Teotihuacan, Méx. El investigador emérito Rubén Cabrera Castro falleció ayer a los 89 años. Es considerado uno de los arqueólogos más importantes del país, reconocido por sus aportaciones y trabajos realizados en los 40 años recientes para la comprensión de la cultura teotihuacana, así como activo defensor del patrimonio arqueológico.
Su producción como investigador fue amplia. Publicó cientos de artículos científicos que constituyen una fuente obligada de consulta para la aproximación al pasado prehispánico en México.
Cabrera nació en Guerrero, en 1934; fue maestro y formador de arqueólogos en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, donde estudió su profesión con nivel de maestría.
Cursó estudios de doctorado en arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); dirigió numerosas tesis y fue sinodal en exámenes de grado, además de dictar innumerables conferencias y ponencias en reuniones científicas en el país y el extranjero.
Autor de una obra escrita insuperable, con su partida el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) pierde a uno de los mejores arqueólogos de México. Sus compañeros lo recordaremos con mucho cariño por la gran persona y el amigo que siempre fue para todos quienes lo conocimos
, difundió la Coordinación Nacional de Arqueología.
Trabajó en diversos proyectos de salvamento arqueológico en el país como en Chiapas, Guerrero, Veracruz y Michoacán, pero Teotihuacan atrapó su atención y vocación desde su juventud, cuando participó en el un proyecto de investigación dirigido por Ignacio Bernal, de 1962 a 1964. Años después, Cabrera coordinó ese mismo proyecto de 1980 a 1982, lo cual le abrió la posibilidad de nuevas interpretaciones sobre la forma de organización del sitio arqueológico ubicado en el estado de México.
Su experiencia en campo fue muy amplia; pronto se destacó como uno de los investigadores con más presencia en los trabajos arqueológicos realizados en los años recientes en Teotihuacan. Su madurez en la disciplina llegó cuando, bajo la dirección de Bernal, comenzó a indagar en la Calzada de los Muertos, en 1962; posteriormente, excavó en las pirámides de la Luna y de la Serpiente Emplumada.
Entre 1992 y 1994 se le encomendó dirigir un proyecto que se realizaría con motivo de la intención de construir un centro comercial en La Ventilla; ello lo condujo a las investigaciones en lo que fue un barrio de la antigua metrópoli. Por más de 30 años dirigió de manera impecable esa labor, cuyos resultados se publicaron en Estudios de un barrio de la antigua ciudad de Teotihuacan: Memorias del Proyecto La Ventilla.
El pasado 9 de diciembre, el titular del INAH, Diego Prieto Hernández, rindió homenaje a Rubén Cabrera Castro por sus aportaciones en la investigación de ese punto arqueológico.
En su discurso, Rubén Cabrera ponderó su principal interés y preocupación: el conocimiento del pasado a partir de la conservación del patrimonio arqueológico.
En el Museo Nacional de Antropología, acompañado por Meche, su esposa; su hija; colegas; amigos, y discípulos, el investigador emérito recordó su ingresó a la institución en el Departamento de Prehistoria, trabajando al lado de José Luis Lorenzo; así como sus andanzas en sitios de Chiapas, como Malpaso, o de Yucatán y de la ribera del río Balsas, en su natal Guerrero, donde realizó tareas de salvamento arqueológico.
En aquella ocasión, los arqueólogos del INAH Eduardo Matos Moctezuma y Julie Gazzola, así como los de la UNAM, Linda Manzanilla Naim y Carlos Navarrete Cáceres, reconocieron las aportaciones de Cabrera en la comprensión del devenir de Teotihuacan, que lo inscriben ya junto a los nombres de Leopoldo Batres, Manuel Gamio, Ignacio Marquina, René Millon e Ignacio Bernal, entre otros ineludibles en la historia del sitio arqueológico.
Fabulosos descubrimientos
Uno de los momentos más destacados de su trabajo ocurrió el 15 noviembre de 2004, cuando en colaboración con el arqueólogo Saburo Sugiyama, de la Universidad de la Prefectura Aichi, de Japón, dieron a conocer uno de los hallazgos más importantes de la zona: la localización del entierro número 6, ocurrido en la temporada de excavaciones del Proyecto Pirámide de la Luna iniciado en 1998.
Los arqueólogos encontraron 12 esqueletos humanos, dos de ellos acompañados por ricos ornamentos, y los 10 restantes sin cabeza ni adornos. En esa ofrenda también se localizaron cerca de 35 osamentas de animales, entre los que había pumas, lobos y aves, muchos de ellos ya identificados, como el águila real. También ubicaron 18 grandes cuchillos de obsidiana de forma ondulante y aserrados, que imitan serpientes emplumadas con las fauces abiertas, los cuales se encontraron colocados alrededor de un disco de pizarra y pirita formando una especie de rayos solares que apuntan hacia los rumbos cardinales y sus puntos intermedios.
En el Proyecto Pirámide de la Luna los hallazgos fueron innumerables. Por ejemplo, en noviembre de 1998 se toparon con osamentas de jaguares y figuras antropomórficas de jadeíta verde, al lado de restos de personajes que posiblemente tuvieron un alto rango en la sociedad que floreció en Teotihuacan hace más de 2 mil años.
Gran parte de esas ofrendas se encuentran actualmente en exhibición en el Museo Nacional de Antropología.