En años recientes, Luis Hernández Navarro se ha consolidado como un paciente artesano de la memoria de los movimientos sociales del pasado y el presente. Sus retratos de decenas de dirigentes son fundamentales para reconstruir la historia –y los aprendizajes– de luchas de muy diverso calado.
En esa ruta se inscribe su más reciente libro, La pintura en la pared: Una ventana a las escuelas normales y a los normalistas rurales (Fondo de Cultura Económica), sobre el que ronda esta conversación.
–De murales naíf a obras de muralistas relevantes, ¿qué gritan las paredes de las normales rurales? ¿Por qué elegiste los murales como hilo conductor?
–Las normales rurales y el muralismo mexicano nacieron el mismo año: 1922. La historia de ambas está profundamente imbricada. También la de grandes artistas gráficos como Leopoldo Méndez. (José Clemente) Orozco pintó Alegoría nacional en la Nacional de Maestros; José Chávez Morado La educación en Jalisco en la normal de ese estado, y José Hernández Delgadillo ejecutó más de una decena de obras en esas escuelas.
“El maestro Isidro Castillo, fundador de la primera normal rural en Tacámbaro (hoy Tiripetío), repitió la hazaña en 1931 en Cerro Hueco (hoy Mactumactzá), construyendo una escuela de adobe y palma. En una de las paredes del pequeño comedor, los estudiantes pintaron un paisaje como si fuera una ventana, para mirar otro ‘horizonte’. Eso son los murales en las normales rurales: tragaluces para iluminar la oscuridad, ventanales para asomarse a un mundo soñado, tatuajes para grabar las señas de identidad. Allí, las paredes hablan”, agrega el también coordinador de Opinión de La Jornada.
–¿Escuelas rurales en un país que, para algunos, se avizora de clases medias
? ¿Más escuelas para pobres
? ¿Cuáles elementos dan vigencia del normalismo rural?
–Aunque lo quieran hacer invisible, ese México de abajo es inocultable. Más de 40 por ciento de las escuelas del país son multigrado. La mayoría de ellas están en zonas rurales o en las orillas de las grandes urbes. Un mismo maestro atiende niños de varios grados. Usualmente, esos centros escolares carecen de servicios básicos: agua, luz, drenaje, pupitres. Se requieren habilidades esenciales para educar en esas condiciones. En ellas (y en sus comunidades) hay muchas cosas que enseñar más allá de los programas oficiales. Las normales rurales deben ser los centros formadores de esos educadores: maestros que, como le dijeron en la Mixteca oaxaqueña a Lázaro Cárdenas, tomen atole y coman tortillas. Por eso son vigentes.
–Los cristeros tienen santos, templos, estatuas. ¿Cómo explicar que las maestras vejadas o los maestros desorejados por los cristeros no tengan homenajes equivalentes?
–En el frontis del corredor intermedio del edificio de la SEP, donde ahora se eleva una escalinata, había una leyenda esculpida en piedra, en la que se rendía homenaje a esos profesores asesinados y vejados por hacendados, cristeros y enemigos de la educación socialista. En una operación de Estado, para extirpar esa memoria, Octavio Véjar, titular de la SEP, la mandó borrar. Luego vendría la Escuela del Amor. El SNTE se batió a fondo para combatir la leyenda de ese magisterio heroico. Escritores como José Revueltas y la muralista Aurora Reyes o historiadores como David Raby los reivindicaron.
–Has leído el testimonio de la maestra Minerva Blanco, que vivió El Mexe en los 60: la concepción original de la asamblea de la comunidad escolar se acabó por el poder que adquirió la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM). Otros testimonios dan cuenta de que el internado, crucial en la formación, perdió su sentido por las imposiciones estudiantiles.
–Doña Minerva es una maestra ejemplar. Y lo que señala muestra que no todo es miel sobre hojuelas en el normalismo rural. No se puede ser indulgentes ni ocultar contradicciones. Incluso, José Santos Valdés fue víctima de la intolerancia juvenil por tratar de desmantelar una pequeña red de corrupción. Pero él mismo sostenía que en la comunidad normalista los estudiantes llevaban mano. Y hay muchas experiencias documentadas del éxito del autogobierno estudiantil. La vida asamblearia, con todos sus asegunes, es una realidad.
Por lo demás, el internado es fundamental en la formación de los jóvenes. Allí se construyen relaciones vitales, se abre el mundo y se aprenden multitud de hábitos, destrezas y enseñanzas que ninguna beca puede dar. Lo que sucede con los egresados cuando dejan las aulas es otra cosa. Por ejemplo, Carlos Jonguitud Barrios y Enrique Olivares Santana fueron normalistas rurales.
–Los normalistas solían acompañar su pliego de demandas con datos como el siguiente: se gasta más en la comida de un caballo del Ejército que en la de un futuro maestro. Si se miran sus exigencias actuales parece que poco ha cambiado.
–Es cierto. Viven en la precariedad y en la escasez. Con el peligro de que en cualquier momento se cierren sus escuelas. En la primera huelga nacional demandaban camas, colchones, reparación de edificios, dietas alimentarias. Lo siguen exigiendo.
–El profesor Aristarco Aquino decía que el gobierno de Gabino Cué carecía de autoridad moral para convocar a los maestros a mejorar la educación, y más: para ayudar en los proyectos de combate a la desigualdad y la pobreza. ¿Al ver lo que ocurre en Oaxaca se diría que esa autoridad moral
sigue ausente?
–Aristarco era un sabio y un hombre de bien. Tenía razón en su juicio sobre Cué. Hoy sucede exactamente lo mismo. El gobernador entregó el IEEPO (Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca) a Emilio Montero –un personaje impresentable– y a su equipo, como parte de sus compromisos de campaña. Denostó al magisterio sin tener autoridad para hacerlo. Dividió a las corrientes morenistas que actúan dentro de la sección 22. De manera que perdió la gobernabilidad del sector, con lo que eso significa en ese estado. Hoy vemos las consecuencias de esa carencia de oficio político.
–En algunas normales, las y los estudiantes reconocen que las comunidades los rechazan por sus acciones radicales. ¿Se ha ido perdiendo ese vínculo estrecho que tenían las normales con las comunidades donde se ubican?
–Más allá de algunas experiencias en contrario (que las hay), la relación entre la mayoría de las normales rurales y las comunidades donde se ubican y en las que realizan sus prácticas académicas suele ser muy estrecha. Esos poblados siguen apoyándolos, con frecuencia, incondicionalmente. Si no, ya no existieran.
–En el universo de las normales, las rurales son muy pequeñas. ¿Qué explica su relevancia en el debate y que hayan sido dolores de cabeza para el poder político, sin importar colores?
–Los normalistas rurales son una comunidad muy cohesionada y combativa, por necesidad. Siempre amenazados, no les queda de otra más que luchar para sobrevivir. Y saben hacerlo. Provienen de familias muy pobres. Se dice fácil, pero su organización nacional, la FECSM, es la más antigua del país. Y, además, se sigue reivindicando como socialista. Su formación política es muy seria. Se nombran a sí mismos camaradas. Son muy disciplinados y ordenados. Las últimas tres direcciones nacionales han estado encabezadas por mujeres. Ahora mismo está al frente una joven de Tamazulapan.
“Durante la huelga de 1940, mientras la prensa los acusaba de agitadores, holgazanes y comunistas, el presidente Lázaro Cárdenas se reunió con ellos en Mactumactzá. El encuentro comenzó con los estudiantes entonando el Himno Nacional. En la asamblea, el mandatario les hizo preguntas al azar. Los cuestionó sobre la bandera, la patria y los héroes. Al salir declaró: ‘Me encargaré a decir al país que esta escuela es un ejemplo de trabajo’.
“Si en lugar de comportarse como lo hizo Díaz Ordaz –que las persiguió y dividió– muchos políticos siguieran el ejemplo de Cárdenas, se darían cuenta de que las normales rurales, más que ser un lastre del pasado son una reserva de futuro.”