 18 de abril del 2002. Foto Marco Peláez
06 de julio de 2023 07:37
Corresponderá a los biógrafos de Adolfo Gilly reconstruir su intenso periplo vital; a la academia, ponderar sus aportes a la historiografía nacional, y a sus compañeros y seres queridos, hablar de los rasgos de su extraordinaria personalidad.

A las organizaciones civiles nos compete una labor más modesta: dar testimonio de la solidaridad de Adolfo Gilly con algunas de las más relevantes luchas de derechos humanos de la historia reciente.

En el caso del Centro Prodh, ese deber de memoria nos obliga a recordar su presencia constante en los procesos de San Salvador Atenco, estado de México, o Ayotzinapa, Guerrero, en los que constatamos directamente su preocupación por las causas de las víctimas.

Convocado por Miguel Álvarez, de Serapaz, Gilly acompañó estos procesos, aportando lucidez en el análisis y movilizando siempre con generosidad el peso de su nombre y su trayectoria en acciones concretas de apoyo.

En múltiples reuniones alrededor de estos procesos, Gilly compartía su palabra con respeto, como un compañero más. Su indignación ante la injusticia era profunda y emocional, como lo vimos en la ocasión en que en una reunión de las familias de Ayotzinapa con los fríos funcionarios del peñanietismo en el viejo edificio de la Procuraduría General de la República, alzó la voz cuando un burócrata intentó interrumpir a uno de los padres para gritar enérgico: ¡Déjelo hablar!

Pero Gilly también compartía su palabra con la serenidad propia de su inagotable bagaje humanístico. Por ejemplo, si quería insistir en la necesidad de que las organizaciones perseveráramos en vigilar estrechamente al poder, acudía a Cervantes y nos recordaba la historia del joven Andrés, a quien el Quijote salva momentáneamente de la golpiza que le propina su amo, sólo para que éste lo siga azotando con más virulencia tan pronto como el hidalgo sigue su camino.

Gilly supo apreciar la relevancia que tiene la defensa civil de los derechos humanos. Entendía que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, próxima a cumplir 75 años, expresó después de las dos guerras mundiales la conciencia y los sentimientos surgidos de [la] vivencia universal de destrucción y muerte, y los derechos a que esa conciencia aspiraba. Y reivindicó que la defensa de esos derechos, en países como México, requería siempre de defensores y defensoras civiles que los exigieran. Por ello, con ocasión de la entrega del Premio Amalia Solórzano de Cárdenas al Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, reconoció a sus integrantes que se juegan la vida cada día, serenos y silenciosos, en su tarea de defensa de la vida y de los derechos de los pueblos de Guerrero; y como todos los grupos de derechos humanos que aquí no nombro, en defensa de México, de su existencia como nación democrática y protectora, y de todos nosotros, quienes aquí vivimos, trabajamos, aprendemos el pasado e imaginamos el porvenir.

Por eso se solidarizaba con las víctimas, más allá de las agendas electorales, y advertía sin reparo sobre los riesgos de la militarización. Así, alguna vez escribió: “Quienes con razón reclamaron su derecho ante la justicia electoral no encontraron jueces probos ni justicia legítima. Pero, ¿encuentran esa justicia los mexicanos y las mexicanas cada vez que son víctimas de una agresión, un agravio, un despojo, una violación, un crimen de sangre o un atropello pequeño o grande de la autoridad? ¿Encuentran justicia en un país ocupado por sus propias fuerzas armadas? […] La justicia no empieza por la promesa escrita en un programa, sino por la denuncia, la indignación y la pelea en los casos de la vida real, poniendo el cuerpo y alzando el grito en la denuncia. La justicia empieza por el conocimiento y la divulgación de la injusticia. Empieza por conocer, saber e informar al país cada injusticia, como lo han hecho quienes han asumido como personas o como organizaciones esa ardua tarea”.

Forjado en una cultura política que privilegiaba el debate de ideas antes que el vituperio personal, Gilly no escatimaba reconocimiento a quienes no compartían sus posiciones ideológicas. Su fidelidad amorosa a la poesía de Octavio Paz, sostenida hasta su último libro dado a la imprenta, es nítida expresión de ello.

Con la partida de Adolfo Gilly se va otro referente, en tiempos donde escasean. Un hombre que supo, como decía la Oración de Borges que le gustaba citar razonar con lucidez y obrar con justicia.

Defensor de derechos humanos

 
 

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