Ciudad de México. “Aquellos individuos, que no conocen su pasado, que no abrazan su nostalgia, están condenados a cultivar sus pesadillas”, dice el historiador Fritz Glockner (Puebla, 1961) quien prepara su próxima novela sobre Manuel Buendía (1926-1984) uno de los periodistas más influyentes de México que escribía la popular columna “Red Privada” y que fue asesinado por el jefe de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) durante la guerra de baja intensidad.
Glockner, director de Educal, se ha dedicado a investigar por más de 30 años el tema de la guerrilla que continúa siendo un “ente histórico vivo”. A través de su labor como escritor y periodista, ha sabido moverse por los sótanos de la desmemoria, la represión, la tortura y la clandestinidad, pero también, en ese mismo camino, se encontró con la esperanza, el perdón y la manera en como se debe honrar la memoria.
“Soy un convencido de que exclusivamente somos dueños de nuestro pasado, ni la voluntad, ni las decisiones, ni los arrepentimientos te pertenecen. Únicamente eres dueño de tu memoria, de tu hermosa nostalgia y de tus recuerdos”, señala Glockner.
“En la historia hay un desempeño cíclico de las pasiones humanas que a veces se percata de la incongruencia de la realidad. Y entonces quieras o no actúas. La acumulación de la represión, ofensas, del horror, provoca que la gente se radicalice y entonces optes por actuar de manera diferente a lo legalmente establecido. Todo grupo armado, tanto rural como urbano, de la expresión armada radical en México, su origen es primero la autodefensa”.
Glockner puntualiza que “la historia se tiene que narrar”. En Los años heridos. La historia de la guerrilla en México 1968-1985 (Planeta, 2019), el autor traza el camino de las organizaciones guerrilleras a través del relato y por medio de personajes y su actuar ante el poder y las fuerzas del orden. De igual manera lo hizo en Memoria Roja: historia de la guerrilla en México 1943-1968 (Ediciones B, 2008), libro que fue resultado de veinticinco años de investigación.
Para el novelista, la historia de los movimientos armados en México está inherentemente ligado a su memoria personal, a su alma, a su sangre familiar. “Como seres humanos tenemos huellas de dolor, que te provocan y te construyen como individuo, como sociedad y memoria colectiva”, apunta. La de él surge cuando su padre Napoleón Glockner Carreto (médico y dueño de un hospital en Puebla) lo abandona en 1971 a la edad de nueve años para unirse al grupo guerrillero Fuerzas de Liberación Nacional (FLN). “En febrero del 74, mi padre se convierte en huésped distinguido del Palacio Negro de Lecumberri y yo en visitante asiduo a la edad de 13 años cuando lo iba a ver (torturado) en compañía de mi madre. Tras salir de la cárcel, es asesinado el 5 de noviembre de 1976, cuando una bala se le cruza sobre la calle de Medellín”.
El homicidio fue ordenado por Fernando Gutiérrez Barrios (1927- 2000) ex secretario de Gobernación y líder de la extinta Dirección Federal de Seguridad (DFS), un aparato del Estado que se encargaba de controlar, reprimir y exterminar a grupos y movimientos disidentes.
“En ese entonces empiezo a hurgar en las zozobras, porque no se podía levantar la voz, ya que el fantasma de la represión seguía. A partir de la muerte de mi padre, es cuando la familia Glockner Corte convierte su nostalgia, su memoria, en un susurro. Nos reuníamos a comer para compartir nuestras nostalgias y a sopear los anhelos del pasado”. Pero el susurro empieza a crecer y a dejar de pertenecer al núcleo familiar. Platicamos la historia a los más allegados, a los amigos, comienzas a investigar, a recorrer las hemerotecas, las librerías para tratar de entender y en ningún lugar me daban respuesta al trauma nostálgico del abandono a los nueve años, del rencuentro adolescente a los 13 en Lecumberri, del asesinato del padre a los 15 años. Pero no era el padre, era el país. Entonces intentas reconectarte con el pasado colectivo de lo que había sucedido en el microcosmos familiar y no encuentras respuestas”.
Para recorrer esas arterias de la tragedia colectiva, el autor escribe su primera novela titulada Veinte de Cobre: memoria de la clandestinidad (publicado en 1996 en una edición única con la editorial J. Mortiz en la Serie del Volador y en 2021 en su segunda edición), donde ahonda en la memoria personal, familiar e histórica de la guerra de baja intensidad, pero sobre todo narra la conmovedora historia de su padre quien fue torturado, encarcelado, liberado y finalmente asesinado.
“La literatura es el primer eslabón que empieza a romper el cerco o que empieza a iluminar los sótanos de este ensamble de la locura que había sido la ignominia del Estado mexicano que torturó, asesinó, desapareció, pero además daba una cara de que en México estábamos a toda madre, al invitar a los perseguidos de las dictaduras latinoamericanas; desde Lázaro Cárdenas (1895-1970) en el año 39 con el exilio español, luego un poco con Adolfo López Mateos (1909-1969), pero sobre todo con Luis Echeverría Álvarez (1922-2022). Entonces eso permitió esconder el horror que se cometía en contra de los mexicanos.
“Somos un país, donde como escritor, te duele un huevo y la mitad del otro, porque escribir ficción implica un enorme riesgo cuando la realidad subordina la ficción. Yo creo que somos el único país, donde el escritor de ficción tiene retos muy culeros, para que la realidad no subordine tu escritura” agrega.
Cementerio de papel (2004) surge cuando en 2002, Fritz Glockner regresa a Lecumberri para rencontrarse con su padre pero en forma de documentos, de papeles hospedados en el castillo negro, ya que en ese año habilitaron los archivos de la DFS (Dirección Federal de Seguridad) en el Archivo General de la Nación. “Tanto trabajo que nos costó a los Glockner Corte sacar de Lecumberri, la figura, el cuerpo, la esencia de Napoleón Glockner en julio de 1974, para que el sistema político mexicano varios años después me lo regresaran y me lo volvieron a encerrar a Lecumberri. Y no fue solo el de mi padre, sino también un Heberto Castillo (profesor de la UNAM y perseguido por la DFS) o un Salvador Nava (médico y político conocido por su extraordinaria lucha del gran líder opositor potosino). ¡Cómo se les ocurre!
“Qué chingón que tengamos acceso al archivo policiaco, pero qué culeros que los regresaron al espacio donde murieron y fueron sobajados y torturados. Somos el único país con ese tipo de parodias que no es surrealismo, sino definitivamente una parodia tragicómica. Qué otro país ha tenido a sus opositores en un centro de tortura tan impresionante como el Palacio Negro de Lecumberri y años después, los regresa convertidos en papel”, indica Fritz Glockner.
Sobre los fantasmas
”Son muchos mis fantasmas pero ellos me acompañan para bien. Ningún fantasma se convierte en espectro del mal, para mí son amigos, porque son los que te acompañan en el presente. A mí me sigue acompañando la hermosa imagen muy cariñosa de mi padre, la imagen poca madre de mi abuelo, me sigue acompañando la bondad de un Paco Ignacio Taibo I (1924-2008), me sigue acompañando la locura y la firmeza de un Carlos Fernández del Real (el abogado laboral de los presos políticos de la guerrilla más importante) y la nostalgia en la palabra de un Ángel González (reconocido poeta español que estuvo adscrito a la Generación del 50).
“Los espectros, a esos sí, los entierras en un cementerio. A Luis Echeverría, a Fernando Gutiérrez Barrios y a Fernando Yáñez los enterré desde hace mucho tiempo. No puedes hacerte acompañar de ningún culero en tu vida presente porque es esta foto instantánea y en el recuerdo y en la memoria están esos cadáveres pero no te acompañan. Todo fantasma para mí es una reconciliación en el tiempo y tienes que emborracharte con ellos.
“Los fantasmas, la memoria, la nostalgia, son la mejor opción y pócima para evitar al único enemigo que es el olvido. La creación del propio imaginario individual y ser consciente de que eres únicamente de tu pasado, porque evidentemente, creo que no puedes permitirte caer en la retórica del pasado sin fantasmas, porque entonces sería un pasado o un momento histórico, que no actúa en el presente y por eso hay que traer a Benito Juárez (1806-1872), a Máximo Serdán Alatriste (1879-1910), o evidentemente, como dije en mi caso, a Julio, Napoleón, Paco, Ángel, mi hermana, Julieta mí tía, etc, porque insisto hay que abrazar a la nostalgia, hay que saber cultivar los anhelos para evitar caer en tus propias pesadillas”, puntualiza Fritz Glockner.
Este año espera que se reimprima El Barco de la ilusión (Ediciones B, 2005), que trata sobre la vida de Germán Valdéz, Tin Tan.