GALERÍA: Conchita Calvillo (1917-2023)
Ciudad de México. “En esta vida debemos hacer que cualquier parte de la sociedad entienda a todas las demás”, me dice Conchita Calvillo Alonso el pasado mes de octubre al recibirme en la sala de su histórica casa en el barrio de Tequisquiapan, San Luis Potosí.
Con claridad, sabiduría y generoso talante me responde a la pregunta sobre las impostergables tareas que debemos emprender los mexicanos para reconquistar una posibilidad de futuro como país: luchar por la verdad y acabar con la corrupción, y sobre todo luchar por la educación del pueblo, al que han vuelto ignorante, sé que en esto último nos faltan como 200 años para lograrlo. En el centro de su mensaje aparece recurrente la palabra luchar, luchar sin miedo, luchar para lograr el bien común, como ella misma lo hizo al lado del doctor Salvador Nava Martínez, su esposo y compañero, con quien escribió una página excepcional, irrepetible y entrañable en la historia de la lucha por la democratización de México en el siglo XX. Conchita termina nuestro encuentro no sin antes compartirme la que considera fue la principal característica del doctor Nava: nunca dio un paso atrás, nunca. Conchita, al igual que todas las mujeres que lucharon a su lado, tampoco.
Nacida en San Luis Potosí el 27 de noviembre de 1917, Conchita creció bajo la educación de las madres del Sagrado Corazón y en un México donde no existía el derecho de las mujeres a votar y ser votadas, a pesar de los esfuerzos del gobernador potosino Rafael Nieto, quien en 1923 otorgó el voto a las mujeres en elecciones municipales y estatales, derecho que fue suspendido en 1926.
A sus 16 años Conchita leía el Ulises criollo de José Vasconcelos, después de haber superado su formación secundaria en la que las madres sólo dejaban leer los libros curados. En 1940 contrajo nupcias con el joven médico Salvador Nava. Justo después de que en 1953 las mujeres mexicanas conquistaran el derecho a votar y ser votadas en todos los niveles, Conchita se vio involucrada en las luchas civilistas que organizaron en contra del cacicazgo de Gonzalo N. Santos los hermanos Manuel y Salvador Nava.
Con la repentina muerte de Manuel en 1958, Salvador, quien se había ganado un enorme prestigio como oftalmólogo al servicio de la creciente clase obrera potosina, quedó al frente del movimiento por la democracia, y con ello Conchita y cientos de mujeres navistas pasaron a la primera línea de lucha, posición que nunca abandonarían en las siguientes décadas. Conchita enfrentó las responsabilidades derivadas del extraordinario triunfo ciudadano de Nava en las elecciones municipales del 58, así como los enormes riesgos de apoyar la aspiración del pueblo potosino de lograr, también con Nava, el gobierno de todo San Luis.
El golpe del gobierno al movimiento civilista llegó con el fraude electoral y con la matanza de la Plaza de Armas de San Luis Potosí del 15 de septiembre de 1961 perpetrada por el Ejército Mexicano. Mientras el doctor Nava era detenido e ingresado en Lecumberri, hombres y mujeres navistas sufrieron persecución, cárcel y torturas.
Tras la libertad y retorno de Nava a San Luis en octubre de aquel año, Conchita y un grupo de mujeres crearon en 1962 la agrupación Fomento de Bienestar Social, con la cual desarrollaron por una década trabajo directo de transformación en barrios y colonias de San Luis. Estas acciones de servicio verdadero incrementaron la fuerza del navismo, y explican en buena medida el triunfo de Nava cuando en 1982 decidió regresar a la escena política para formar el Frente Cívico Potosino y ganar la presidencia municipal de San Luis, derrotando nuevamente al sistema autoritario.
Lo mismo sucedió cuando en 1991 Nava emprendió su última batalla no violenta contra el segundo fraude electoral que le impidió llegar a la gubernatura y que fue dirigido por Salinas y Colosio. En esta ocasión la fuerza de Conchita y de las mujeres navistas fue determinante para la caída del usurpador Fausto Zapata. Al morir Salvador Nava en mayo de 1992 Conchita asumió un liderazgo interino que sería traicionado por algunos navistas que claudicaron ante las seducciones corruptoras del poder. Esto influyó para que en 1993 Conchita no lograra ganar la gubernatura como candidata de una coalición encabezada por el Nava Partido Político.
En los últimos 25 años Conchita ha usado su enorme fuerza moral para respaldar e intervenir en importantes luchas sociales. Entre 1994 y 1998, por petición del obispo Samuel Ruiz, formó parte de la Comisión Nacional de Intermediación en el conflicto entre el Ejército Zapatista y el Estado mexicano.
Desde 1999 y al igual que muchas mujeres, Conchita se integró a la lucha en contra del ilegal proyecto de Minera San Xavier, a la que puso un candado para clausurarla simbólicamente en 2010. En 2006 protestó indignada por el fraude electoral contra López Obrador; en noviembre de ese año se reunió en Cerro de San Pedro con el subcomandante Marcos. En 2011 acudió como simple ciudadana a la Plaza del Carmen para recibir la caravana del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad; en este año recibió el Premio Nacional Carlos Montemayor. Ha sido también opositora a los planes de privatización del agua en el municipio de San Luis, entre muchas otras causas ciudadanas.
Conchita cumple así un siglo de vida, conserva intacta su vocación de servicio y se mantiene como una insaciable lectora. Al escribir estas líneas en su honor desde la India, no puedo dejar de pensar en Kasturba Gandhi, la compañera de Mahatma Gandhi, quien también dedicó su vida al servicio, a la verdad y a la no violencia para hacer de su vida su mensaje.