Madrid. John Maxwell Coetzee, escritor de origen sudafricano y nacionalizado australiano, nunca se ha sentido cómodo entre los aplausos y las alharacas. Menos desde que ganó el Premio Nobel de Literatura en 2003, que lo hizo aún más hierático, serio y seco, aunque de vez en cuando sale de su refugio natural, la soledad de la escritura, para hablar en público, reflexionar sobre su arte y su mundo imaginario, como ocurrió ayer en el Museo del Prado, donde pronunció la conferencia Los lenguajes del arte
, en la que reconoció que su escritura tiene una base musical: Yo no redacto una frase, una idea o un párrafo sin prestar atención al ritmo, al peso y al movimiento de las palabras
.
Coetzee es autor, entre otras, de las novelas Esperando a los bárbaros, Desgracia, La edad del hiero e Infancia, en las que ha relatado con crudeza y severidad la historia contemporánea de nuestra civilización.
El Museo del Prado inició con Coetzee el proyecto Escribir el Prado
, cuyo fin es invitar a grandes escritores para que durante algunas semanas convivan con el inmenso acervo de la pinacoteca.
El escritor (Ciudad del Cabo, 1940) estableció un diálogo con su traductora al español, la filósofa y escritora Mariana Dimópulos, en el auditorio del museo madrileño.
Y como se trataba de reflexionar en torno a los lenguajes del arte
, Coetzee reveló algunos de los hallazgos que ha hecho desde su llegada a Madrid a mediados de junio, al valerse de un conjunto de pinturas para profundizar en la idea de la palabra y la imagen.
Al mostrar el cuadro Construcción de la Torre de Babel, atribuido a Peter Brueghel el Joven, explicó que Nimrod, uno de los reyes de Babilonia, mandó a construir una torre tan alta que rozara el cielo para poder equipararse con Dios. Como castigo por esa arrogancia se expuso al hombre a varias lenguas. Así, hablar distintas lenguas es un castigo, de haber sido humildes todos hablaríamos el lenguaje primigenio, del Edén, en el que todas las cosas disfrutaban de su nombre verdadero. Después de Babel las cosas perdieron sus nombres originales. Las palabras que usamos hoy, según la norma de Dios, son falsas, entre la palabra y lo que señala hay un vacío
, estableció Coetzee.
Esta exposición le sirvió para recuperar la otra lectura, la que celebra la diversidad y la riqueza de las lenguas, para lo que se valió de otras obras, como San Jerónimo leyendo una carta, de Georges de La Tour, o Muchacha leyendo una carta, de Johannes Vermeer.
Ruptura con el idioma inglés
A partir de ese momento la charla versó sobre la idea de que las imágenes están llenas de palabras, y que ambas, de alguna manera, son ficciones. ¿Se puede traducir una imagen a palabras? No. El sustituto verbal será otra cosa. Pero el lenguaje de las imágenes no es el de la verdad: desde Platón hasta hoy sabemos que la imagen no es el objeto en sí y que con su capacidad de seducción puede ser más falsa que la palabra
, afirmó.
Recordó el caso de su última novela, El polaco, con la que quería hacer explícita su ruptura
con el idioma inglés por su condición dominadora e imperialista: “Cuando empecé a componer la novela había llegado a un estado en mi vida en el que me había desilusionado el idioma inglés como fuerza política global y quería recalcar mi ruptura personal con éste... Como titular de los derechos de autor, es decir, como el dueño de la narrativa, quería que el texto en inglés, una vez trasladado al español, desaparecería durante algún tiempo y, así, el texto en español alumbraría un montón de traducciones. Pero este plan no sobrevivió a fuerzas superiores que operan en la industria editorial.
En Polonia, Japón, Estados Unidos y otros países se negaron a traducir tomando como referencia el texto en español. Decían que no era el original y que preferían traducir el original en inglés; a pesar de que durante ocho meses la única versión que existió del libro fue la versión en español, y se comportó como es habitual: fue criticado en artículos en español y comprado por lectores que hablaban español. No me cabe duda de que si este libro lo hubiera escrito en un idioma menor, por ejemplo, el albanés, y traducido al español, ahí sí hubieran abandonado esa idea de traducir desde el original y se hubiera traducido desde el español.
Finalmente, Coetzee reflexionó sobre la importancia de las imágenes en la escritura, pero tomando como referencia otra de sus grandes pasiones: la música. “Las imágenes son importantes en la escritura, aunque unas veces sí y otras no. Si hablo acerca de mi práctica: yo no redacto una frase, una idea o un párrafo sin prestar atención al ritmo, el peso y al movimiento de las palabras. Por lo tanto, la composición verbal no puede ser solamente el registro de imágenes mentales, como si estuviera proyectando una película dentro de mi cabeza y yo, como una máquina, estuviera transcribiendo estas imágenes en movimiento y trasladándolas a mi cabeza. Y esa es la parte del no.
“No obstante, para la parte del sí son importantes las imágenes en la escritura porque desde luego que sí tengo imágenes en mente; por ejemplo, tengo una idea acerca del aspecto de los personajes o de cómo se ven los unos a los otros. Porque observar o mirar activamente a otro ser vivo no es un proceso de registro neutral, sino que está lleno de lo que los sicólogos llaman afecto y que nosotros llamamos, más o menos, sentimientos. Es algo que se parece a cómo miramos las grandes obras pictóricas. Éstas no sólo nos enseñan a cómo mirarlas, sino también cómo sentir acerca de ellas.”